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“La novela le partió el corazón y la mandó a la cama con un tremendo dolor de cabeza”, escribió Nathaniel Hawthorne (Salem, 1804-Plymouth,1864) a un amigo al contarle los efectos que el manuscrito de su última novela había tenido en su esposa. Era el 3 de febrero de 1850 y había terminado La letra escarlata, considerada una de las mejores novelas del siglo XIX. Así puede leerse en el jugoso prólogo que la investigadora Nina Baym, especialista en el autor y la literatura de su época, escribió para la versión de la novela que ofrece Penguin Clásicos.
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Es comienzos del siglo XVII en Boston. En esa Nueva Inglaterra puritana, Hester Prynne comete uno de los peores pecados: es infiel a su marido, que está ausente y tiene una hija con su amante. Por este motivo, es sentenciada a llevar de por vida la letra A, símbolo de adulterio, en su vestido. Va a prisión y, cuando sale, la obligan a estar tres horas en la picota para que el público pudiera mostrarle su desprecio. Pese a todo, ella mantiene su dignidad e independencia y oculta el nombre de su amante. Así transmite Hawthorne ese momento: “La escena presentaba un ingrediente de terror, como tiene que ser en la contemplación de la vergüenza de otro ser humano, si es que la comunidad no ha llegado a corromperse tanto como para sonreír en vez de temblar ante esa vergüenza. Los testigos de la desgracia de Hester Prynne no habían superado esta simplicidad. Eran lo suficientemente severos para poder contemplar la muerte, si esa hubiera sido la sentencia, sin protestar contra la severidad del fallo”.
La letra escarlata tuvo varias versiones para ópera y teatro. En cine fue adaptada por Wim Wenders en 1973 y por Roland Joffé en 1995, con Demi Moore y Gary Oldman como protagonistas.