Nº 2246 - 12 al 18 de Octubre de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“El verdadero carácter de una sociedad se revela en el trato que da a su niñez”. La frase pertenece al extinto presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela. ¿Cuál será el carácter entonces de nuestra sociedad?
Preocupados como estamos por la inseguridad, podemos apelar a otra frase, pero del premio Nobel de Economía, James Heckman: “Invertir en la educación infantil es la mejor estrategia contra el crimen”.
¿Qué tanto apostaremos entonces como sociedad para enfrentar el crimen por otra vía que no sea la represión, el encierro y la visión exclusivamente policial de este asunto que, según las encuestas, es el que más preocupa a los uruguayos?
Se dieron a conocer hace algunos días los datos de pobreza del primer semestre del año. La incidencia de la pobreza durante el primer semestre fue 10,4%, similar a la del mismo período del año pasado, que había sido de 10,7%. Las tres décimas de diferencia están dentro del margen de error fijado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Los índices de pobreza están aún por encima de los del primer semestre de 2019, prepandemia (8,6%).
Esta pobreza, medida por ingreso, muestra en cambio que entre los menores de seis años fue de 20,9%. Entre los niños de seis a 12 años la pobreza fue de 19,4% y entre los de 13 a 17 años fue de 18,3%. Los niveles son menores para la franja de 18 a 64 años (8,9%) y muy bajos en la población mayor de 65 años (1,8%).
“La pobreza en Uruguay tiene rostro de niño y también de mujer”, repite, siempre que puede, el sociólogo Gustavo de Armas, asesor en planeamiento estratégico de Naciones Unidas en Uruguay. Según sus datos, los niños y los adolescentes uruguayos representan el 44% de la población que vive por debajo de la línea de pobreza. Casi la mitad de los pobres uruguayos son niños.
Y siempre teniendo en cuenta de que se trata de pobreza medida por ingreso, un dato muy parcial cuando no engañoso, ya que unas 300.000 personas que no figuran como pobres viven de manera más parecida a quienes están por debajo de la línea de pobreza que quienes están por encima de ella.
Desagregando aún más los datos, el periodista Federico Comesaña mostró que el 44% de los niños uruguayos viven en el 20% de los hogares más pobres, mientras que 8% de los niños lo hacen en el 20% de los hogares más pudientes.
Uruguay es el país con menos pobres de la región y el más equitativo. Sin embargo, esos índices de pobreza se hacen dramáticos y la equidad se vuelve una burla cuando se compara no entre sectores sociales sino entre grupos etarios.
Comesaña explicó en VTV que el concepto de infantilización de la pobreza no refiere tanto a la cantidad de niños pobres, aunque eso obviamente incide, sino a la relación de la pobreza entre los niños y otros grupos de edades.
Entonces, considerada así, Uruguay, en vez de estar en el mejor lugar entre países de la región de medición de la pobreza, está en el peor. En ningún país del continente la diferencia de ingresos entre los hogares donde viven los adultos mayores y donde viven los niños es tan desigual como en Uruguay: hay 33 veces más pobres entre los niños uruguayos menores de 6 años que entre los mayores de 65, según mediciones de la Comisión Económica para América Latina (Cepal).
El segundo país en esta lista de la desigualdad es Brasil: los niños brasileños son seis veces más pobres que los connacionales mayores de 65 años. Uruguay, 33 veces, Brasil, en segundo lugar, con seis. De acuerdo con estos datos, ningún país de la región ha tratado tan mal a sus niños en el reparto de la riqueza.
¿Por qué ocurre esto en Uruguay? Las respuestas pueden ser muchas y variadas, y si no vean el periplo que tuvo que recorrer la diputada frenteamplista Cristina Lustemberg durante seis años para que el Parlamento aprobara un proyecto para poner a la primera infancia en el centro de algunas políticas y ordenar el gasto desperdigado por decenas y decenas de organismos. Pero también ocurre por otras cosas que parecen ser la consecuencia de ese desinterés por las políticas de infancia.
¿Por qué Uruguay está tan bien rankeado internacionalmente en la medición de la pobreza total? Entre otras razones, porque destina un 9% del PIB, unos US$ 6.500 millones anuales, a pasividades.
Según la ONU, con una inversión anual de US$ 120 millones se terminaría con la pobreza monetaria en los hogares uruguayos con niños menores de dos años.
¿Parece mucho? ¿Por qué nadie se plantea que los US$ 6.500 millones que destinamos a los pasivos sea mucho? No seamos ingenuos, es porque esos adultos votan, los niños, no.
Y no solo eso: mientras muchos despotrican contra los planes sociales no retributivos, es decir, dinero que se le da a los pobres a cambio de nada, nadie levanta la voz para cuestionar que el 50% de la asistencia a las pasividades es dinero dado en ese carácter no contributivo.
A los más viejos se les da sin pedir nada a cambio y se les da mucho, pero a los pobres más jóvenes se les da y se les exige, por ejemplo, que manden a sus hijos a la escuela porque si no se les quita la Asignación Familiar.
¿Sabe usted cuánto es la Asignación Familiar por hijo?: para hogares que ganan menos de $ 49.000 es de $ 1.100 por hijo. Si entran en el Plan de Equidad (hogares vulnerables), aumenta a $ 2.200 por el primer hijo y baja de ahí para los siguientes. Chirolas. Por hijo $ 1.100, mientras que por otro lado la jubilación mínima es de $ 17.263.
¿Se va entendiendo la diferencia en el reparto de la riqueza entre viejos y niños? Con el agravante de que por cada hijo que una familia de clase media trae al mundo se multiplican las chances de que ese nuevo integrante del hogar los hunda en la pobreza por ingreso.
No será esta la vía para lograr lo que tanto necesitamos, que nazcan más uruguayos, pero tampoco será un incentivo para hacerlo. Estas desiguales políticas de transferencias asociales que sumieron en la pobreza a los más débiles entre los débiles no tienen color político. Cuando oiga un debate político por un 1% de diferencia entre más o menos pobreza, no crea nada. Todos están en el horno y, lo que es peor, no paran.
El plebiscito que el PIT-CNT impulsa contra la reforma de la seguridad social es una muestra de ello. La central sindical promueve una medida que beneficiará a los más favorecidos en detrimento de los más pobres entre los pobres: los niños. Y lo hace como si nada.
Ya bastante poca participación tiene el PIT en impulsar con fuerza políticas que beneficien a los hijos más pobres de los trabajadores, y ahora se descuelga con este delirio, que es un acto más de agresión a los más necesitados.
Este bien puede ser un resumen que pinte el carácter de nuestra nación: insolidaria con los más débiles, interesada política y electoralmente en beneficiar a los menos frágiles y carente de comprensión sobre los efectos presentes y futuros que tiene no apostar a la primera infancia, una lección que hace décadas dieron los países con mayor índice de desarrollo.
Pero nada es gratis. Buena parte de esos niños ninguneados van a quedar al margen del camino, algunos se sumirán en la depresión, las adicciones y el delito. Y los responsables políticos de que esto ocurra, quienes trataron a esos niños de manera desigual, cuando esas poblaciones jóvenes y pobres vengan por lo suyo con el mismo talante con que fueron ignorados por décadas, la solución ya repetida que ofrecerán seguro será más enérgica que el apoyo que no se les dio: represión, encierro y condiciones para que la violencia siga creciendo en esta espiral ascendente en la que solemos buscar responsabilidades en otros, en quienes no tienen el poder para tomar políticas públicas que de una vez por todas cambien la pisada. Todo esto revela una mezcla de ignorancia, insensibilidad y oportunismo electoral.