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    El poder de los símbolos

    N° 1971 - 31 de Mayo al 06 de Junio de 2018

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    Que la comunicación en la política juega un papel fundamental lo sabemos todos. También es más que evidente que la izquierda populista de América Latina se ha manejado muy bien en este terreno.

    En referencia a esos aspectos, el analista político argentino Juan Germano explicaba la última semana en el programa Desde el Llano, del canal TN, que el manejo de los símbolos es fundamental para condicionar el comportamiento de la ciudadanía. Su explicación venía especialmente a cuento porque fue en los días en que el gobierno de Mauricio Macri decidía (o se veía obligado a) recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI).

    Al tomar esa medida, la administración de Macri enseguida se vio acorralada porque había tocado uno de los símbolos más obvios: el Fondo es malo y representa las garras del orden internacional explotador. No se necesitan argumentos, razonamientos ni estudios al respecto, porque esa idea con el tiempo se convirtió en una verdad intocable. ¿Cómo se llegó a ese punto? En parte gracias a un trabajo de comunicación que la izquierda viene llevando adelante hace mucho tiempo.

    Pero no solo la izquierda compra este supuesto axioma ni se adhiere de forma irracional a esos símbolos que parecen intocables. De hecho, en Argentina, la popularidad del presidente luego de su acuerdo con el FMI se desplomó no solo entre los kirchneristas, sino también entre quienes lo votaron.

    La característica principal de símbolos satanizados como el FMI es que no responden a una vivencia personal ni a un razonamiento propio. Son construcciones impuestas desde afuera, aceptadas como afirmación de una corriente que es conveniente seguir.

    Hay pensadores que se refieren al término en inglés rote thinking, que no tiene un traducción simple, pero sería como una especie de “pensamiento mecánico”.

    Lo cierto es que cada vez está más extendida, también en Uruguay, esa aceptación de una serie de ideas impuestas por determinados grupos sociales, que no requieren una confirmación propia a través del raciocinio. Y cuando las personas se manejan con esa serie de creencias emocionales, razonar con ellas es prácticamente imposible.

    En su libro Al rescate de un liberalismo perdido, el exministro de Economía Ignacio de Posadas inicia su introducción diciendo que en la sociedad de hoy “ser liberal es un quemo”. Ese es otro de los símbolos creados por el manejo comunicacional de la izquierda regional. En realidad, como la palabra liberalismo gozaba de alguna simpatía, se le agregó el “neo” para desprestigiarla. Surge así el neoliberalismo, que funciona como un sinónimo del mal para machacar con él hasta hacer que alguno de sus defensores intente salir a rescatarlo, una proeza nada fácil.

    La ley de lemas sufrió un acoso similar en los últimos años de su aplicación para la elección presidencial y formó parte de ese grupo de símbolos irracionales. La campaña a favor de las candidaturas únicas contra la confusión que supuestamente creaba esa ley fue muy intensa desde sectores más a la izquierda.

    Lo interesante en este caso es que una vez instalado el tema en el sentir popular, su derogación no necesitó ser impulsada por el Frente Amplio. Fue tomada por los partidos tradicionales para asegurarse de que pudieran ganar otra elección, aunque fuera por última vez. Recordamos de esos tiempos un editorial de Washington Beltrán en El País haciendo una última defensa a la ley de lemas, ya resignado a que contra la satanización creada, su derogación era inevitable.

    Volviendo al análisis de Germano, el argentino explicaba que los símbolos son creaciones irracionales y solo se pueden enfrentar con otros símbolos, los propios de quienes tienen una postura diferente. En la campaña de Cambiemos encabezada por Macri se empleó la consigna ­—entre otras— “No queremos que nuestro país termine como Venezuela”. Este caso es interesante, porque existen sobrados argumentos racionales para explicar que semejante afirmación era cierta en el momento (y lo es hoy), pero su utilización como símbolo simplificado, con su poder irracional, resultó mucho más eficiente.

    Hoy, en momentos de recreaciones idílicas del pasado uruguayo y de medias mentiras que se terminan asumiendo como la verdad, tenemos que prestar atención a la creación de otra suerte de símbolo, o quizás la palabra “mito” aplicaría mejor en este caso: que la dictadura militar se inició en 1968. Todos sabemos que es una gran mentira, pero algunos de los que están a cargo del gobierno creen que con el tiempo podrán hacer que esto cambie. Ojalá que este no sea un nuevo caso en el que se impongan los símbolos y que podamos avanzar hacia un país más auténtico y menos estigmatizado.

    ?? Una idea peligrosa