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    El cantor olvidado

    La noche y la bohemia los juntaron. Una amistad que brotó de esa grisácea y nerviosa etapa entre la adolescencia y la juventud: Julio Sosa, nacido en Las Piedras, el montevideano Pablo Moreno y Delmar Velázquez, oriundo de Rivera aunque radicado entonces en el mítico Barrio Sur de la capital. Los tres cantaban tango. Los tres resolvieron, allá por 1947, probar fortuna en Buenos Aires.

    —La fama, el dinero, están allá, hay que jugársela, aunque sea cada uno por su lado— se dice que convinieron.

    El resplandor que significó Julio Sosa —gracias al impacto de su voz, a su porte, a su trágico final— oscureció la trayectoria de los otros. Moreno jamás se destacó y a Velázquez, que ya traía de Uruguay un nombre artístico, Carlos Olmedo, puede hoy llamársele “el cantor olvidado”, pese a que integró grandes orquestas, entre ellas, y nada menos, las de Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo.

    Carlos Olmedo, cantor y compositor, nació en Tranqueras el 26 de octubre de 1921 y murió en Mar del Plata el 12 de marzo de 1976, antes de cumplir los cincuenta y cinco años. En la capital argentina se afincó en Avellaneda.

    De niño había aprendido guitarra, canto y composición, aunque debió esperar a cumplir los diecinueve años —cosas de familia de campo— para debutar y ganar un concurso de cantores organizado por el histórico Café Ateneo de la Plaza de Cagancha. Semejante éxito le permitió enseguida acceder a escenarios de múltiples boliches, confiterías y teatros, durante una época cuando particularmente el tango y el candombe convocaban a la mayoría del público. Hasta que llegó el salto, con sus compañeros, a la ciudad de las marquesinas esplendorosas y las noches interminables.

    Jugándose su propia parada, siempre con noticias de los amigos, Olmedo alcanzó pronto la calle Corrientes y cantó como solista en sus principales cafés, cabarés y teatros, además de inaugurar un prestigioso ciclo en Radio Mitre por recomendación de un productor noctámbulo y avisado. Reminiscente a su pesar, supo cruzar el río una y otra vez para cantar también, y no olvidar las raíces, en Montevideo.

    Pero su verdadero despegue vio la luz a inicios de la década de 1950: durante 1951 y 1953 fue cantor de la orquesta de Ricardo Pedevilla, de firme aunque efímero éxito. En 1954, ¡vaya sorpresa!, lo convocó Osvaldo Pugliese, quien quería sustituir a Juan Carlos Cobos; por razones que jamás se explicaron, estuvo apenas un año con el maestro y no dejó registros discográficos. De todos modos, la suerte volvió al año siguiente, cuando del otro lado del teléfono oyó la voz agrietada y querible de Aníbal Troilo: Jorge Casal había abordado la carrera solista y Pichuco quería “un estilo parecido”; con Troilo debutó el 1º de marzo de 1955, teniendo como compañero de cantables al inmenso Raúl Berón —y poco más tarde a Pablo Lozano— y dejó grabaciones de dos tangos de fuerte impacto: Recordándote y El cantor de Buenos Aires.

    Inquieto, intuitivo, Olmedo quiso dar un nuevo envión a su carrera en 1957, creando el espectáculo Dos astros y una estrella, junto a Enrique Castel y la vedette devenida cantante Ruth Durante, con el cual recorrió teatros porteños y de varias capitales provinciales durante casi tres años, siempre acompañado por la orquesta que dirigía su amigo Ángel Baya. En la alborada de 1960, como si lo escociera una rara ansiedad de abordar renovados desafíos, se convirtió en cantor de la orquesta Típica de Buenos Aires y en 1966 se unió a cuatro destacados músicos conocidos —Julio Ahumada (bandoneón), Aquiles Aguilar (violín), Carlos Parodi (piano) y Hamlet Grecco (contrabajo)— grabando unos cuantos temas clásicos para el novel sello Tini.

    Y ya cerrando, hay que recordar al Olmedo compositor, faceta que, para un inadvertido, puede causar sorpresa: Y no le erré, De puro curda y Lo que vos te merecés —con música de Abel Aznar y versiones impresionantes de Alfredo Belushi y Armando Laborde—, Mi luna —música de Lito Bayardo y excelente interpretación de Roberto Goyeneche—, Por quererla así —música de Mario Hernández— y No tengo la culpa —música de Arturo de la Torre.

    Verdad y pena: pocos tienen en la memoria a tamaño artista popular uruguayo.

    Claro…, todo es relativo. Estaba yo conversando con Obdulio Varela, para el libro que sobre él iba a editar, cuando me interrumpió: —¿Sabe que me gusta el tango? Escuche ahora el que prefiero de todos, en la versión de este cantor de Troilo.

    Y del tocadiscos surgió la voz de Carlos Olmedo, con la orquesta de Pichuco, cantando Recordándote.