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    El pasado reciente

    Marzo. Nuestro país ha encarado decisiones colectivas respecto a los acontecimientos de su pasado traumático sin tomar en cuenta todas las consecuencias que acompañan esas decisiones, las cuales serían naturalmente otras si otros caminos posibles se hubiesen elegido.

    En el correr del mes de setiembre del año pasado fue descubierto y desenterrado un esqueleto humano en el enorme predio del cuartel de Infantería Nº 13, allá en la avenida de las Instrucciones. Temí entonces que el caso se fuera a utilizar para las elecciones que se venían encima, pero eso no sucedió y nada más hemos sabido. Aprovecho pues esa calma para reflexionar sobre el asunto.

    En un tiempo en que era riesgosa la mera mención de los sucesos aberrantes acaecidos en los predios militares, yo escribía con frecuencia y con indignación sobre esa herida que estaba envenenando al país. Después dejé de hacerlo porque el tiempo del Uruguay dejó de ser aquel tiempo de arbitrariedad y agresividad. Sobrevino otro tiempo. No obstante lo cual, alguna cosa (que, en esta materia, nunca es poca cosa) de aquel tiempo quedó enterrada en este, que es el tiempo de hoy.

    La ofensa, el dolor inexplicable y la ausencia sin consuelo de los familiares de los desaparecidos en aquel tiempo son comprensibles, justos (si a esta altura eso pudiera ser un consuelo) y son para siempre. Buscar los restos escamoteados es reclamo justo de sus familiares. También lo es de la sociedad donde viven esos familiares, y corresponde habilitar los medios para llegar a un entierro digno y definitivo.

    Pero esta sociedad, la de este tiempo, la que vivimos ahora, transcurre en otro tiempo. Aquel tiempo de desborde y oscuridad ya pasó. Pasó porque el tiempo es un caminar sin pausa y deja cosas para atrás. El modesto espejo del baño nos deja claro que ni nosotros ya somos lo que fuimos, que a nosotros mismos nos pasó el tiempo.

    El reconocimiento del tiempo es una parte importante en los procesos sociales: reconocer los rasgos del tiempo en que se vive y su distancia respecto al tiempo que se vivió. Las equivocaciones en este aspecto desorientan a las sociedades. Equivocaciones tanto en el olvidar como en el no poder olvidar y en cuándo sea el tiempo de una cosa y el de la otra.

    Para este asunto de los tiempos, las civilizaciones que componen nuestro mundo de occidente incorporaron en sus códigos el instrumento jurídico de la prescripción del delito. Consiste en que el mero trascurso del tiempo, solo eso, sin que medie acto o reconocimiento alguno de parte del delincuente o infractor, extingue la pena y la obligación de persecución de parte del Estado o de las autoridades. El propósito de este dispositivo era que si la transgresión o la ofensa no habían podido tener en su tiempo una resolución condigna (ante un tribunal o un juez), que los reclamos no se prolongaran hasta fuera del tiempo, hasta la eternidad. El tiempo del reclamo se cortaba, se extinguía, al cabo de un lapso que cada sociedad juzgaba suficiente, y dejaba a esa sociedad desembarazada para seguir adelante en un tiempo que ya era otro y otros los contemporáneos.

    Algunas escuelas o corrientes modernas de derecho han abandonado esa concepción y sostienen que los delitos de lesa humanidad (sin coincidir en cuáles sean) son imprescriptibles. Postura esta que justifican en lo intolerable que puede llegar a ser que un tirano sanguinario muera de viejo tranquilamente en su cama. Pero hay que reconocer que por este camino, en que se procura evitar esa consecuencia indignante, se producen también otras consecuencias. Para estos juristas el tiempo no se toma en cuenta, no corre o no existe. Quiérase o no, el tiempo –categoría sustancial de la vida humana– existe y corre, tanto para estos juristas como para aquellos delitos horribles llamados de lesa humanidad. Y corre el tiempo para la sociedad donde todo eso tiene lugar y se procesa.

    En los hechos, el Uruguay ha hecho suya la doctrina de la imprescriptibilidad de aquellos delitos del tipo del que produjo el cadáver desenterrado en setiembre en el 13 de Infantería y los precedentes. Eso quiere decir que el tiempo de esos hechos, ocurridos en otro tiempo diferente del Uruguay, va a pasar a este tiempo del Uruguay de hoy, y va a seguir y seguir para siempre, por todos los tiempos y generaciones.

    Pero, como la eternidad no es lo nuestro y el tiempo sí lo es, será el tiempo quien recuperará las cosas que se pretendieron retirar de él. En un tiempo que vendrá, pasada una X cantidad de años, la tarea proyectada para durar y no extinguirse nunca se habrá desvanecido por la obra inexorable del tiempo. Hubiera sido mejor marcarle una fecha de finalización (prescripción) antes que mirar cómo el tiempo se lo carcome indefectiblemente.

    El camino de la imprescriptibilidad no es disparatado: solo que tiene consecuencias. El otro camino que el Uruguay tenía abierto para alcanzar el mismo propósito era el perdón. Habiéndose cumplido en tiempo útil (esta es la clave) el pasaje ante un juez sin encontrar a los culpables sobrevendría el del perdón. Ese camino no se tomó; es una decisión respetable: no es fácil elegir en asuntos de tanto dolor e indignación.

    Pero el camino del perdón (que otros pueblos tomaron, como es el caso de Sudáfrica con Mandela) fue descartado en nuestro país por motivos equivocados o invocaciones defectuosas; en todo caso por no entender qué es el perdón. Se dijo que perdonar era debilidad o cobardía. Bien entendido es al revés: el perdón es fortaleza. Se dijo que era imposible el perdón si el culpable no lo pedía, si el Ejército o los militares no pedían perdón. Plantear este requisito también muestra no haber entendido. El perdón es un acto generoso y espontáneo del ofendido que este extiende sin otro requisito o fundamento que la grandeza de ánimo que lo impulsa: no es un trueque ni está condicionado a contrato o intercambio alguno.

    Un gobierno, creo yo, no puede perdonar –se trata de un acto personal­– ni puede obligar a nadie a hacerlo: solo puede establecer la fecha de la prescripción. Pero la sociedad puede generar en sí misma un clima favorable al camino del perdón. Eso no supone tergiversar o minimizar lo que sucedió, sino desplazarlo de las tareas que la sociedad tiene presente para este tiempo de ahora que no es el mismo tiempo de antes. El tiempo vuelve a entrar como factor importante.

    El camino elegido por nuestro país fue el que conocemos. Lo que fue ya fue; aunque pudo haber sido diferente ahora no se puede cambiar. Pero se puede tratar de entender en todas sus posibilidades, las que efectivamente se tomaron y las que se dejaron. Es un modo de conocernos mejor.

    Juan Martín Posadas