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    El tango… ¡firme!

    N° 1965 - 19 al 25 de Abril de 2018

    , regenerado3

    Durante gran parte de la llamada Guardia Vieja —fines del siglo XIX, la década de 1910 y parte de la siguiente— numerosos autores compusieron tangos en honor a militares, batallas, gestas y actos heroicos. En esa época fue cuestión natural, y hoy materia común de historiadores, aunque hay quienes lo ignoran o malinterpretan.

    Lo interesante es la cantidad de obras con ese origen, muchas de las cuales se siguen tocando porque son obras fundacionales de lo que sería, a partir de la renovación inicial, la primera etapa del tango clásico.

    Por ejemplo, mucha gente continúa bailando al ritmo de versiones —algunas admirables, como las de Troilo o Pugliese— de un tango originariamente titulado Sexta del R.2, creado en 1918 por Peregrino Paulós, que nació en Brasil y vino niño a Buenos Aires, y que más tarde cambió al definitivo nombre de Inspiración, una maravilla de fusión entre melodía, ritmo y armonía. A este tango, años después, le puso letra Luis Rubinstein, muy afecto, como Pascual Contursi, a hacerlo sobre músicas ajenas y si el autor había muerto, mejor. Solo lo grabó Magaldi e Inspiración se sigue tocando instrumentalmente porque esa letra nada tiene que ver con la intención del compositor: homenajear a un regimiento donde su hermano había cumplido el servicio militar.

    Posiblemente, el autor más prolífico de este tipo de tangos haya sido Alfredo Antonio Bevilacqua —aquel del nacimiento traumático en un tren a Retiro, cuando una maniobra brusca indujo el parto a su madre— y que fue llamado por muchos “el gran padre de la Guardia Vieja”. Bevilacqua compuso su obra mayor, Emancipación, como homenaje a la independencia de Chile, donde tenía gran cantidad de amigos. Antes había hecho Reconquista, para brindar honores a Liniers, que hizo rendir a los ingleses en 1806, y Cabo Cuarto, dedicado al teniente general Domingo Cedeyra, un héroe de la resistencia durante la invasión británica.

    También figuran en esta abreviada lista verdaderos clásicos en la historia del tango como Maipo, creado por Eduardo Arolas en 1918, al cumplirse el centenario de la batalla que lleva ese nombre. Un crítico escribió en aquel tiempo —y la opinión se mantiene entre especialistas—:

    —Notas que erizan la piel. Melodía estremecedora. Dolor con orgullo.

    Incluso, uno de los más destacados fue un uruguayo hoy injustamente olvidado, Alberto Rodríguez, bandoneonista nacido en Tacuarembó, quien es considerado “el maestro de Minotto di Cicco” y que, todavía joven, se mudó a Buenos Aires, tocó con Fresedo y compuso otros temas considerables: Acuarelas, Flores, Del pasado, Percantina y Tus ojos. Es autor de En la línea de fuego, inspirado en la Guerra de la Triple Alianza.

    Y hay varios autores reconocidos que conviene rescatar. Carlos Hernani, un violinista y flautista gran amigo de Arolas, escribió Chacabuco, aludiendo a la batalla del 12 de febrero de 1817 en la que San Martín derrotó a los españoles; Pedro Sofía compuso Dos en línea para sus camaradas conscriptos de la generación de 1900 e hizo otros tangos que han sobrevivido, caso de Bordoneando, Echale arroz a ese guiso y El archivista; Arturo de Bassi aportó El recluta, dedicado a sus amigos de la conscripción; Sargento Cabral es de Manuel Campoamor, por el soldado que salvó a San Martín a costa de su propia vida; Curupaití, que fija su homenaje en la localidad que existió en Paraguay con ese nombre, y donde los nacionales, en inferioridad numérica, rechazaron el ataque de las fuerzas de la Triple Alianza, y Juan Pacho Maglio compuso Tacuarí y lo grabó con su propia orquesta, recordando la heroica acción de Manuel Belgrano poniendo en retirada a los españoles con apenas un puñado de soldados mal armados.

    Hay también tangos —como Cancha rayada, de Alejandro Rolla, quien escribió un método de estudio primario de bandoneón y fue violinista y compositor— que hacen referencia a dolorosas derrotas, como la de las tropas independentistas ante los realistas en cercanías de la ciudad de Talca.

    Y creo que vale la pena cerrar esta columna con el recuerdo de Arnaldo Barsanti, un intelectual, director y compositor teatral que admiraba la música clásica pero se enamoró del tango, dirigió el Quinteto Polito, compuso Centinela alerta y otros temas alusivos a lo militar, aunque también tiene el honor de haber escrito la música de la obra Las de barranco.

    Terminó sus días como cónsul argentino en Alemania, antes de iniciarse la II Guerra Mundial.