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    El calor de las mejores causas

    Columnista de Búsqueda

    N° 1966 - 26 de Abril al 02 de Mayo de 2018

    , regenerado3

    El bondi llega por 21 a Bulevar y la luz se pone roja. Empiezan a cruzar un montón de ciclistas, varios de ellos con luces en el cuerpo y globitos de colores. Ninguno lleva casco o luz en la bicicleta. El semáforo cambia a verde pero los ciclistas siguen cruzando tan panchos. Se produce un breve tumulto adelante y otro ciclista, solitario este, cruza Bulevar bajo una lluvia de insultos de sus colegas de medio de transporte. “Estoy cruzando con la verde”, les grita, mientras frena enojado.

    Para qué: los ciclistas de globitos y alegres luces de colores lo rodean, como un grupo de tiburones rodean a su presa. Le arriman las bicis y el pibe gesticula, acojonado. Un barba gordo le pone el dedo en el pecho mientras otro le aprieta la pierna con la rueda de su bici. Pienso que cualquier clase de reivindicación que estos muchachos puedan tener, queda automáticamente descalificada por su actitud de matones de película de los 80.

    Entonces el bus empieza a cruzar Bulevar y de pronto, de la nada, delante suyo aparecen dos ciclistas rezagados que, reivindicando su derecho a ser atropellados por un COME, se detienen con cara de culo frente al bondi. Este frena de golpe y solo entonces, los jóvenes militantes de la estupidez humana sobre dos ruedas, arrancan. Y yo, que de joven ya era viejo, me quedo pensando cómo es que las mejores causas siempre terminan en manos de los peores individuos.

    La causa general de los ciclistas es compartible y sobran razones para que las bicis sean cada vez más relevantes en nuestro transporte diario. No es necesario definirse de izquierda o de derecha para darse cuenta de eso, alcanza con saber cómo mejora la salud de la gente que hace ejercicio y cómo han mejorado las ciudades que han introducido la bicicleta como alternativa sólida de transporte. El problema son los modales, los gestos autoritarios y la total desproporción que hay entre aquello que se pretende conseguir y los medios utilizados para ello.

    Eso se puede deber, concluyo mentalmente mientras el bondi se aleja de los ciclistas furiosos, a que los activistas más radicales no suelen ser las personas más razonables y sofisticadas de la barra. Y que cuando tu causa, la que sea, queda en esas manos, es probable que te cueste más trabajo convencer gente de las bondades de tu planteo. Y es que cuando sos un dogmático convencido de que esa única causa es la que da sentido y orden a quien sos, la fuente de tu identidad, de tu ser, el autoritarismo y la violencia simbólica y real empiezan a ocupar el lugar de los argumentos. La confrontación, no las razones, pasa a ser el motor de tu idea.

    Algo parecido ocurre con el señalamiento virtual, el famoso “escrache de redes”, en donde la eliminación de la presunción de inocencia (o peor aún, que directamente se considere un criminal a quien no ha cometido delito alguno) comienza a ser la norma. En las últimas semanas, he visto al menos una docena de personas que se dedican, con la violencia alegre y desenfadada de un natural born killer, a señalar sin datos ni pruebas (y sin jamás recurrir a los caminos legales establecidos), a este o aquel como probable acosador o violador.

    No estoy hablando acá del #MeToo ni de ninguna de las ONG que trabajan en el tema ni de quienes de manera más o menos estructurada denuncian a violadores o acosadores. Estoy hablando de particulares, de gente que por razones personales, por esa suerte de odio frívolo que se empieza a entender avalado socialmente, se dio cuenta de que señalar a alguien como violador o agresor sexual coloca o puede colocar a esa persona en un problema. Es decir, gente que comienza a asumir ese mecanismo perverso, propio de sociedades totalitarias (los ciudadanos también pueden jugar ese juego siniestro, no solo Presidencia) como parte del paisaje social.

    Peor aún, creo que lo hacen por sentirse parte de una ola social que aprueba la condena preventiva. Que entiende que eso se puede hacer porque, de última, los señalados (sin el menor hecho detrás que los arrime al asunto) se lo merecen. “Algo habrán hecho”, decían algunos uruguayos cuando las Fuerzas Conjuntas se llevaban encapuchados a sus vecinos. “Algo habrán hecho”, teclean enloquecidos los linchadores virtuales, mientras se toman un frappuccino de Starbucks.

    Es obvio que las Fuerzas Conjuntas eran mucho más mortíferas en su accionar, así que no es eso lo que comparo. Lo que señalo es que la misma lógica socialmente enferma de culpabilizar al vecino de antemano, sin procedimientos legales de ninguna clase, empieza a campear también dentro de las mejores causas. Y, que no haya duda: la causa de intentar terminar con la violencia de género es una causa excelente.

    El problema comienza, lo dije más arriba, cuando las causas quedan en manos de los peores elementos que las sostienen. Al revés de lo que se podría pensar, estar representadas por esa radicalidad las vuelve frágiles, permeables al error y al horror que dicen querer combatir. Las conduce a errores de diagnóstico que, como resultado, terminan desviando su potencial hacia acciones siniestras como el linchamiento virtual y mediático, que hacen poco y nada por mejorar aquello que se intenta mejorar. Las deja en un puñado de ciclistas furiosos que sobreactúan su puesta en escena, como si estuvieran luchando por la supervivencia de la especie y no por más ciclovías.

    Esto quizá se deba a que hasta las mejores causas pueden perder de vista que no son ni pueden ser la única causa para todos. Que la pasión de sus militantes más radicales no puede ser obligatoria para el resto y que eso no convierte al resto en un montón de indeseables que deben ser suprimidos de la vida social. Que quienes priorizan otras cosas son sus iguales, no seres con alguna clase de tara moral, y, por ende, linchables sin el menor remordimiento. Que haber decidido darlo todo, incluso la vida, por una idea, no autoriza a nadie a arruinar o arrebatarle la vida a ningún otro.

    Llegado cierto punto, que no se respete la presunción de inocencia, esa que nos costó siglos de sangre y dolor establecer para ser más justos como sociedades, va a ser el menor de nuestros problemas. El mayor será que, cuando todos y cada uno de los ciudadanos se establezcan firmemente como linchadores de todo aquel que les resulte antipático, la democracia y sus procedimientos republicanos simplemente habrán desaparecido.

    ?? La tranquilidad de tener una cibercausa