Primero desentrañó el estilo de otros escritores y escribió como ellos. Novelas de Poe que eran inconfundiblemente de Poe. Cuentos de Kafka que proyectaban hasta la extenuación cuestiones kafkianas, como edificios abandonados en el piso 76 con los operarios allí instalados hasta el fin de los días. O poemas de Rilke que eran mejores que los del propio Rilke. Estaba claro que podía escribir como Céline, como Faulkner o como Ramiro Sanchiz. También diseñó varias historias de Stanislaw Lem que confundieron a sus descendientes porque nunca las habían leído, sobre una inteligencia artificial que se devora a sí misma en el proceso de ganar un mayor espacio virtual. Particularmente exitosa fue una novela gótica —los entendidos coincidieron en asegurar que era de Henry James— sobre muertos que vuelven a sus hogares y ocupan todas las camas, dejando a los vivos solo las sillas, donde terminaban dormidos, velando a sus familiares, eternamente muertos pero eternamente presentes en sus camas. Cuando se aburrió de la ficción y de la lírica —e incluso de las óperas y de las letras de canciones— se volcó de lleno a los tratados y a la búsqueda de las ideas. Orientó a los historiadores, a través de varios célebres volúmenes, a bucear en sus propios recuerdos para descubrir los mecanismos secretos de las conquistas y de las dominaciones territoriales, sin importar los factores políticos o económicos. También exhortó con lúcida elocuencia a los agricultores para que se dedicaran a la minería y a los mineros para que se dedicaran a la agricultura, en especial a las verduras a diez metros bajo tierra, con canales de aire, y al opio, que por alguna razón siempre es universal. Fue el responsable de nuevos manuales de aeronáutica y extendió el derecho espacial hasta límites insospechados. Como su talento era enorme, a Hegel le hizo decir cosas de Kant, a Nietzsche cosas de Pascal y a Pascal cosas de Paulo Coelho. No conforme con todo esto, diseñó un manual que insultaba a todas las razas y a todas las culturas de un modo integral y también íntimo, como si les hablara al oído. Diseñó para el mundo islámico una forma de ateísmo, para el budismo una glorificación del hedonismo gustativo y para el cristianismo la máxima de relativizar todas las ideas de Cristo y volver a las fuentes paganas. Y cuando estaba escribiendo su autobiografía, en la que clamaba por el valor de la duda y la riqueza de la equivocación, fue alcanzado en su casa, en su estudio, en su computadora y en su propia cabeza por un objeto del tamaño de una aguja de coser, que en realidad era lo último en ojivas nucleares.
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