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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáComo doctora en Medicina y residente de Psiquiatría (además de magíster en Ética Global y Justicia), escribo esta carta para proponer un thought experiment, como suele decirse en la jerga filosófica.
Invito al lector a imaginar que es un médico de familia que se encuentra trabajando, túnica puesta y estetoscopio al cuello, parado en el pasillo de un policlínico, con acceso a dos consultorios.
En un consultorio hay un paciente con una enfermedad psiquiátrica crónica que no condiciona su capacidad legal, que manifiesta deseos de muerte. Como motivos, manifiesta que la vida no tiene sentido, que no aguanta más, desesperanza y soledad. Este paciente tiene, además, una enfermedad autoinmune, en seguimiento con su internista, actualmente controlada.
En el otro consultorio se presenta un paciente que habitualmente va a repetir medicación, portador de una enfermedad degenerativa, que manifiesta al ingresar al consultorio deseos de muerte. Como motivos refiere que no tiene sentido vivir así, que no aguanta más, desesperanza y soledad.
¿Qué haría usted, lector, si fuese ese médico, en un país con eutanasia disponible? ¿Cómo evaluaría qué muerte prevenir y cuál provocar?
Los médicos hemos sido formados y entrenados para curar cuando se puede, aliviar cuando no y acompañar siempre. Actualmente, en la sociedad que conocemos, acompañamos y apoyamos a nuestros pacientes para sustituir sus proyectos de muerte por sus propios proyectos de vida. Cuando el sufrimiento es intratable, contamos con protocolos de sedación, en manos de equipos especializados en cuidados paliativos.
La medicina es democrática, igualitaria. Atendemos y cuidamos a sanos y enfermos, jóvenes y ancianos, pudientes y vulnerables, por igual. ¿Qué métricas empezaría a usar el colectivo médico para separar las aguas entre pacientes en quienes hacer prevención del suicidio y pacientes a eutanasiar?
La única respuesta no problemática a la pregunta “a qué persona puede matar un médico” es “a ninguna”. No tenemos una varita mágica, no somos dioses, no ordenamos vidas por orden de dignidad. En los países con eutanasia legal, las muertes por esta causa no dejan de ascender, llegando a miles por año (como en Bélgica y Holanda). Y es que, con los escasos minutos con los que contamos por consulta, ¿qué médico podría problematizar junto con el paciente el uso de un supuesto “nuevo derecho”?
La realidad no tiene por qué ser perfecta para ser suficientemente buena o mejor que la alternativa. La eutanasia legal solo pone más peso sobre los más vulnerables y ofrece una cortada que exonera a la sociedad de su verdadero deber: el correcto cuidado de las personas que sufren, de las que están solas, de las que precisan ayuda.
Dra. Agustina da Silveira Dieste