Si no lloviera, serían 15 los remeros, incluyendo a las chicas –no más de dos o tres– que le dan el toque femenino a este grupo compuesto por adolescentes del barrio de entre 12 y 17 años. Si no lloviera, la playa estaría llena de gente, prácticamente todos vecinos de la zona. A ese punto del Oeste montevideano se llega o por ómnibus o por auto. Por ómnibus, el viaje es demasiado largo y desalienta; el que tiene auto, lo saben bien los locales, probablemente opte por otras arenas. Por más lindo que sea el lugar, que Santa Catalina salga en la prensa casi siempre en noticias policiales, y que el 24,83% de su población esté bajo la línea de pobreza –el doble del promedio del departamento, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2019–, no invitan al forastero a venir.
“Para estos gurises, que no tienen capacidad de trasladarse, su único lugar de encuentro es la playa. En esa zona no hay propuestas lúdicas o físicas más allá del baby fútbol. Por eso intentamos que tengan algo más”, dice a Búsqueda Néstor Parra, coordinador de la Escuela de Mar del Oeste de la IM. Esta incluye actividades como natación o remo, desde los humedales de Santa Lucía hasta Santa Catalina, pasando por Pajas Blancas, Playa Colorada y Playa Cilindros. Este no es el verano for export. “Hablamos de un contexto económico desfavorable, complejo como todo el oeste de Montevideo. Y esta propuesta va dirigida a toda esa población”, agrega.
“Lucas atrás y Danilo adelante”, grita el guardavidas Freire a dos de los chicos a los que aún les quedan fuerza para remar. El oleaje, leve, no es lo único que los tiene cansados. Algunos de ellos, cuentan, salieron “de gira” la noche anterior. “Fueron a un cumpleaños, eso nos contaron”, dice Sanromán, el otro referente. La mayoría de ellos estudia en la UTU local, comparten códigos, peinados, el mismo tipo de tatuajes, pinta de tener que crecer rápido (y no siempre por las buenas) y la playa como casi su único espacio de intercambio al aire libre. La primera línea de casas frente a la arena es bonita; a partir de la segunda van aumentando las viviendas precarias y los caminos intransitables.
La Escuela de Mar, incluyendo también las actividades de surf o waterpolo en las playas del Este, como la Honda, Verde, de los Ingleses o Buceo, alcanzó este verano un récord de 550 inscriptos, todos participantes de forma gratuita, informa el secretario de Deportes de la IM, Marcelo Signorelli.
El de Verano es uno de los programas estandarte de su secretaría y el más importante en esta época del año. Incluye propuestas en playas, parques y plazas que comenzaron el 27 de diciembre y culminarán el 28 de febrero. Entre adolescentes, adultos mayores y personas con discapacidad, participan “entre 550 y 800 personas por día”, dice el jerarca a Búsqueda. Esto también incluye convenios con la Administración Nacional de Educación Pública, el Instituto del Niño y el Adolescente o complejos cogestionados por la propia comuna, como el Crece de Flor de Maroñas o el Sacude de Casavalle.
Otro de los remeros, Daniel, vestido con una camiseta de Peñarol, aparece tarde. No quería faltar y sus compañeros están muy contentos de verlo. “Esto para ellos es un desenchufe, cambiar de ambiente. Con la excusa del kayak, de enseñar a ‘leer la playa’ y a disfrutar y cuidarse del mundo acuático, los ayudamos a formar un grupo. De eso también se trata esta actividad”, dice Freire. Algunos son parte de ese grupo desde hace tres años, el boca a boca trajo nuevos interesados y si bien se trata de mantener un número manejable de participantes, los profesores tratan de buscarle la vuelta si la demanda es más grande, para que nadie se quede afuera. Pero hoy la lluvia arrecia y obliga a terminar la actividad temprano. Antes de perderse por las calles del barrio, los muchachos ayudan a guardar las embarcaciones que ya sienten suyas.
Zafras
Signorelli, también un reconocido entrenador de básquetbol, apela mucho a las palabras “servicio”, “comunidad” y “todos”. Si bien destaca que las actividades recreativas organizadas por la IM funcionan todo el año, en el verano se contratan 65 empleados zafrales como profesores o estudiantes avanzados de Educación Física, recreadores o supervisores. Además de la Escuela de Mar, está la de Iniciación Deportiva para niños y jóvenes de entre 6 y 16 años en natación, vóleibol o triatlón, desde Playa del Cerro a Playa Verde.
Hay actividades inclusivas para personas con discapacidad en las playas del Cerro, Ramírez, Pocitos, Malvín, como en el Prado, Parque Rivera o Parque de la Amistad. También hay todo tipo de talleres pensados para personas de más edad. Toda la programación está detallada en la web de la Intendencia. Entre lo que Signorelli más destaca –hombre de la pelota naranja después de todo – está el torneo Jr. NBA, una competencia de básquetbol entre niños y entre municipios, en el que participan unos 700 chicos, que comenzó a fines de enero y que culminará el 12 de marzo.
“La idea es llegar a todos, incluyendo a la población más vulnerable, ofreciéndoles salud física y mental. Yo te aseguro que si vas a la [playa] Ramírez un día a las ocho de la mañana y vez a un grupo de adultos mayores, socializando, ejercitándose, quedás asombrado. Y muchas de esas personas mayores están solas”, dice el jerarca.
Estas actividades son para algunos jóvenes la única posibilidad de ir a la playa en un país que se jacta de sus costas.
La playa tan lejana
“Si habremos venido seguido que ya nos conoce el de los baños”, ríe una de las mujeres –madres– acompañantes de la delegación juvenil del Complejo Municipal Sacude, del barrio Municipal de la cuenca Casavalle. Es viernes de mañana y está glorioso. Unos trece chicos, de entre 13 y 17 años, bajan del ómnibus en la playa Ramírez. Los supervisan el profesor Óscar Caffaro, dos mujeres de la Cooperativa Saberes, Elena Colman y Mariana Melo, que brinda servicios de limpieza y mantenimiento al Sacude, y un joven de 24 años, Jonathan Olivera, que cuando era menor era usuario del complejo y ahora actúa como referente de grupo. Llegan al Parque Rodó luego de recorrer los 13 kilómetros en unos 45 minutos en un vehículo contratado; si hubieran utilizado un bus de línea, como hasta hace poco, demorarían aproximadamente una hora y veinte. Pero hay distancias que son mucho mayores que las geográficas.
En Santa Catalina hay mucha población vulnerable, pero tiene un contacto permanente y natural con la playa y el mar. En Casavalle, donde la población bajo la línea de pobreza trepa al 37,25%, esa cercanía no existe. Para ir a darse un chapuzón los más chicos dependen de los adultos; en consecuencia, muchos no salen del barrio.
“Yo llevo tres años acompañando a los gurises. Hay compañeras que hace más años que están acá”, cuenta Colman, sentada en una reposera. Luego de un breve cónclave, los chicos –Erika, Jazmín, Thiago, Fernanda, Michael, Melanie y otros– y el docente acordaron cuál era el mejor lugar para dejar la sombrilla y los bultos. No todos los varones se sacan la remera, no todas las chicas andan en malla. “Lo que hacemos es acompañar a los gurises para que conozcan lugares adonde los padres no los pueden llevar, porque trabajan o porque no tienen la posibilidad. El club [Sacude] se las da y nosotros acompañamos”. Los viernes van los adolescentes; los niños de 6 a 12 años van lunes y miércoles. “Para muchos, ya es una experiencia salir en ómnibus del barrio. En algunos casos, han conocido la playa yendo con nosotros”.
Caffaro, el profesor, tiene que insistir en que se pongan protector. Los chicos no quieren perder tiempo en la arena y se meten al agua, caliente para su decepción. Algunos se suben a las canoas y otros van a nadar, en actividades supervisadas por los guardavidas. Muchos de los varones siguen con la remera puesta; casi todas las chicas se metieron al agua de short y camiseta. Lo que es común y corriente para los bañistas, mostrar toda la piel posible, a muchos de ellos les genera una gran inhibición.
“Es una característica de estos chicos”, dice Caffaro. “Mostrar el cuerpo es una cuestión cultural que tiene que ver con el hábito de ir a la playa o a un club, es algo a trabajar”. Los ambientes de los que provienen los usuarios del Sacude no son homogéneos: no todos, pero los hay, provienen de un asentamiento; no todos, pero los hay, tienen experiencias de violencia o delincuencia en su entorno cercano; no todos, pero los hay, dependen de iniciativas como esta para salir del barrio. Aún así, precisa, ninguno de los muchachos que están con ellos están en una situación de vulnerabilidad extrema: es que para ir con ellos precisan que un referente adulto los anote y autorice; los que viven en el contexto más crítico, y vaya si los hay en Casavalle, no cuentan siquiera con eso.
Inaugurado en 2010, el Complejo Municipal Sacude (Salud, Cultura, Deporte) es a su vez pulmón y punto de encuentro en la cuenca Casavalle. Ubicado cerca de la Gruta de Lourdes, en estos tiempos pandémicos tiene una asistencia de entre 1.500 y 1.800 personas semanales, cuando antes del Covid ese número era de 2.500. Son vecinos de la zona que ahí participan de las entre 40 y 50 actividades programadas como si fuera un club. Y en verano refuerzan las propuestas fuera del barrio.
“Las actividades en la playa son una prioridad estratégica”, dice a Búsqueda el coordinador del complejo, Germán Di Giobbi. Así lo definieron hace tres años, durante una planificación realizada con vecinos usuarios y talleristas coordinadores. “Eso tiene que ver con la posibilidad del intercambio sociocultural, potenciar la grupalidad y la apropiación de la ciudad por los jóvenes”.
En otras palabras, se pretende que los chicos sientan que la parte más disfrutable de Montevideo también es suya. “Para ellos, venir acá [a la playa] significa mucho”, explica Colman, mientras los chicos chapotean con las olas mínimas de la Ramírez. “Hay muchos niños que no conocen la playa y se pueden sentir frustrados. Ven la tele o aparece otro gurí y habla de la arena o el agua. Y los que no tienen esa sensación se frustran”, dice, bajando a tierra aquel concepto. Algo tan simple como ver un edificio de gran altura sobre la rambla de Palermo ya cuenta como una experiencia distinta. “Estas son simplemente vivencias esenciales para toda persona, compartir con otros en otros ambientes enriquece tu bagaje de experiencias. Y eso es algo que como educador te tiene que preocupar”, explica por su lado Caffaro.
La canoa es la actividad más requerida. Los que prefieren pasar a la arena organizan un partido de manchado. Una chica, menuda y que no se ha quitado nunca la remera y el short, pide permiso al docente para caminar por la playa. El profesor le pide a unos varones que se alejen de la gente para pelotear. Otra joven, una de las pocas que se anima a usar bikini, hace jueguito con la pelota con mayor soltura y habilidad que sus compañeros. Una protesta porque nadie quedó para acompañarla en el agua. El que estaba más retraído al principio –siempre hay alguno que se suma por primera vez– ya está integrado; pero para entonces se acerca el mediodía y es la hora de irse de vuelta al barrio, cuando la playa está comenzando a llenarse de gente.