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    El estadounidense Patrick Reed se impuso en uno de los Masters más espectaculares de los últimos tiempos por su final cerrado

    La superficie donde generalmente se coloca la bandera en el green del hoyo 18 en la ronda final del Masters de Augusta no tiene más de treinta metros cuadrados. Cualquier tiro que caiga fuera de esa zona está librado a un final impredecible por las enormes lomas que tiene como defensa dicho green. En las más de ocho décadas de disputa del campeonato han sido varias las definiciones cerradas que se han dado por las condiciones de ese hoyo final.

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    El domingo 8, en la definición del primer Major del año, el estadounidense Patrick Reed ejecutó su segundo tiro en el hoyo 18 desde 177 yardas con un hierro ocho. La pelota sobrevoló el bunker de la izquierda y tuvo un pique afortunado para rodar y quedar en el green siete metros pasada del hoyo. Minutos más tarde, Reed hacía dos putts y ganaba el Masters de Augusta, el saco verde y la gloria.

    El golfista norteamericano de 27 años jugó con determinación para ganar el primer Major y subir a un escalón más alto en su carrera, dada la enorme importancia que encierran estos torneos en el mundo del golf profesional. Tomó la punta del certamen tras la segunda ronda y nunca más la dejó, en un hecho por demás destacable.

    El ganador empleó 273 golpes, 15 bajo el par de la espectacular cancha del Augusta National diseñada por Alister Mackenzie. En segundo lugar, con un golpe más, finalizó Rickie Fowler, mientras que el único latinoamericano en jugar los 72 hoyos fue el venezolano Jhonattan Vegas, quien terminó en el puesto 38º con un score de 291. En otras de las premiaciones que caracterizan al campeonato, el mejor aficionado fue el estadounidense Doug Chim.

    Fue un Masters espectacular. El clima jugó un rol preponderante a lo largo de las cuatro rondas, en una cancha presentada como siempre en excelentes condiciones, que para este año no tuvo grandes modificaciones. La vuelta final fue apasionante, con actuaciones sobresalientes que hacían que los grandes tableros —ubicados en lugares estratégicos del campo— cambiaran constantemente para el delirio de los espectadores.

    Con una tradición que supera las ocho décadas, el Masters de Augusta tiene un significado muy especial para el mundo del golf. Su majestuosa cancha fue diseñada por Mckenzie según atestigua un plano ubicado en una de las paredes del club house, firmado por el genial escocés en junio de 1930. Por otra parte, sus largas y ricas tradiciones, el estricto régimen de invitaciones para poder participar y la televisación en directo a más de 200 países son algunos de los elementos que encierran la “magia” del Torneo de Maestros. A diferencia de los otros tres Majors del golf, este escenario se renueva en abril de cada año, una tradición que se mantiene desde que se jugara por primera vez en 1934 a instancias de Bobby Jones, el mejor golfista amateur de la historia y el banquero Clifford Roberts.

    Jack Niclaus y Gary Player.

    Una multitud rodeaba desde la mañana del jueves 5 la zona del tee del hoyo uno para ver a Jack Nicklaus y Gary Player pegar un drive simbólico y dar así el comienzo oficial de la competencia, una tradición del Masters que se remonta a 1963. Antes de ejecutar sus golpes, el chairman de Augusta, Fred Ridley, dijo que estaba orgulloso de presentar a “dos leyendas del golf, cuyo legado estará por siempre ligado a la mejor historia del Augusta National”.

    Al final del día, Jordan Spieth, ganador del Masters en el 2015, quedó en lo más alto de los tableros luego de un espectacular recorrido de 66 golpes, seis bajo el par del campo. El defensor del título, el español Sergio García, se despedía de toda posibilidad de retenerlo al terminar con una terrible tarjeta de 81 golpes.

    En la segunda jornada, la cancha de Augusta comenzó a mostrar sus “garras” y varios golfistas lo sufrieron de manera muy especial. El líder Spieth terminó con 74 impactos y se alejó considerablemente de la punta; mientras que el argentino Ángel Cabrera y el aficionado chileno Joaquín Niemann no pasaban el corte, que quedó establecido en 150 golpes. Tiger Woods, a quien muchos daban como el gran favorito, sumaba 148 golpes para los 36 hoyos, muy lejos de la punta. Patrick Reed, aprovechando la caída de alguno de los candidatos, con un acumulado de 135 golpes, quedaba por primera vez en su carrera como líder de un Major.

    La lluvia se hizo presente en la tercera vuelta, cambiando por completo las condiciones de la cancha, los greens estuvieron más blandos, por lo cual los jugadores pudieron ser más agresivos con el putter. Ya es sabido que la gran defensa de la cancha de Augusta es la velocidad de sus greens y no su distancia. En ese panorama, el líder Reed seguía con su estrategia de aprovechar los pares cinco de la cancha y hacía águilas en el 13 y en el 15 para consolidar la punta.

    Una definición impresionante.

    Hay una frase que se repite en cada edición: “El Masters comienza en los segundos nueve hoyos del último día”. Y la propia historia del certamen así lo confirma.

    Jugando en el último grupo, Reed hacía 36 golpes de ida, Rory McIlroy 37 y la ventaja de tres golpes se mantenía a falta de nueve hoyos. Pero a medida que avanzaban los hoyos, los tableros mostraban el avance de Spieth, quien jugando algunos grupos adelante hacía 31 golpes de ida y se acercaba. Paul Casey venía para quebrar el récord de la cancha, pero dos bogeys en los dos últimos hoyos se lo impidieron. Charley Hoffman hacía hoyo en uno en el par tres del 16 y aquello era la locura. Tony Finau hacía siete birdies consecutivos, mientras que Spieth seguía sumando birdies en el 12, 13, 15 y 16 para quedar en la puerta con el bogey del hoyo final.

    Consciente de lo que ocurría delante de acuerdo a sus declaraciones posteriores en la conferencia de prensa, Reed se mantenía muy concentrado en su rendimiento. Rickie Fowler hacía birdie en el 18 y colocaba el score de 274 en lo más alto del leaderboard, obligando a Reed a hacer par en los hoyos 17 y 18 para no ir a un desempate.

    La “suerte del campeón” llegó para Reed en el hoyo 17, cuando su tercer golpe desde fuera del green iba con mucha velocidad para pasarse al menos cuatro metros del hoyo, pero la pelota golpeó el asta de la bandera y se detuvo a poco más de un metro desde donde el estadounidense embocó para salvar el par.

    Con gran actitud afrontó entonces el hoyo final, donde otro par le dio el ansiado saco verde (símbolo de victoria en el Masters) y un cheque por US$ 1,9 millones de los 11 que repartió el certamen en premios.

    Tras su victoria, Patrick Reed tendrá ahora una serie de obligaciones, como por ejemplo devolver el saco verde el año próximo, el cual quedará guardado en el vestuario destinado a los campeones. Además, pasó a ser socio honorario del Augusta National Golf Club, pudiendo jugar el Masters por el resto de su vida.