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“Mi concepto favorito de la Cienciología es un mundo sin criminalidad, un mundo sin guerra, sin insensatez”, dice John Travolta, de uniforme militar. La imagen pertenece a Going Clear: Scientology and the Prison of the belief. Aunque Travolta, claro, se negó a prestar testimonio para este largometraje. La declaración, como otras, proviene de una fuente distinta. En este caso, de la pausa en un rodaje. “No conozco otro grupo en que sus metas sean tan claras”, continúa el actor, una de las celebridades de Hollywood cuya imagen lleva años ligada a la doctrina filosófica fundada por el estadounidense Lafayette Ronald Hubbard en 1952: la Cienciología.
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La institución es diseccionada rigurosamente, lejos de cualquier sensacionalismo, por Alex Gibney, ganador del Oscar por Taxi to the Dark Side, y nominado por Enron: The Smartest Guys in the Room. El documental se introduce con entrevistas a ex miembros que lograron alejarse, aunque les costó caro —el cineasta Paul Haggis, el actor Jason Beghe— y personas que ocuparon altos rangos —entre ellos, Mike Rinder, portavoz de la organización. También son entrevistados Tony Ortega, que investiga a la Iglesia desde 1995 —y por eso ha sido acosado y amenazado—, y Lawrence Wright, autor de Cienciología: Hollywood y la prisión de la fe, libro que generó este documental, producido por HBO y disponible en la web. El filme se vale de dramatizaciones, animaciones, institucionales y de un exquisito material de archivo. Como el registro del fastuoso acto de 1993 en Los Angeles Memorial Sports Arena. Allí, con una estética dispuesta como para las cámaras de Leni Riefenstahl, David Miscavige, presidente desde la muerte de Hubbard —1986—, declara haber ganado la guerra contra la Agencia Tributaria de EEUU, y haber obtenido la exención fiscal. Miscavige se dirige a la gigantesca imagen del fundador, lleva su mano derecha con los dedos militarmente juntos hacia la sien, y exclama: “Señor, ¡hecho!”.
Entrar en la Cienciología es entrar en la mente de Lafayette Ronald Hubbard. Los cienciólogos lo llaman LRH. Saludan su retrato como se saluda a un militar. Nació en Nebraska, en 1911. Hijo de un padre adicto y golpeador. Se casó tres veces, tuvo siete hijos —no reconoció a uno, decía que no era suyo, y otro, homosexual, se suicidó. Sus dos primeras esposas lo acusaron de ser golpeador. Paranoico y mitómano, tuvo una participación poco afortunada en el Ejército; mintió descaradamente sobre su papel como soldado. Padecía problemas respiratorios. Tuvo un cerebro inquieto, una imaginación prodigiosa. Récord Guinness: escribió más de mil libros. Ciencia ficción, western, ensayo, poesía, autoayuda. Y uno ellos, Dianética: la ciencia moderna de la salud mental, fue el que inició todo. El título refiere a la terapia de autoayuda que dio forma a su religión. Un set de técnicas capaz de “curar” problemas respiratorios, adicción a las drogas y la homosexualidad.
Dice Sara Northrup, ex esposa: “Él decía muchas veces que la única forma real de hacer dinero era fundar una religión”. Para no pagar impuestos. Ahí está la clave. En el documental, Northrup recuerda que con las ventas millonarias de Dianética, Hubbard se rodeó de aduladores, se convirtió en un gurú. Se la creyó. Expandió la dianética. Y nació la nueva religión. Como en The Master, de Paul Thomas Anderson. Un montón de expresiones de sus cuentos —“mente reactiva”, “skilliones”, “engramas”— fueron sembradas en sus textos científico-curativos. Hubbard desarrolló el E-Meter, una suerte de detector de mentiras que, por medio de las llamadas audiciones, mide la “masa del pensamiento”, un aliado tecnológico en la terapia espiritual.
Conociendo el poder de atracción que ejercen las estrellas de Hollywood creó el Centro de Celebridades de Los Ángeles. Fundó una revista, Celebrity. Y casi siempre desde un barco en alta mar, huyendo de Agencia Tributaria, reclutó tripulantes para la llamada Organización del Mar. Muchos entraron convencidos de que estaban cambiando sus vidas. De hecho, sucedió: algunos fueron separados de sus familias, explotados laboralmente y abusados psicológicamente.
Para quienes no estén familiarizados con la teología de Hubbard, la película ofrece un sintético resumen. El relato del origen del mundo no llega al principio, cuando el feligrés se introduce en el culto, sino años después. Tras alcanzar la claridad, el iniciado comienza el ascenso a los niveles de Operating Thetan (OT), que tiene varios grados y revela potencialidades paranormales. Para ascender en cada nivel OT hace falta realizar cursos, auditar, auditar y auditar, entregar horas, semanas, meses y años a la causa, en definitiva: pagar cantidades desconcertantes de dólares. Y entonces: la verdad es revelada.
El espectador juzgará si se trata de un disparate sincrético o si el relato refleja las enseñanzas de un camino espiritual que auténticamente busca mejorar la vida de las personas. Los testimonios son contundentes. Se intercalan con la voz del propio Hubbard, en una narración desquiciadamente enrevesada que involucra a Xenu, un dictador espacial, bombas atómicas, implantes genéticos y una Confederación Galáctica. El realizador intentó comunicarse con Travolta, Cruise y Miscavige, entre otros altos rangos dentro de la organización; todos se negaron.
Con el paso de los años, Hubbard se volvió más paranoico. Llegó a cuestionar su juicio y buscó tratar con psiquiatras. El invento de la Cienciología no solo fue una forma de hacerse millonario. También fue una vía para el autoanálisis. En los últimos años pasó miles de horas con el E-Meter buscando averiguar lo que ocurría dentro de su mente. Lo que se había presentado como la puerta de salida era en realidad la entrada a una prisión. Es algo que cada ex miembro que presta su testimonio también demuestra. Haber llegado a la Iglesia buscando la liberación para luego encontrarse cautivo. La trampa estaba dentro.
Going Clear: Scientology and the Prison of the belief. EEUU, 2015. Dirección y guion: Alex Gibney. Sobre el libro de Lawrence Wright.