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Su mundo es de ensueño y personajes peculiares, como un hombre carnero, una adolescente de 13 años que vive encerrada en su mundo, un poeta manco que hace estupendos sándwiches (¿cómo corta el pan?) o un actor de magnética presencia aunque sus películas sean una porquería. Lo menos importante en una novela del japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949), un escritor de culto y best seller mundial que más de una vez ha quedado a las puertas del premio Nobel, es la trama. A Murakami le basta el puntapié inicial para enganchar al lector con un buen anzuelo; luego despliega una escritura clara, seductora y ramificada hacia varios costados de la vida. Y solo hay que seguirlo.
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“A menudo sueño con el Hotel Delfín”. Es la primera frase de Baila, baila, baila, la nueva novela de Murakami que ya destaca en las vidrieras de las librerías locales, escrita hace 25 años y ubicada en su vastísima obra entre “Tokio Blues” (1987) y “Al sur de la frontera, al oeste del sol” (1992). Como para no perder la costumbre, tiene más de 400 páginas.
El protagonista es un periodista a destajo, un tipo sensible, culto y solitario que se dedica a reseñar restaurantes y se define como “quitanieves cultural” en alusión a su voluntad de encarar cualquier tarea que le encarguen. El hotel en cuestión es un viejo edificio que ya no existe. Al parecer, el dueño era un sujeto taciturno y misterioso. Y como no podía ser de otra forma, recibía huéspedes extravagantes. Y los pasillos eran estrechos, el mobiliario apolillado y la decoración derruida. Una especie de quimera o sueño viviente enquistado en la memoria. Cuando el protagonista decide visitarlo, descubre que en su lugar se levanta un hotel moderno, luminoso y de cinco estrellas, que se llama igual. Al principio todo parece normal, pero poco a poco, como le gusta al escritor japonés, comienzan a suceder cosas extrañas. Y en particular en el piso 16.
Murakami siempre amó la música y le gusta difundirla en su literatura. Es algo que no puede evitar, como el aire que respira. En su juventud compró montañas de discos —aún hoy lo hace— y también fue el encargado de un boliche de jazz. Pero en esta novela hay más alusiones que nunca al rock, al pop, al jazz y al arte de los sonidos en general. Si dice que la canción “Wonderful World” de Sam Cooke (“Don’t no much about history”) es estupenda, agrega que al músico lo mataron a tiros. Si algo le parece dulce, le viene a la memoria el fliscorno de Art Farmer. Si algo es espantoso, lo compara con las canciones de Boy George. Muchas de estas referencias culturales le han granjeado tanta popularidad en Occidente como detractores en Oriente. Murakami es un escritor a dos orillas, y más cercano a la ribera norteamericana.
También imprime ese ritmo tan singular y característico en toda su obra. Los actos cotidianos de asearse por la mañana o abrir una heladera y preparar una comida, son detallados no obsesivamente pero sí con el premeditado placer de compartirlos. Su habilidad consiste en que no aburre ni hace perder fuerza a la trama. El lector disfruta semejante narrativa parsimoniosa como si lo impulsara el sostén constante de un contrabajo que fuera abriendo posibilidades a los otros instrumentos solistas. Murakami es un gran escritor. Pero en un pacto fáustico es probable que pidiera ser músico. Daría a cambio su alma, pero no su discoteca.
Otra de sus influencias “occidentales” es el cine. Hay momentos en los que compone como si fuese un cineasta, y de los que tienen predilección por los buenos thrillers. A su modo desarrolla una especie de suspenso que es patente en la dosificación de la información y se extiende hacia zonas oníricas y misteriosas. Detalla cosas como si enfocara con una cámara.
Baila, baila, baila retoma el personaje que aparecía en “La caza del carnero salvaje”, una de sus novelas menos conocidas pero de las más valiosas y fundacionales. Allí se tejió ese mundo extraño y poético, solo posible en Murakami, que luego haría eclosión en su obra maestra: “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”.
Estamos ante otro ejemplo de energía y lucidez desplegado por un escritor incansable. El secreto tal vez se encuentre en su vocación por mantener una vida sana, con buena alimentación y deporte, como la natación y en particular las extensas maratones a las que es adicto. La biblioteca Murakami tiene títulos fundamentales como “Sputnik, mi amor”, “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”, los cuentos reunidos en “Sauce ciego, mujer dormida”, “Kafka en la orilla” y “1Q84”. A veces se repite un poco, pero ¿qué artista no lo hace? Algunos lo llaman más de lo mismo; otros, estilo.
Este Murakami está por debajo de sus mejores novelas, pero como el hombre colocó el listón bien alto, se trata igualmente de un valioso libro.