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    El futbolista que hizo ricos a los otros

    Columnista de Búsqueda

    Hace unos pocos días el poderoso Paris Saint-Germain goleaba al Dijon por ocho goles a cero. Mas allá del debate interno del millonario club francés (que involucraba a Edinson Cavani y a Neymar Jr a la hora de patear un penal, para variar) a nadie pareció asombrarle la abultada cifra de goles con que terminó el partido. Y es que desde hace unos años, espectadores e hinchas europeos comienzan a asumir las brutales diferencias económicas que existen en los distintos cuadros de sus ligas, y que terminan arrojando resultados como el mencionado, como si estas distancias fueran parte del paisaje y no algo relativamente reciente.

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    Tan fuerte es la percepción que no pocos hinchas comienzan a hablar de las ligas de sus países como ligas “a la escocesa”, aludiendo justamente a un campeonato que ha sido históricamente disputado casi en exclusiva entre dos equipos: los Celtics y los Rangers de Glasgow, que en conjunto han ganado 102 de los 128 campeonatos escoceses que se han jugado desde 1890.

    Mas allá de las distancias que tradicionalmente han existido entre equipos “grandes” y “chicos”, muchos “fundamentalistas del fútbol clásico” (expresión acuñada por el periodista español Nacho Carretero) suelen fijar el 15 de diciembre de 1995 como el día en que el juego murió y comenzó el mercado millonario en que se ha convertido el fútbol desde entonces.

    La fecha no es caprichosa ya que es el día en que la Corte Europea de Justicia dio la razón a un ignoto futbolista belga en su demanda contra la UEFA, la liga belga y su propio club. El jugador se llamaba Jean-Marc Bosman y aunque es considerado el principal responsable de la escalada millonaria de sueldos y pases del fútbol europeo (con el consiguiente impacto en las economías de un fútbol ya globalizado), el hombre no vio su triunfo legal compensado con un salario millonario ni mucho menos.

    El caso Bosman.

    En 1990 Bosman era jugador del RFC y, sin ser una estrella, había sido convocado a varias selecciones juveniles de Bélgica y ademas había militado varios años en el Standard, uno de los equipos mas prestigiosos de ese país. En ese 1990, sin embargo, Bosman recibió de parte de su club una oferta de renovación muy baja (la cuarta parte de su salario hasta entonces) y por eso decidió cambiar de aires. Dado que su contrato con el cuadro belga terminaba ese año, aceptó la oferta que le hizo el Dunkerque de Francia, para ir a jugar a ese país. Los problemas comenzaron cuando el RFC reclamó al cuadro francés dinero por el traspaso del jugador: seis veces la suma que le pagaba a Bosman cada año. El equipo galo retiró su propuesta y Bosman se vio bloqueado dentro de su cuadro, con el que entró en conflicto a partir de ese mismo instante.

    El jugador decidió dar la batalla legal, argumentando que la decisión de su club implicaba una violación de la libertad de movimiento de los trabajadores dentro de la Unión Europea. Hasta ese entonces, los equipos de muchas ligas (con la excepción de España y Francia) podían bloquear la transferencia de uno de sus jugadores, aun cuando se terminara el contrato. Esa era exactamente la situación de Bosman. El mediocampista belga pensó que el conflicto se resolvería de manera más o menos rápida y confiaba en poder seguir jugando en cuanto este se resolviera. Sin embargo, el proceso terminó demorando casi cinco años en alcanzar una resolución y esta fue mucho mas allá de lo que Bosman esperaba.

    Las conclusiones de la Corte Europea de Justicia dieron la razón al jugador en cuanto a la posibilidad de movilidad laboral de los futbolistas dentro del continente. La corte dictaminó que los jugadores podían moverse libremente entre clubes, siempre que pertenecieran a alguna liga europea. Pero además hizo que los jugadores europeos ya no ocuparan plaza de extranjero en las ligas del continente, alineando la legislación futbolística continental con las leyes laborales de la Unión Europea. Estas medidas lograron que los jugadores se encontraran en una mucho mejor posición negociadora y que su valor de mercado creciera de manera abrumadora.

    Como recuerda Carretero, en ese mismo 1995 “se creó el llamado mercado de invierno, la posibilidad de fichar en mitad de la temporada y empezaron a brotar como hierba mala representantes, agentes, intermediarios, agencias de representación, comisionistas, relaciones públicas”. A eso se sumó el creciente interés de las televisoras por el negocio, que se potenció hasta alcanzar las dimensiones mastodónticas que tiene hoy día.

    El problema para Bosman fue que, cuando la Corte llegó a esas resoluciones, su carrera como futbolista profesional estaba prácticamente extinguida: con 31 años de edad y tras haber jugado los últimos cinco en equipos de segunda y tercera división de Francia (y es que entre los clubes, Bosman pasó a ser considerado un incordio gracias a su acción legal), el mediocampista se retiró ese mismo año.

    Después de una serie de malas decisiones empresariales, entre las que estuvo fabricar miles de camisetas y solo vender una (al hijo de su abogado, para más inri), Bosman se quedó sin los 350.000 euros que había obtenido en el juicio. Tras pasar por depresiones, alcoholismo, un largo período de desempleo y hasta un juicio por violencia doméstica con pena de cárcel, Bosman trabaja actualmente para el Fifpro (el sindicato internacional de jugadores, que tiene unos 65.000 miembros) ejerciendo de portavoz en la lucha que este mantiene con los clubes para eliminar por completo el pago a los equipos por el fichaje de jugadores. El principal argumento del Fifpro es que, tras años de ir modificando sutilmente las reglas con el apoyo de la FIFA y la UEFA, los clubes han vuelto a controlar a los jugadores.

    Sobredosis de TV.

    Otro factor que terminó por ultraprofesionalizar ese mismo fútbol que con sus reglas previas había bloqueado a Bosman, fue la televisión. El mercadeo en torno a los derechos de televisación (eso de lo que vienen hablando desde hace tiempo los capitanes de la selección uruguaya y otros futbolistas locales) fue otro factor clave en el asentamiento de las fuertes diferencias económicas entre clubes. Con la relativa excepción de la Premier League, en donde el que más cobra, el Chelsea, ronda los 145 millones de libras y el que menos, Sunderland, los 100 (datos de 2017), en ligas como la española las diferencias son abismales. En La Liga, los que más reciben son el Barcelona y el Real Madrid, 140 millones de euros cada uno, y el que menos la U.D. Las Palmas, que cobra 25 millones (datos de 2016). Si a esto se agrega el mencionado mercado de invierno, no es difícil ver cómo los equipos más ricos tienen el campo libre para reforzarse a expensas de los equipos más débiles.

    No deja de ser una ironía que en el continente donde existen más leyes antimonopolio y que protegen la competencia, sea el más feroz capitalismo desregulado el que mande y en buena medida desfigure el juego. La ironía resulta doble cuando son las ligas de EE.UU. las que apuestan por mecanismos que contribuyen a afianzar la competencia entre los clubes como mecanismo clave que asegure el espectáculo: la existencia de un draft en donde los equipos se turnan la selección de un grupo de jugadores elegibles y que sean los equipos peor posicionados en la temporada previa quienes eligen primero. También a través de la existencia de un tope salarial para esos jugadores recién llegados. Estos mecanismos varían en cada uno de los deportes que los aplican (fútbol americano, básquetbol, béisbol y fútbol soccer) pero en esencia funcionan de manera parecida en todos ellos.

    La apuesta del fútbol europeo ha sido distinta, la de generar un espectáculo en donde solo la Liga de Campeones de la UEFA resulta relativamente pareja (normal, en ella terminan jugando los equipos más ricos cada año) y en donde las ligas nacionales empiezan a resultar cada vez más “escocesas”: los ganadores son casi siempre los mismos dos o tres equipos (o el mismo, en el caso del Bayern Munich alemán y el PSG francés). Jean-Marc Bosman no pudo prever todo aquello que traería su reclamo, pero su triunfo fue esencialmente el de otros, el de las estrellas que cobran millones y el de los equipos millonarios que en su intento de sacar más huevos de oro, comienzan a atentar contra la competencia, el corazón de la gallina.