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    El silencio de los buenos

    N° 1965 - 19 al 25 de Abril de 2018

    , regenerado3

    En mi columna de hace dos jueves advertía que las cosas venían mal y que se verificaban una serie de extremos que hacían presumir, con un alto grado de probabilidad, que los tiempos futuros no serían buenos.

    La semana pasada se conocieron noticias que confirman rápidamente mis vaticinios. El desempleo llega al 9,3% —la tasa más alta desde hace más de una década— y en la educación pública tres de cuatro estudiantes no terminan el liceo. Son dos datos graves de por sí, pero que —a su vez— están íntimamente relacionados. En tiempos en que se verifica un avance tecnológico que amenaza el empleo en muchos sentidos y cuando resulta obvio que los requerimientos laborales impondrán cada vez más preparación y capacitación a los trabajadores, un país que destruye su educación pública y condena a sus jóvenes a la marginación, decreta —inexorablemente— su precario destino laboral. Esta realidad permite afirmar, también, que la baja del Índice de Pobreza que los gobiernos del Frente Amplio festejan como uno —casi el único a esta altura— de sus logros, será inevitablemente afectada; con menos empleo y —sobre todo— con menos empleo en los sectores menos pudientes (donde la tasa de desempleo llega al 23,9%), no hay manera objetiva de seguir bajando el Índice de Pobreza ni de evitar, a mediano plazo, su inexorable suba. Vamos por mal camino.

    Pero hay otras perlas que confirman este triste deterioro. Todos fuimos testigos en su momento de enunciados grandilocuentes: los gobiernos del Frente Amplio serían un ejemplo de moralidad y rectitud pública, según una premisa amenazante de Vázquez, quien afirmó que “al que meta la mano en la lata le cortaremos la mano”, o según una definición casi profética de Sendic, quien dijo que “si es corrupto, no es de izquierda”. La semana pasada el mismo Sendic estuvo de “visita” por un Juzgado Penal, donde se tramita una causa en la que se pide su procesamiento por varios delitos, declarando —en una clara burla a la Justicia y a todos los uruguayos— que los comprobantes que demostrarían su inocencia se “perdieron en Ancap”; en la misma semana, la Jutep informó que el legislador De León, del mismo sector político de Sendic, habría realizado una gran cantidad de gastos con la tarjeta corporativa de Alur, por montos significativos, que serían irregulares. Lo grave y peculiar no es solo la corruptela que demuestran estas conductas (sin que por ahora a nadie le hayan cortado la mano), ya que actitudes de este tipo pueden existir también en otras tiendas, sino el vergonzoso silencio oficial e institucional del Frente Amplio y del propio gobierno, que no han condenado estas desviaciones como corresponde. Este silencio suena a complicidad o al menos a tolerancia, lo que en todo caso es inadmisible. Considerando —a su vez— las cosas que se informa pasan en el Mides, ASSE y en los hospitales públicos, todo hace suponer que, a la brevedad, “habrá más informaciones para este boletín”.

    A mi juicio, con todo, sin desconocer las cosas graves y determinantes que hemos referido anteriormente, el legado más pesado y difícil de revertir que nos dejará el Frente Amplio, como consecuencia de la postura ideológica de —al menos— buena parte de sus sectores que tiene su fuente de inspiración en la oscuridad decadente del comunismo y en la peor versión del socialismo, es el enorme deterioro que estamos sufriendo, en general, en el terreno de las actitudes, en la elección de personas o premisas referentes, en la definición de objetivos tanto personales como de país y, en definitiva, en la consideración de principios y valores esenciales.

    Muchos uruguayos se han acostumbrado, tristemente, a la mediocridad como regla; a igualar para abajo; a vivir de un asistencialismo permanente que no les otorga oportunidades de superación, pero los convierte en botines electorales; a despreciar o desconocer el éxito personal y el afán de superación; a tomar referentes que no son imagen de nada saludable o destacable; a considerar que el vivo es quien incumple, no trabaja ni estudia ni se esfuerza en nada y que el bobo es el correcto, el trabajador o estudioso que se esfuerza sanamente por lograr un destino mejor.

    La apuesta a la excelencia ya es cosa del pasado o patrimonio exclusivo de algunas personas despreciables por su “ambición” o “afán consumista”. Se ha perdido respeto, identidad y motivación sana y genuina, aceptando la mal entendida “viveza criolla” y hasta la propia ordinariez, sin premiar los valores destacados ni condenar con firmeza las conductas decadentes. El sentido del bien y del mal se ha relativizado, la verdad es un valor poco apreciado, la vigencia plena del derecho se considera una exigencia burguesa y se transmite odio y resentimiento de clase, impulsando la división y confrontación de los uruguayos. Se acepta en general una visión hemipléjica y falsa de la historia reciente, convirtiendo en héroes o ídolos nacionales a quienes se levantaron en armas —ya en 1963— contra una democracia ejemplar. Ni siquiera muchos parecen sentir vergüenza cuando un presidente de este país reconoce que “ha cambiado a presos de Guantánamo por naranjas”, o cuando define como “cajetillas” a los cientos de miles de personas que viven en Pocitos.

    Este especial deterioro no será fácil de revertir. Algunos parámetros económicos se pueden cambiar para mejor —haciendo las cosas bien— en relativamente poco tiempo, pero esta triste forma de ser, pensar y actuar de muchos uruguayos solo se podrá cambiar en mucho tiempo, casi diría varias generaciones, porque requiere de educación, aprendizaje y nuevas costumbres. El enorme mal está hecho y no será fácil de erradicar. El Uruguay culto, tolerante, humanista y amistoso ya prácticamente no existe; ahora nos divide y enfrenta el peor veneno sembrado por la izquierda radical.

    Para que el cambio sea posible, aun en varias décadas, se requerirá un esfuerzo tremendo. Parte de ese esfuerzo corresponderá que sea liderado por integrantes del sistema político, pero el resto de la sociedad, los uruguayos de a pie, no pueden permanecer omisos o indiferentes en estas circunstancias. Es hora de dejar las “zonas de confort” y mirar más allá de la propia realidad personal. Si nos quedamos quietos y nos encerramos meramente en una comodidad propia cada vez más limitada y frágil, seremos finalmente testigos del fin del país que conocimos y condenaremos a nuestros hijos y nietos al inexorable destino —que ya sufren muchos— de emigrar a otras tierras a vivir y luchar por el bienestar y el desarrollo personal que nuestro país les estará negando.

    Ante esta encrucijada fatal siento que muchos aun no asumen que son las ranitas del cuento y siguen ignorando, o negando, los riesgos que se corren. Espero que reaccionen a tiempo y sumen, desde cualquier ámbito del quehacer nacional, con valentía cívica, su voz crítica y denunciante. No hay mucho tiempo más; nos estamos jugando el destino del país.

    Como dijo una vez Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”.

    ?? Merecemos algo mejor