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Desde tiempos inmemoriales (en épocas de los dramas griegos y antes aún, cuando los clanes se tiraban de los pelos en las cavernas), la suegra ha llevado sin cuestionamientos el rol del villano en el imaginario popular. Intrusa en el hogar de la nueva pareja, armada de un verbo ácido y un carácter desagradecido, incontables son los chistes que la tienen como personaje central y funesto. Provista de una lengua capaz de asar —sin leña ni carbón— un cordero entero o una ternera con cuero, la suegra es personaje estelar en dichos y refranes de alta popularidad.
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Sin embargo, quisiera poner el foco en otro pariente cuya existencia y presencia puede tener efectos aún más devastadores que la suegra. Me refiero al cuñado.
Una tardecita de hace treinta años caminaba por el centro de Roma. Iba sin rumbo ni apuro. De pronto, dando vueltas por Piazza Navona, me topé con un hombre sentado en la calle. Tenía un halo de buen pasado pero su presente era lamentable. Vivía, evidentemente, de la caridad pública y al lado del sombrero en el cual la gente podía dejar la limosna había un cartel. En el mismo, el señor explicaba, con buena caligrafía e impecable ortografía, los motivos de su triste situación: “Rimasto in questo stato per colpa del cognato”.
Sentí vivos deseos de preguntarle al mendigo qué le había hecho el cuñado para dejarlo de esa manera, pero me abstuve. Hoy me arrepiento, pues quién sabe qué maravillosa historia me perdí por no haberlo hecho. Sin embargo, a partir de ese momento el cuñado pasó a ocupar un puesto especial en mi mundo interno. Digamos que lo puse bajo observación. Y no me equivoqué: tres matrimonios más tarde, con sus respectivos divorcios, puedo afirmar que este personaje, en la docena larga de versiones que le he conocido, ha sido por lejos más nefasto para mi felicidad que la denostada suegra, de quienes tengo muy gratos recuerdos.
Tomemos pues a este personaje del universo familiar como crudo y pedagógico ejemplo de lo que conmueve al mundo desde hace unos años a la fecha. Supongamos que en compañía de algunos parientes decido montar una empresa comercial. Se asocian un hermano, algunos primos y un cuñado.
Antes de registrar la firma, y para evitar futuros malentendidos, decidimos presentar una declaración jurada que demuestre la solvencia de todos y cada uno de nosotros. También el cuñado presenta la suya, pero nadie sospecha que la misma ha sido burdamente maquillada con números falsos. Inocentemente la aceptamos por buena y registramos la empresa.
Al poco tiempo, nos estalla en las manos la verdad sobre la situación económica del cuñado. Sorprendidos por sus mentiras y su mala intención, pero decididos a seguir adelante con las actividades, decidimos poner dinero de nuestro bolsillo para mantener a flote, temporariamente, la mala economía del pariente, quien a su vez promete poner en venta un par de terrenos baldíos que tiene en la playa para devolvernos el dinero prestado.
Pasa el tiempo, el cuñado no vende sus terrenos y los apremios financieros nos obligan a aportar más capital de nuestros bolsillos a fin de que la firma siga funcionando sin necesidad de una reestructuración que puede resultar traumática. Fiel a su costumbre, el cuñado jura y perjura que esta vez sí venderá sus terrenos y saldará las deudas que ha ido acumulando con nosotros.
Pero, evidentemente, el hombre está firmemente decidido a honrar su pésima reputación de incumplidor serial y tampoco esta vez hace lo que nos ha prometido.
En una agitada reunión familiar, en donde nadie se guarda nada y muchos trapos sucios salen al sol, una compacta mayoría de socios decide ponerle punto final a las andanzas del cuñado y condicionan un tercer préstamo al control y administración directa, por parte de la familia, de los dos terrenos en la playa, los cuales serán alquilados o vendidos para garantizar la devolución de por lo menos una parte del capital prestado.
Nada garantiza sin embargo que la iniciativa pueda llegar a buen puerto, pues las dificultades parecen no tener fin y surgen sospechas de que los inmuebles del cuñado, que eran la garantía, están hipotecados hasta el último grano de arena. Para empezar, comprobamos que las acacias que allí había ya han sido convertidas en astillas y vendidas durante la temporada turística. Además, y esto es fundamental, ninguno cree que el cuñado vaya a cambiar su forma de actuar.
Esta columna tenía originalmente otro nombre: Greece for dummies. Le otorgo al lector la libertad de decidir cuál de los dos títulos le parece más adecuado.