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    En picada

    N° 1851 - 21 al 27 de Enero de 2016

    , regenerado3

    En febrero de 2014, “El Observador” informó que, según los resultados de las pruebas PISA, Uruguay tardaría por lo menos 20 años para alcanzar el promedio de los países que participan en esa instancia de evaluación sobre los aprendizajes de los estudiantes. Para peor, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) advertía que Uruguay no solo estaba entre los 15 países que más empeoraron en las tres materias evaluadas (matemática, lectura y ciencia), sino que además tenía “una tasa de mejora negativa” en cada una de ellas.

    Uruguay integraba la nómina de 20 países “con peores resultados” y, por ejemplo, en Matemática, los estudiantes uruguayos estaban a un paso de descender a la categoría de aquellos que “no pueden interpretar y reconocer preguntas que requieren más de una inferencia directa; no pueden usar algoritmos básicos, fórmulas o procedimientos para resolver problemas usando números enteros ni interpretar resultados literalmente”. Esto es: no pueden razonar. El BID consideró específicamente el caso uruguayo y lo definió como “preocupante”, porque “es el único país de la región que está empeorando y está acelerando su desmejora”.

     

    Esta catástrofe nacional —que hipoteca el futuro del país quién sabe por cuántas generaciones— no admite más conductas “gradualistas”. Cada día que pasa sin que se mueva una pluma en el sistema educativo representa un pequeño desastre para cientos de miles de niños y adolescentes, especialmente aquellos más desfavorecidos. La acumulación de esos pequeños desastres pone una lápida sobre esos muchachos. Y como esos muchachos serán adultos dentro de pocos años, el presente y el futuro próximo del Uruguay es cada vez más tenebroso.

    Por eso hay que actuar. No se puede esperar otros cuatro años para apostar a un cambio de partidos en el gobierno. Algo tendrán que hacer los políticos —los del gobierno y los de la oposición— para extraer de las polémicas cotidianas este asunto, en el que le va la vida al Uruguay. En 2002, en pleno apogeo de la feroz crisis económica que puso al Uruguay al borde del abismo, el entonces presidente Jorge Batlle pidió ayuda a los líderes de los tres partidos políticos grandes y les advirtió a los que se perfilaban como candidatos: “Para ser presidentes, tienen que tener país”. Esto es lo mismo: cualquiera sea el partido de los dirigentes políticos, en 2020 “tienen que tener país” para gobernar. Si las cosas continúan tal como van ahora, tendrán país, sí; pero un país lleno de burros, mendigos, drogadictos y delincuentes.

    Los diagnósticos sobre la catástrofe sobran. Ya se sabe lo que pasa.

    1 - Primaria tiene una escasa capacidad para ofrecer una educación realmente inclusiva y de calidad. Hay menos alumnos en las escuelas públicas y una cantidad adecuada de docentes. En 2002, las escuelas tenían 300.000 chicos; en 2014 la cifra disminuyó a 255.000 (1). La relación de alumnos por maestro está alineada con los estándares internacionales (21,7 alumnos por maestro en las escuelas urbanas). Además, 71% de los 10.500 grupos de primero a sexto tienen menos de 25 estudiantes. Pese a eso, 22.200 niños y niñas faltaron 40 días (perdieron dos meses de clase). En 2011, 16.700 habían faltado tanto. Estamos peor. Otros 1.500 fueron, como máximo, 70 días a la escuela. El año lectivo consta de 180 clases. O sea: hay 23.700 niños con problemas de asistencia (9,3% de la matrícula). La fractura social del Uruguay nace en este tipo de situaciones. ¿Quiénes son los faltadores? El 20% más pobre duplica las inasistencias en comparación con el 20% más rico. ¿Qué hay que hacer? Escuelas de tiempo completo para que los niños dejen de faltar, tengan más exposición pedagógica, desarrollen sus talentos y virtudes, y aprendan las normas y valores básicos para la convivencia en sociedad.

    2 - Las clases ya no tienen la homogeneidad cultural de antes: se han vuelto muy heterogéneas y el trabajo de los docentes es, por eso, mucho más complejo. En los “cantegriles” se habla de una forma y en las zonas de clase media de otra. El lenguaje que usa la clase media no llega a los 20.000 niños que nacen anualmente en hogares con necesidades básicas insatisfechas. Eso equivale al 42% de todos los nacimientos (47.000) que se registran cada año en Uruguay. En la educación, el dominio del lenguaje es la clave del éxito (mucho vocabulario, adjetivos, frases compuestas). Desgraciadamente, el lenguaje de miles de niños y adolescentes es muy restringido (vocabulario escaso, pocos adjetivos, muchos artículos y respuestas con monosílabos). La dura batalla de los docentes para lidiar con esa realidad es insuficiente para conseguir una educación inclusiva y de calidad. ¿Qué hay que hacer? Los institutos de formación docente tienen que asumir esta situación y entrenar específicamente a maestros y profesores para enfrentar ese panorama de heterogeneidad.

    3 - La gestión es pésima. Entre 2005 y 2012, el presupuesto para la educación pública fue triplicado, pero los indicadores más relevantes empeoraron. No se precisa, entonces, ni más plata, ni “6% para la educación”, ni ninguno de esos eslóganes electoralistas. ¿Qué hay que hacer? Derogar las disposiciones legales que en 2008 sirvieron en bandeja a los jefes sindicales el poder del veto. Esa mala decisión quitó a la sociedad el derecho a resolver la cuestión educativa y se lo transfirió a 400 sindicalistas. Ellos votan doble: en octubre, cuando hay elecciones generales, y luego todos los días en su trabajo. ¿Qué más hay que hacer? Pagarles mejor a los directores de los centros educativos y asegurarles autonomía para que resuelvan ellos, que son los que están en la cancha, cómo solucionar cada situación según el contexto socio-económico, la geografía, el lenguaje predominante y todas las variables imaginables que cambian, a veces radicalmente, de una escuela a otra y de un liceo a otro. No pueden ser, los directores-gestores, meros mandaderos de los consejos centrales.

    4 - Los programas de estudio en Primaria y Secundaria están anclados en viejos paradigmas educativos que ya no sirven más. En 2014, el Instituto de Evaluación Educativa (Ineed) advirtió: “En su formato actual, el currículo de la educación primaria no estructura ni comunica un mensaje suficientemente claro acerca de lo que debe enseñarse y lo que se debe aprender en cada etapa de este período de la escolaridad” y eso es “un obstáculo de enorme magnitud para el desarrollo de políticas de mejora o reformulación de la experiencia educativa”. Y respecto al Ciclo Básico de enseñanza media (primero a tercero de liceo), precisó: “los planes y programas de la educación media básica (…) mantienen una concepción clásica del contenido a enseñar, de corte temático-enumerativa, centrada en la disciplina, (…) reforzados por el ‘asignaturismo’ y por una matriz curricular dividida en un alto número de unidades, que entran en tensión con los propósitos y funciones fundamentales de cualquier educación media básica y que, claramente, van en dirección contraria a un currículo que articule teoría y experiencia en el desarrollo de diversas capacidades y que sea capaz de atraer el interés de los adolescentes a la tarea del aprendizaje sistemático”. (2) ¿Qué hay que hacer? Modificar completamente los programas que ya son inútiles, para que los adolescentes dejen de desertar y repetir, para que recobren el entusiasmo de ir al liceo y para que sientan que el liceo les sirve para algo. En vez de basarse en contenidos, el currículo de la enseñanza media debería basarse en competencias. ¿Qué competencias? Que los muchachos recuperen la capacidad de pensar autónomamente, de conducirse a sí mismos y en la vida social, de usar apropiadamente el lenguaje, los símbolos y los textos, de reaprender a interactuar con otras personas y de participar y contribuir en la vida social.

    A estos temas seguramente hay que añadir otros. Y quizá los expertos entiendan que algunos de esos otros son más priotarios que estos. No importa. Lo que no puede pasar es seguir así, observando impertérritos cómo se va por el caño lo único que puede sacar adelante a un país como Uruguay: la calidad de su gente. Esta agonía tiene que parar.

    (1) Monitor Educativo de Enseñanza Primaria. Estado de Situación, 2014.

    (2) (Informe sobre el Estado de la Educación 2014 pág. 158).