N° 1871 - 16 al 22 de Junio de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDos semanas después de la derogación de la “ley de empresas públicas”, luego del brindis de fin de año que el Herrerismo ofrecía al periodismo, el entonces presidente Luis A. Lacalle hizo un cuento que dijo haber escuchado en esos días de fines de 1992. Explicó que un calificado grupo de científicos había llegado a la conclusión de que era inminente el fin del mundo. Ante ello, reunida la Comunidad Europea, los representantes de varios países hicieron discursos de despedida y comentaron qué pensaban hacer en ese período final del universo. A su turno, el representante español anunció que viajaría a Uruguay con su familia. Sorprendidos, algunos colegas le preguntaron la razón de tal decisión. Su respuesta fue breve: “Porque en Uruguay todo pasa 20 años después”.
El cuento pretendía, quizás, explicar el porrazo político sufrido en el referéndum por la lentitud con que el país asume e incorpora los cambios que ocurren en el mundo.
Aludía al rezago con que los políticos uruguayos, inmersos en inmediatismos locales, registran y reaccionan, o dan la espalda, a un mundo siempre cambiante. Que incorpora adelantos científicos e innovaciones tecnológicas que impactan sobre los modos de producción y el mundo del trabajo, y que tarde o temprano reperfila la vida de las personas.
No se trata de un hecho nuevo. Lo nuevo en todo caso es la vorágine con que se registran hoy los cambios o la magnitud de los impactos económicos y sociales que de ellos se derivan.
El Primer Mundo, que es el mundo en el que impera un capitalismo en serio, vive una verdadera revolución producida por la aplicación de los avances de la ciencia y de la robótica. Una revolución que afecta la producción de bienes y servicios, que modifica costumbres y plantea nuevos desafíos a los gobiernos, a las empresas y a las personas.
Siempre hay sectores de punta, empresariales o académicos, que se esfuerzan por estar al día en las innovaciones y adelantos técnicos, por informarse sobre las consecuencias de sus aplicaciones. Son los que están mejor preparados para reaccionar, adaptarse a los cambios y sacar provecho de ellos.
La mayoría de los ciudadanos, menos informados, centrados en sus preocupaciones vitales, no advierten que su “distracción” les sitúa a bordo del Titanic.
El jueves 9, durante la conferencia “América Latina en un escenario de cambios económicos y políticos”, organizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo, el ex presidente chileno Sebastián Piñera se refirió a “la tremenda rigidez” y “falta de flexibilidad” de las sociedades latinoamericanas para incorporar los cambios, responsabilizando de ello a los sistemas educativos. “Estamos tremendamente atrasados para adaptarnos al mundo que viene”, advirtió.
Un mundo en el que los avances en el campo de la genética, las impresoras 3-D o la robótica tienen un fuerte impacto en el mercado laboral, cuya consecuencia determina la pérdida de miles de empleos en múltiples actividades (banca, industria, comercio, agro, etc.) así como la creación de nuevas ocupaciones.
Un estudio presentado a principios de año en el Foro Económico Mundial de Davos (“Reporte del futuro de los empleos”) anticipó que la incorporación de robots inteligentes eliminará más de cinco millones de empleos en los próximos cinco años. Estas nuevas tecnologías, destacó, van a afectar por igual a los trabajadores de los países industrializados y a los en desarrollo a menos que modernicen sus sistemas educativos.
El trabajo concluye que 65% de los niños que hoy ingresan a la escuela van a tener que trabajar en actividades que hoy no existen, por lo cual advierte que si no se les prepara desde ya para desenvolverse en ese nuevo mundo, si no adquieren más habilidades técnicas, si no se les estimula a innovar y a emprender, cuando ingresen al mercado laboral estarán amenazados por este proceso de cambios tecnológicos.
Más alarmante, quizás, un estudio realizado por el banco ING-DiBa estimó que en dos décadas los robots ocuparán 18 millones de empleos en Alemania, la mitad de los existentes hoy.
Los robots resultan más productivos y rentables. Tienen un costo inicial y requieren mantenimiento, pero no cobran sueldo ni aguinaldo, no toman vacaciones, no faltan, no se embarazan. Pero son una “bomba social” porque no contribuyen al sistema sanitario ni al previsional, con lo que agravan la sostenibilidad financiera de estas organizaciones ya afectadas por la evolución de la pirámide demográfica.
Habrá pérdida y creación de empleos, pero el balance será negativo para aquellos trabajos en los que no se requiera mayores calificaciones.
No es futurología: es un mundo que ya existe, que se impone.
En varias naciones europeas grupos de izquierda y sindicatos de orientación marxista pretenden resistir esta revolución pero no parecen encontrar la fórmula capaz de evitar sus impactos.
En un reférendum impulsado por los Verdes y la extrema izquierda, el domingo 5 los suizos rechazaron (76,9%) una iniciativa para establecer una Renta Básica Incondicional (RBI) que pretendía asegurar a cada suizo mayor de edad o extranjero con residencia mínima de cinco años una retribución obligatoria mensual de U$S 2.533 y a los menores de 18 años de U$S 634. Sus proponentes fundamentaron la iniciativa en la necesidad de “combatir la pobreza y la desigualdad” en un mundo en el que “cada vez es más difícil conseguir buenos empleos con salarios estables”. Ante la lenta recuperación de las economías europeas tras la crisis de 2007/2008 y el avance de la automatización del trabajo, existen en Finlandia, Holanda, Alemania y Francia movimientos similares, con distintos grados de aceptación e implantación social, que persiguen la aprobación de una RBI. Ignoran que se trata de un proceso irreversible.
Aunque muchos puedan sorprenderse, el problema no es nuevo. El país tiene múltiples ejemplos del inicio de estas transformaciones.
Durante la bonanza económica de la última década en Uruguay, la agropecuaria incorporó adelantos de la genética y modernizó su equipamiento productivo desplazando mano de obra poco calificada. Al mismo tiempo, requirió técnicos en distintas especialidades.
Días atrás el ex candidato a intendente montevideano por la Concertación, Edgardo Novick, comentó que de regreso de San José, en la oscuridad de la noche, observó el desplazamiento de una enorme máquina por un campo. Sorprendido, detuvo la marcha y se internó en el campo para ver qué estaba pasando. Era un viticultor operando una enorme y sofisticada cosechadora que cortaba y almacenaba a su paso los racimos de uva de las vides. La cosechadora fue adquirida por cuatro productores que se turnaban durante el día para levantar una cosecha para la que solo hay dos meses. En los cuatro establecimientos, reconoció el productor, desplazó a unos 800 trabajadores zafrales.
La última imagen que presentó el power point con que Piñera ilustró su conferencia exhibió una imagen de Charles Darwin acompañada de una de las conclusiones de las investigaciones realizadas por el naturalista inglés: “Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”.