Nº 2207 - 5 al 11 de Enero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLula arranca su tercer gobierno prometiendo reindustrializar Brasil, mejorar la situación de los pobres y salvar la democracia brasileña del peligro autoritario de su antecesor (que no le pasó la banda presidencial). Sin embargo, la economía internacional, el poco margen de maniobra de las finanzas públicas y una oposición extremista serán factores que traerán riesgos para el tercer Lula y el legado que quiere dejar.
La ceremonia de asunción del tercer Lula estuvo llena de simbolismos. A la ausencia del presidente saliente Jair Bolsonaro, quien dejó el país en la víspera, el ceremonial de Lula optó por poner a “representantes del pueblo brasileño” para pasarle la banda presidencial: un estudiante negro de escuela pública, una persona con discapacidad que milita en contra del estigma, una trabajadora de una cooperativa de reciclaje, un cacique indígena y un operario.
La idea de “pueblo” es siempre una construcción de la política y está siempre en disputa. El pueblo de Lula es muy diferente al pueblo de Bolsonaro, donde abundan militares, policías, pequeños empresarios y productores rurales. Son distintos países que habitan un mismo territorio y tendrán que encontrar la manera de cohabitar.
La campaña presidencial, donde Lula posicionó su imagen como líder de un frente amplio democrático en contra de uno autoritario, y la ceremonia que empezó el gobierno tuvieron muchos elementos épicos y escénicos. Sin embargo, los problemas de la vida cotidiana tocan la puerta.
Lula dijo en su primer discurso que quiere reindustrializar Brasil y reactivar la industria naval. La construcción de buques en astilleros brasileños tuvo abultados incentivos fiscales en los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff (entre el 2003 y el 2016). Sin embargo, sin la protección de los subsidios, la industria no sobrevivió a los mejores costos que astilleros en otros países ofrecían.
¿Cómo volver a dar US$ 1.000 millones en subsidios a una industria ineficiente en un país que tiene déficit fiscal y cuya moneda se devalúa frente al dólar? Lula y su ministro de Hacienda, Fernando Hadad, no tienen una respuesta satisfactoria hasta el momento.
Otro dilema es sobre el precio de los combustibles. Bolsonaro gastó mucha plata pública en subsidios para que la gasolina no subiera de precio. Casi ganó las elecciones con esa movida. Subsidios a transportes y combustibles es siempre un tema sensible y ya causó protestas en muchos países latinoamericanos a lo largo de la historia. Si Lula quiere seguir la disciplina fiscal, tendrá que quitar los subsidios, lo que pondría en riesgo su capital político. Tampoco hay respuesta en el horizonte para este dilema.
Lula tiene sus propias ideas en a. Esas ideas suelen ser de mayor intervención del gobierno en la economía, pero el mercado financiero mira la escena con preocupación por la capacidad del Estado brasileño para pagar su (creciente) deuda pública a largo plazo. En los hechos, el mercado financiero es el que presta la plata para que el Estado siga funcionando. Si el mercado no le cree al gobierno, le cobra mayor tasa de interés para financiar los bonos de la deuda pública. Es decir, si crece la desconfianza del mercado, sube la tasa de interés.
Lula no quiere seguir la receta de los economistas neoliberales del mercado financiero y además no ganó las elecciones prometiéndoles nada, la duda margen tendrá el presidente para salir de la ortodoxia.
En entrevista a la televisión estadounidense, la jefa del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, proyectó un año malo para la economía internacional. Según estimaciones del FMI, por primera vez en 40 años, en 2022, China creció menos que el promedio mundial. China es el principal comprador de las commodities exportadas por Brasil, lo que fue un factor clave para apalancar el crecimiento de la economía brasileña durante el primer y el segundo Lula (entre 2003 y 2010). ¿Cuál será la estrategia del tercer Lula para lidiar con eso? Tampoco hay respuesta clara hasta el momento.
El tercer Lula querrá entrar para la historia como aquel que mejoró la vida de los pobres, pero las decisiones del manejo de la máquina burocrática y de la economía serán claves para su legado.
El expresidente de los Estados Unidos Ronald Reagan dijo en la década de 1980 que la excepcionalidad de su país era la orderly transfer of power. Es decir, partidos rivales perdían elecciones y pasaban el mando de manera ordenada y pacífica. Irónicamente, le tocó a Donald Trump —un miembro del Partido Republicano de Reagan— terminar con esta excepcionalidad estadounidense. En Brasil, el expresidente Bolsonaro pegó su imagen a Trump y se convirtió en un símbolo de la internacional populista de derecha.
Brasil no tuvo una invasión del Congreso a lo Trump, pero partidarios de Bolsonaro radicalizados cortaron rutas y fueron a la puerta de cuarteles a pedir que el Ejército diera un golpe de Estado. Lo hicieron basados en la teoría de la conspiración de que las urnas fueron fraguadas. El relato de los seguidores de Bolsonaro es idéntico al de los de Trump.
Bolsonaro no pasó la banda presidencial al ganador de las elecciones, Lula da Silva, sino que viajó a la Florida, Estados Unidos. La prensa y los analistas señalan que Bolsonaro se fugó por temer acciones judiciales en su contra. Como expresidente, Bolsonaro ya no tiene la protección legal de los fueros y puede tener que responder ante la Justicia por decir, en pandemia, que la vacuna provocaría sida y por sistemáticamente sabotear la fe del pueblo en el sistema de votación.
Seguidores de Trump planificaron el secuestro y el asesinato de la gobernadora del estado de Michigan, Gretchen Whitmer, una estrella en ascenso de los demócratas y posiblemente candidata a la Casa Blanca en 2024. El plan falló porque el FBI tenía un topo en el grupo. La lección para Brasil es que el terrorismo doméstico será una preocupación para el próximo gobierno.
En Brasil, el nuevo ministro de Justicia y Seguridad, Flavio Dino, un exjuez federal que gobernó el estado de Maranhão y siempre estuvo en partidos de izquierda que gravitan alrededor del Partido de los Trabajadores de Lula, ya dio señales públicas que lo tiene en cuenta.
Otro desafío de Dino en el campo de las amenazas extremistas es la infiltración de radicales en las fuerzas de seguridad mismas. En Alemania, se desbarató un plan de dar un golpe de Estado que tenía presencia de altos mandos de los militares.
Que estemos hablando de terrorismo doméstico es una señal de los tiempos en que estamos.
Mucha gente en la izquierda trabaja con la hipótesis de que lejos del poder la influencia de Bolsonaro se desvanecerá. Eso es pensamiento mágico. Bolsonaro es el líder de la derecha en Brasil (así como Trump lo es en los Estados Unidos). Esa sombra va a estar rondando al tercer Lula.
El tercer Lula asume en 2023 después de las elecciones más reñidas de la (corta) historia democrática brasileña. Su mayoría en el Congreso depende del apoyo de partidos de derecha. Sus muchas promesas en el campo de la reducción de las desigualdades y políticas sociales dependerán del crecimiento económico y de la sostenibilidad fiscal en un país que tuvo bajo crecimiento toda la última década y déficit fiscal. Además de los desafíos económicos, el nuevo presidente de Brasil tendrá por delante desafíos en los sistemas de educación y salud, la deforestación de la Amazonia, la inseguridad en los centros urbanos y una América del Sur sin ningún organismo multilateral que funcione plenamente. El tercer Lula arranca en condiciones más difíciles que el primer Lula en 2003.
Lula sabe que juega en los próximos cuatro años los últimos capítulos de su biografía. No va a querer que la última escena que le toque sea pasar la banda presidencial a Jair o a uno de los hijos de la familia Bolsonaro.
* Bastos es analista político en la consultora estadounidense Southern Pulse y magíster en Historia Económica (Universidad de Buenos Aires)