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    El tiro del final

    N° 1959 - 01 al 07 de Marzo de 2018

    Un hombre querible. Un instrumentista, director de orquesta y compositor de los mejores en la edad de oro de la década de 1940, que ayudó a reverdecer el tango en años siguientes, cuando su popularidad fue comprometida por la competencia de ritmos foráneos, reimpulsando a los arregladores.

    Y un entrañable amigo de Uruguay, no solo por sus repetidas visitas, sino por haberle abierto Buenos Aires a Julio Sosa, haber grabado placas magníficas con nuestro Federico Silva y, durante una gira a Japón, lanzar al estrellato a un juvenil Gustavo Nocetti.

    Pero en su plenitud, a los 66 años, el mediodía del 25 de diciembre de 1983, tras pasar la Nochebuena en la casa familiar de Cabildo al 1500, puso fin a su vida de un tiro, deprimido por haber confirmado que padecía una enfermedad terminal.

    Pérdida irreparable e interrogantes. Nadie debería juzgarlo.

    Armando Pontier —nacido Armando Francisco Punturero, en Zárate, el 9 de agosto de 1917— recibió su primer bandoneón y lecciones del maestro Tizzi con apenas cinco años de edad. Ni sorpresas, ni dudas: cualquier músico dirá que, para dominar este instrumento tan complejo, cuando antes se empieza es mejor; siempre, claro está, que la rigurosidad del aprendizaje no se detenga y que la pasión del niño aumente al ritmo de su crecimiento.

    Poco después, el maestro Juan Elhert le dio clases de solfeo, armonía y composición. Y un dato no menor: sus amigos en la escuela fueron Héctor Stamponi, Enrique Francini y Cristóbal Herreros.

    Vivió una adolescencia y primera juventud que lo enamoraron más del tango: años de bohemia y sueños, pensiones modestas, afectos perdurables y vacíos bolsillos.

    Profesionalmente comenzó en 1939 nada menos que con Miguel Caló: ¡22 años y acompañado por los mejores! Fue en esa época que comenzó su etapa de compositor, que lo llevaría a crear varias obras inolvidables; y, qué coincidencia feliz, Aníbal Troilo estrenó y grabó una de las primeras: Milongueando en el cuarenta. En 1945, y en buenos términos, se separó de Caló y con su amigo Francini formaron la orquesta que llevó ambos apellidos, considerada como una de las más trascendentes experiencias musicales de ese tiempo: el grupo debutó en Tango Bar, con las voces de Alberto Podestá y Raúl Berón. La orquesta duró diez años, durante los cuales grabó 130 temas, algunos excepcionales como Olvidao, Chiqué, Nunca tuvo novio, A la Guardia Nueva y Tema otoñal.

    Promediando 1955, Pontier formó su orquesta propia, con Julio Sosa como cantor principal, acompañado de Roberto Florio y luego Oscar Ferrari, y con radio Belgrano de escenario inalterable, actuaciones que complementaba con la animación de los bailes del Centro Asturiano y las temporadas de Carnaval. Así transcurrió casi otra década; al cabo, fue tentado a incorporarse a la Orquesta de las Estrellas dirigida por Miguel Caló. Un cálido reencuentro que duró poco. En 1966 Pontier rearmó su agrupación ante el pedido del público y, a sus éxitos en Argentina y Uruguay, agregó los primeros viajes a Japón. Inquieto, creativo, siete años después volvió a juntarse con su amigo Francini, creando un espectáculo impar, con los arreglos de Argentino Galván y el agregado de la voz de Alba Solís en su mejor momento, para volver, en varias ocasiones, al lejano Oriente. De esas peripecias se benefició Gustavo Nocetti en 1982, que ganó un espacio de privilegio por indiscutidos méritos propios.

    Fue el tiempo, también, de la asociación con Federico Silva, con quien grabó 14 obras en una placa con la voz de Goyeneche, entre las que resaltan Déjame verte, Sin estrellas, Murga de pibes, Hasta siempre amor, Qué falta que me hacés y Vos y yo corazón.

    Pontier participó de la película La diosa impura, de 1964, con la dirección de Armando Bó y la sensual Isabel Sarli en el papel principal.

    Como compositor, dejó obras incontables, tanto instrumentales como con poetas de la talla de José María Contursi, Homero Expósito, Cátulo Castillo, Carlos Bahr y otros, pero merecen destaque Margo, Trenzas, Tabaco, A los amigos —posiblemente su creación mayor—, Anoche, A Zárate, Pichuco, Pecado, la milonga Bien criolla y bien porteña, Claveles blancos y A tus pies bailarín.

    Decidió el tiro del final en su plenitud. Pocos años antes había dicho:

    —Al tango no se lo puede explicar. Viene con uno… Se lo lleva dentro de la piel. Por eso es que nosotros, cuando estamos en el extranjero y oímos un tango, sentimos deseos de llorar…