Nº 2134 - 5 al 11 de Agosto de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEsto ya no es lo que era. Hay pocas frases más uruguayas que esa. Por dos motivos. El primero es de fondo: en pocas palabras resume una nostalgia endémica que es muy representativa del sentir de una mayoría abrumadora entre los que nacimos al oriente del río Uruguay. El segundo es de forma: se ha transformado en un mantra que escuchamos casi a diario para distintas actividades, funciona como una especie de estribillo que simboliza a un país adicto a la crítica.
También es un síntoma de una comunidad que envejece mal. Eso es quizás lo más complicado porque es de muy difícil solución. Si los responsables de abrir el espacio a las nuevas generaciones añoran lo que había antes y que ellos vivieron y permanecen abrazados a sus puestos, limitan de esa forma cualquier intento de progreso o desarrollo. El recambio es parte de la salud de un sistema y también el respeto por los que se tienen que encargar de hacerlo. Y eso ocurre muy poco en Uruguay.
En su lugar, lo que quedan son quejas y una mirada obsesiva y nostálgica hacia el pasado reciente. Lo peor es que esa mirada no siempre está sustentada en los hechos. Basta tomarse unos minutos para analizar detenidamente la realidad actual como forma de concluir que ese relato de que todo tiempo pasado fue mejor no es cierto, aunque lo parezca.
La educación ya no es lo que era, dicen desde todos los partidos políticos. En eso sí que hay una extraña coincidencia. Criticar el estado actual de la enseñanza parece ser más importante en estos tiempos que tomarse el trabajo de ver toda la película y no solo algunas escenas. Es cierto que en varios asuntos hay un deterioro muy significativo, pero eso no justifica el masivo pesimismo.
Hay otros aspectos que muestran lo contrario y sería bueno tenerlos en cuenta. Un ejemplo concreto es la cantidad de jóvenes que llegan a la enseñanza universitaria. En menos de una década casi se duplicaron los ingresos a los centros de formación terciarios. Es una clara mejora. “No deberían quejarse tanto”, me comentó hace unas semanas un gerente de una gran multinacional del área informática. “Están muy por encima que el resto de América Latina en formación”, agregó. Nada mejor que el CEO de una de las grandes empresas del momento, que contrata cientos de jóvenes al año, para poner las cosas en su sitio.
Otro ejemplo. Parece ser que antes las generaciones más jóvenes leían mucho más. Ahora todos coinciden en que se perdió ese hábito tan saludable. Las redes sociales y los teléfonos inteligentes destruyeron la literatura y harán desaparecer al libro, dicen los veteranos. Sin embargo, con respecto a la cantidad de libros vendidos, los que más han aumentado en los últimos tiempos son los de literatura infantil y juvenil. Otro mito que se derrumba.
El debate político ya no es lo que era, sostienen a su vez muchos analistas e intelectuales contemporáneos. Se perdió el nivel de argumentación, el carisma y la inteligencia, agregan convencidos. Tampoco quedan demasiados caudillos y los pocos que hay están muy por debajo de sus antepasados, opinan. Es probable que en algún aspecto tengan razón, pero no están teniendo en cuenta que lo que cambiaron fueron los tiempos. Otros asuntos, centrales, se mantienen.
Muchos de los apellidos de los protagonistas, por ejemplo, siguen siendo los mismos. En ese sentido es muy revelador el libro publicado la última semana por el historiador Gerardo Caetano, denominado El liberalismo conservador. Al adentrarse en la política de la primera mitad del siglo XX, Caetano menciona familias que hoy siguen ocupando un rol central, como, por ejemplo, los Herrera, los Manini Ríos y los Batlle. “En verdad no deja de sorprender. En la política uruguaya hay linajes. Uno va hacia atrás un siglo y se encuentra con el protagonismo de Pedro Manini (abuelo del líder de Cabildo Abierto), de Luis Alberto de Herrera (bisabuelo del presidente), con la fundación de la Federación Rural y la renovada acción de las cámaras empresariales (en las que alternan casi que los mismos apellidos)”, sostiene Caetano en una entrevista con Búsqueda, publicada en la última edición. Recuerda además las críticas que recibía José Batlle y Ordóñez por algunas de sus reformas y los debates de esos tiempos, que tienen algunas similitudes con los actuales. Las diferencias entonces no son tan grandes y lo política no está tan alejada ni rezagada con respecto a los viejos tiempos.
Tampoco la ética. En todos los partidos políticos a lo largo de su historia hubo casos de desvíos e irregularidades, y más cuando ejercieron el poder. Eso tampoco es nuevo. Siempre hubo tráfico de influencias, abuso de funciones, pagos indebidos y una larga lista de violaciones a las normas.
Las formas de defenderse también son similares. Ahora resulta que jerarcas de primera línea de un gobierno justifican una concesión por 60 años en el puerto de Montevideo recurriendo como argumento a que la anterior administración ya había hecho algo similar con la empresa finlandesa UPM. O que uno de los principales referentes de la oposición se defiende de no haber pagado impuestos por la construcción de su casa recurriendo a que muchos más lo hacen y a una supuesta campaña mediática. El problema es que la ética ya no es lo que era, sostienen algunos. Sin embargo, eso de echarles la culpa a los demás por los propios errores ha sido una constante de la política uruguaya. Hay ejemplos así en todas las décadas del último siglo.
El periodismo ya no es lo que era, dicen otros. Y Búsqueda tampoco lo es, precisan. Los nuevos periodistas son más superficiales, se quedan en la anécdota y no van al fondo de los temas, argumentan. En eso también pueden tener su cuota de verdad los más veteranos. Pero solo ocurre en algunos casos y el panorama general no necesariamente es peor. O no lo ven o se niegan a asumirlo.
Es más: en estos momentos están en lugares de decisión de los principales medios de comunicación de Uruguay representantes de una generación que se formó en el periodismo independiente y no en el partidario. La mayoría vienen de universidades y no de la militancia política o gremial, como ocurría antes. En eso también hay diferencias, pero positivas.
El desafío que queda hacia adelante es envejecer de otra manera. Uruguay reduce año a año su tasa de natalidad y su población está estancada. Dentro de unas décadas, los más veteranos seremos la inmensa mayoría. Esperemos que en esos tiempos la queja y las críticas a las nuevas generaciones ya no sean lo que eran.