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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Si uno quiere el poder, llegará un momento en que deberá difundir ficciones”. (Harari, Yuval Noah. 2018. 21 lecciones para el siglo XXI. Penguin Random House. Grupo Editorial Sudamericana. Pág. 267).
Una falsa idea de democracia ha provocado un igualitarismo de las opiniones. Se extiende la absurda idea de que todas las opiniones son respetables. No es así. Lo que es respetable es el derecho de una persona a expresar su opinión, pero esta puede ser falsa, estúpida, ofensiva, criminal, y en estos casos las opiniones no son respetables. Deben estar sometidas a los criterios de respetabilidad adecuados. La opinión de que dos más dos son ocho no es respetable porque no se somete a los criterios matemáticos. Creo que el público, en general, debe conocer lo que da fiabilidad científica a una afirmación o a una teoría, para evitar dejarse llevar por supersticiones.
Desde el punto de vista teórico, el asunto está claro. Una opinión, una hipótesis o una conjetura no adquieren el rango de ciencia mientras no se someten a un proceso de verificación y han resistido todos los intentos de demostrar su falsedad. Más complicado es el problema práctico. ¿Quién se encarga de comprobar si cumple los criterios científicos?
El “sistema de la ciencia” ha establecido procedimientos para revisar y evaluar las teorías. En la actualidad suelen hacerlo revistas científicas de referencia, que han implantado el sistema de revisión por expertos (peer review o referee system). Una vez publicado sigue sometida a escrutinio universal, de modo que en cualquier momento un científico puede aportar algún hecho o algún argumento que refute la teoría. La ciencia está siempre en proceso de corroboración.
Como información se transcribe, a riesgo de resultar tedioso, las indicaciones que suelen dar los editores de revistas científicas a las personas que revisan los artículos:
“Estamos particularmente interesados en conocer su opinión sobre:
La calidad y el rigor de los argumentos presentados.
La validez de los datos presentados.
La oportunidad y relevancia del artículo para la discusión de problemas en su área de investigación.
Si usted aconsejaría:
Rechazarlo.
Publicarlo sin revisión.
Publicarlo solo después de revisiones mayores (por favor, especificarlas).
Publicarlas después de pequeñas revisiones estilísticas o textuales (por favor, precisarlas).
Esta es la práctica existente para las conocidas como ciencias “duras” (física, química, bioquímica, biología, medicina, neurociencia, etcétera), lo que brinda certeza y confianza.
Para las ciencias “blandas” (ciencias sociales, sociología, historia, derecho, economía, política, etcétera), la cosa es más complicada, tales prácticas no ocurren y la información posee tintes más subjetivos. Por internet circulan todo tipo de informaciones no verificadas, que no son fiables, aunque tengan una amplia difusión. Un caso especial es Wikipedia, uno de los proyectos más interesantes para aprovechar el conocimiento colectivo. Se trata de una enciclopedia que se va creando y corrigiendo espontáneamente, por la propia actividad de los lectores. Cualquier lector puede cambiar la información, lo que en principio podría hacer pensar que las falsedades acabarían imponiéndose. Sin embargo, su fiabilidad ha sido elevada porque los mismos lectores corrigen los errores, de modo que duran muy poco en la red.
El proceso de creación de la “opinión pública” debería ser parecido. El contraste de las opiniones, la argumentación, la mayor cantidad de información disponible debería ir configurando una opinión pública más ilustrada. La cultura occidental, y más la uruguaya, no parece ir en esa dirección.
“¿Sabías que a tu cerebro no le importa si algo es realidad o fantasía?”
“No somos seres racionales, somos aún seres emocionales que aprendimos a pensar. Las emociones controlan mucho más la razón, que la razón a la emoción, esto se puede ver neurológicamente, hay muchas más avenidas neuronales que van desde lo límbico, desde lo emocional al córtex, que al revés” (Bachrach, Estanislao. 2013. Ágilmente. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. Argentina. Pág. 284).
Un individuo solo hace caso a lo que cree, a las creencias que posee, que no son otra cosa que “hábitos del pensamiento” (Bachrach, Estanislao. 2021. En el limbo. Penguin Random House Grupo Editorial. Pág. 62). Si crees que un amigo es bueno, tu cerebro buscará todo tipo de argumentos para demostrar que tienes razón. El cerebro ama tener razón, incluso a veces más que ser feliz. Por tanto, las creencias determinan lo que es verdad o fantasía para una persona. Entonces una persona a partir de sus creencias “crea su realidad”.
Como indica la palabra, las creencias se construyen desde el creer, y a su vez, el creer se construye desde la confianza.
Si creemos en algo o alguien es porque confiamos en ese algo o alguien. Luego, el diálogo con la realidad, el ensayo y error, el esfuerzo y aprendizaje, la recompensa que supone el logro, la realización y el placer de crear y transformar nacen de la confianza en uno mismo, en el otro y en la vida.
Las creencias en su mayoría y con fuerza se originan durante la niñez. A medida que se crece, se remodelan, se mantienen o cambian. Lo relevante es que tus creencias están representadas en tu cerebro físicamente, por muy fuertes conexiones sinápticas, que al formarse tempranamente se constituyen en verdaderos “cables de acero” que constituyen tu “forma de pensar”. Ellas son las que te hacen sentir mal o incómodo frente a determinadas situaciones, y no las situaciones en sí mismas. Tus creencias, tu forma de pensar son parte de tus experiencias pasadas, todo aquello que te sucedió en la vida influye en tu forma de interpretar y de dar sentido y significado a las circunstancias y hechos que te ocurren.
Son siempre tus creencias las que le dicen a tu cerebro qué es verdad y qué es fantasía, o sea qué es verdad para ti (Bachrach, Estanislao. 2021. Op. Cit. Pág. 27).
“La neurociencia ha demostrado que se puede cambiar el cerebro cambiando la forma de pensar”. (Bachrach, Estanislao. 2021. Op. Cit. Pág. 489).
Las nuevas teorías neurocientíficas afirman que el cerebro está organizado para reflejar el medio ambiente en que se vive. Las relaciones con otras personas, los lugares que se frecuenta, y todas las experiencias están configuradas en lo plástico de tu cerebro, tal es así que puede afirmarse que “tu cerebro es igual a tu ambiente”. Por tanto, luego de 15 años de “hegemonía cultural progresista” al tope, sea común a todo nivel, incluido el gobierno actual, los discursos “políticamente correctos”.
Para pensar en el cambio se cuenta en la cabeza de cada uno con una maravilla de flexibilidad, adaptabilidad y neuroplasticidad que permite reformular y reconstruir tus conexiones neuronales para tener los comportamientos deseados. Los propios científicos se asombran de la capacidad que se tiene para alterar el cerebro, tus acciones, incluso tu personalidad, y de esa forma la realidad de cada uno.
“Viejos futuros con nuevos pasados”
El futuro, como el pasado, como la historia, solo es cierto en la medida en que nos lo creemos. Y si no los creemos, se muere.
Para los marxistas, Marx y Lenin han conjeturado verdades económicas absolutas que nunca podrían ser refutadas. El razonamiento de que en Uruguay hay pobreza porque algunos “malos” uruguayos tienen capitales en el exterior es una forma marxista de analizar la economía, es un análisis de “suma cero”, lo que falta a algunos es porque otros se lo apropiaron. Creencias como “no puedo”, “somos chicos”, “somos pobres”, “eso es para otros”, “nunca vamos a poder”, “somos dependientes”, “es más noble ser pobre”, “es inmoral y egoísta tener bastante”, “nadie amasa una fortuna sin hacer harina a los demás”... Toda una serie de creencias que nacen de una filosofía “de respuesta al ambiente”, una mezcla de “pobrismo”, pensamiento tan exitoso por esta región. Dada la “hegemonía cultural” de izquierda, la mayoría piensa en términos marxistas y no son conscientes de eso.
Con el nuevo técnico de la selección uruguaya de fútbol aprendimos (¿?) que podemos jugar a ganar porque ganamos. Era mentira que nuestro fútbol era de respuesta, “mantra” que nos repitieron durante muchos años.
¿Por qué como país no cambiamos y jugamos para ganar?
“La mayoría de los hombres no son capaces de pensar, solo de creer, y no son accesibles a la razón, sino solo a la autoridad”, Arthur Schopenhauer.
Rafael Rubio
CI 1.267.677-8