El otro coronavirus

El otro coronavirus

La columna de Andrés Danza

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Nº 2089 - 17 al 23 de Setiembre de 2020

El 2020 será el año del coronavirus. Quedarán en la historia los cientos de miles de muertos y los millones y millones de contagiados en todo el mundo. Se harán memoriales, actos recordatorios, películas, libros y los relatos pasarán de generación en generación, como siempre ocurre con los momentos traumáticos, esos que provocan un sacudón tan grande que después nada vuelve a quedar en su lugar.

Uruguay se encamina a ser un ejemplo en el combate contra la pandemia. Hasta ahora es como si fuera una excepción, un rincón de oxígeno entre nubes densas y oscuras. La poca cantidad de contagios y de muertes lo han puesto con justicia en la vidriera internacional. Pero hay algo de lo que casi nadie habla en profundidad fuera ni dentro de fronteras. Un problema que a mediano plazo puede llegar a causar aún más daño y que pasa inadvertido porque sus involucrados no tienen poder de lobby: la enseñanza de los niños.

Para ellos, 2020 es un año desastroso desde el punto de vista académico, casi perdido. Estuvieron meses sin poder concurrir a clases ni tener contacto directo con sus maestros y sus pares. Ni siquiera pudieron seguir con regularidad ni podrán cumplir con un programa de enseñanza que ya de por sí es obsoleto y utiliza métodos de hace más de un siglo.

Y casi nada se está haciendo por ellos. Hace mucho tiempo que se hace poco y este año no fue la excepción. Hubo un cambio de signo político en el gobierno y anuncios de modificaciones importantes a la educación, pero en estos meses ni siquiera pudo funcionar correctamente el oxidado y anticuado sistema actual.

La enseñanza a distancia obligada por la pandemia de coronavirus podría haber servido para empezar a gestar un nuevo paradigma educativo, mucho más adaptado a los tiempos actuales. No más programas aprendidos de memoria, no más transmisión de conceptos que tienen décadas de perimidos, no más aulas que no se adaptan a sus alumnos y que repiten el contenido académico, tanto en Casavalle como en Carrasco, buscando que todos sepan lo mismo en lugar de enseñar cómo aprovechar al máximo las nuevas e infinitas tecnologías.

Ahora es el momento de hacerlo. Casi todos cuentan con Internet en sus casas o en los teléfonos celulares, así que la tecnología como para avanzar a un muy diferente esquema de enseñanza existe. El problema es que no hay voluntad política de hacerlo. Lo que ocasionó el confinamiento voluntario por el coronavirus y las clases virtuales fue en realidad otro coronavirus, el de los más pequeños, mucho más complicado que el original.

Todavía no está del todo claro cuáles serán sus efectos concretos. Lo que resulta un hecho es que afecta a todos los alumnos —en especial a los que se inician o están terminando el ciclo escolar— y tiene consecuencias más graves en los sectores más desfavorecidos.

Todos ellos pasarán un año entero prácticamente fuera del sistema educativo, lo que repercutirá a lo largo de sus vidas. Deberán transcurrir durante todo su periplo académico con una especie de agujero negro causado en estos meses, que seguro tendrá consecuencias negativas en los aprendizajes y en el desarrollo. Y la peor parte se la llevan los pobres.

Los números sobre la cobertura de la enseñanza pública incluidos en una nota publicada en la última edición de Búsqueda son como los informes diarios de contagiados y fallecidos por coronavirus, pero de Argentina. “Alrededor del 30% de los alumnos del país no participa en las actividades presenciales”, o sea en el espacio físico escolar, informó Pablo Caggiani, integrante del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), con base en datos oficiales.

Según un informe del CEIP sobre los niveles de asistencia a las escuelas públicas del país, al promediar agosto, la presencia en clase de alumnos de las zonas más pobres fue entre 15% y 20% menor que la registrada en los contextos más ricos. Y eso solo en las públicas. Al comparar las escuelas con los colegios privados, las diferencias son abismales, además de que en los segundos ya cuentan con clases presenciales todos los días y en las primeras, en el mejor de los casos, solo tres veces por semana.

La respuesta que dan algunas autoridades del actual gobierno a este desastre parece ser disimular lo más posible un impacto que es absolutamente inevitable. Según informó El País el viernes 11, la idea que discuten en la Administración Nacional de Educación Pública es que todos pasen de año sin calificaciones, como si aquí no hubiese pasado nada. Lo que están sugiriendo es negar ese otro coronavirus que ya está difundido, en lugar de tratar de detectar los casos más problemáticos para hacerles un tratamiento especial. No hay decisión tomada sobre esa medida, pero el solo hecho de que esté sobre la mesa, entre las opciones a considerar, es preocupante.

Otra vez, la gran postergada será la enseñanza, también en tiempos de coronavirus. Como medidas concretas, hay apenas unos cambios institucionales incluidos en la Ley de Urgente Consideración y un fortalecimiento del Ministerio de Educación en el proyecto de Presupuesto quinquenal. El problema es muy profundo y necesita acciones mucho más extremas, parecidas a una revolución, que sigue estando lejos.

Muchas veces se intentó en el pasado y siempre fracasó. Germán Rama lideró una propuesta de reforma educativa a fines de los 90, pero los avances fueron escasos. Tampoco tienen logros importantes para exhibir al respecto los gobiernos del Frente Amplio en esa materia. El expresidente José Mujica suele decir con razón que el educativo fue uno de sus mayores fracasos, y su colega Tabaré Vázquez procuró cambiar el ADN educativo y solo logró fortalecer el viejo. No hay políticas de Estado, naufragan todas las modificaciones sugeridas y los resultados son cada vez peores. Ganan siempre los sindicatos y el status quo.

Por eso se debería actuar con mucha más firmeza. La pandemia de coronavirus tendría que ser un impulso para poner a todo el sistema educativo patas para arriba. Fracasar una vez más en esa materia es seguir caminando hacia la decadencia. Se podrán concretar muchos cambios en otras áreas, algunos incluso muy buenos, pero si no enseñamos para el futuro lo único que vamos a hacer es repetir el pasado. Y en eso los uruguayos somos especialistas.