Antes de cumplir los 27 años comenzó a desprenderse de las cosas. Lo que tenía se lo regalaba a sus amigos y conocidos como si le quemara. Y después metió el frío caño del arma en su boca y se pegó un tiro. Y dejó un puñado de cuentos magistrales.
Antes de cumplir los 27 años comenzó a desprenderse de las cosas. Lo que tenía se lo regalaba a sus amigos y conocidos como si le quemara. Y después metió el frío caño del arma en su boca y se pegó un tiro. Y dejó un puñado de cuentos magistrales.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáBreece Pancake (West Virginia, 1952) se había criado en el mundo rural, en las amplitudes de una granja familiar, entre los rastrillos, las bolsas de granos, los montes plagados de zorros, sapos y serpientes negras, los establos con olor a mierda de vaca, caballo, perro y gallina. Conocía la tormenta cuando aún no está por desatarse, con el aire extrañamente liviano y el viento que mece con engañosa delicadeza las copas de los árboles. Era católico practicante, pero eso es un mero detalle. Por dentro bullía como una olla a presión. Dicen que tenía un sueño recurrente: el cazador que caza animales pero al instante que los mata, los animales vuelven a nacer. La liebre podía ser destrozada por el escopetazo, pero allí mismo renacía y se iba saltando.
El mundo de Pancake es de violencia y redención. De una violencia que no puede contenerse pero también de una desesperada piedad. También es un mundo hecho de finos detalles. Sus personajes son trabajadores rurales, peones, capataces de un remolcador, prostitutas menores de edad, pequeños contrabandistas de alcohol, conductores de máquinas quitanieves, viejos decrépitos que ya no pueden ver y la comida se les cae por entre la comisura de los labios.
Pancake escribe del silencio del campo y también de la rajadura ambiental que provoca una camioneta al pasar por la carretera. Escribe de luciérnagas azules, que son las que salen después de la lluvia; y de las verdes, que son las que casi nunca salen. Escribe de lámparas cuya luz amarilla tuerce el color de todas las otras cosas. Escribe de una abandonada estación de tren que sirve de escenografía para un amor no declarado. Escribe de personajes que aprietan los dientes todo el año, toda la vida, como un viejo electricista que antaño fue eficaz en su trabajo y ahora apesta a vino y solo vive de los subsidios. Escribe de la ira de Dios. Escribe de lo que conoce. Escribe de lo que le duele.
Doce cuentos magistrales, cualquiera de ellos. No son patrañas los elogios que en su momento le profesaron a este joven escritor firmas como Joyce Carol Oates y Kurt Vonnegut. Un solo problema: algunas torpezas de la traducción, como “Los párpados del ciego le medio colgaban...”. No viejo, así no escribe Pancake. Si volviera a la vida, antes de suicidarse por segunda vez, ajusticiaría al traductor de un hachazo.
“Trilobites”, de Breece Pancake. Alpha Decay, 2012, 229 páginas, $ 770.