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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“La creencia de que podemos contar con accesos directos a la felicidad, la alegría, la comodidad y el éxtasis, en lugar de trabajar estos sentimientos con el ejercicio de las fortalezas y virtudes personales, conduce a legiones de personas que, en medio de una gran riqueza, están hambrientos espiritualmente”. Martin Seligman
A lo largo de la historia, numerosos pensadores, profetas y gente común, definieron a la felicidad como el bien supremo. Epicuro, uno de los primeros filósofos de la antigua Grecia, afirmó que la felicidad es el único propósito de la vida. Antiguamente dicha posición era muy rechazada, pero hoy en día se ha convertido en una opinión generalizada.
Para Epicuro, la búsqueda de la felicidad era un objetivo personal, en la modernidad se la ve como un proyecto colectivo.
En 1776, los padres fundadores de EE.UU. establecieron el derecho a la búsqueda de la felicidad como uno de los tres mayores derechos, junto con el derecho a la vida y el derecho a la libertad.
Sin planificación gubernamental, recursos económicos e investigación científica, los individuos no llegarán muy lejos en su búsqueda de felicidad. Sin embargo, a pesar de la mayor prosperidad, confort y seguridad, la tasa de suicidios en el mundo desarrollado es mucho más elevada que en las sociedades subdesarrolladas. Ya lo había dicho Epicuro, “para ser feliz hay que trabajar con ahínco, los logros materiales no satisfacen durante mucho tiempo, más bien su búsqueda ciega nos hace más desdichados”.
La felicidad se sustenta en dos fuertes columnas: la psicológica y la biológica. En el plano psicológico, la felicidad depende de las expectativas y no de condiciones objetivas. Nos sentimos satisfechos cuando la realidad se ajusta a nuestras expectativas, el problema es que a medida que las condiciones mejoran, las expectativas se disparan y nos pueden dejar tan insatisfechos como antes. En el plano biológico, tanto las expectativas como la felicidad están determinados por la bioquímica más que la economía, la política o lo social. La Neurociencia dice que la felicidad y el sufrimiento no son otra cosa que equilibrios diferentes de las sensaciones corporales. Si la ciencia está en lo cierto, y la felicidad viene determinada por el sistema bioquímico, la única manera de asegurar ese estado de manera duradera es manipular la bioquímica humana.
El Estado confía en regular la búsqueda bioquímica de la felicidad y separa las malas manipulaciones de las buenas manipulaciones. Esto se ve claro, las manipulaciones bioquímicas que refuerzan la estabilidad política, el orden social y el crecimiento económico se permiten e incluso se refuerzan. Las manipulaciones que amenazan la estabilidad y el crecimiento, se prohíben.
Ciencia
La Neurociencia Cognitiva debe abrir una nueva era de investigación que reconozca que el conocimiento humano no es la suma de muchos cerebros individuales, sino una propiedad emergente de nuestra especie basada en un cerebro colectivo.
Si queremos comprender el papel que desempeña el conocimiento en la inteligencia humana, es necesario mirar más allá del cerebro individual y estudiar la comunidad.
Esta es la propuesta que realizan el neurocientífico Aron Barbey, profesor de Psicología en la Universidad de Illinois Urbana-Champaign; Richard Patterson, profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Emory; y Steven Sloman, profesor de Ciencias Cognitivas, Lingüísticas y Psicológicas en la Universidad de Brown, en un artículo publicado en Frontiers in Systems Neuroscience.
La supervivencia y el éxito humanos son el resultado de la herencia de grandes cuerpos de información transmitida culturalmente, que se acumula y se agrega a lo largo de generaciones para producir adaptaciones culturales.
Por lo tanto, nuestra inteligencia aparente se deriva más de nuestros cerebros colectivos que de nuestra inteligencia individual. Algo que también está asociado a la innovación, tal como ha planteado, entre otros, el profesor asociado de Psicología Económica en la London School of Economics Michael Muthukrishna.
Por tanto, a la gente le cuesta entender la idea de “órdenes imaginados”, pues da por hecho que solo existen dos tipos de realdades: las realidades objetivas y las realidades subjetivas. En las realidades objetivas, las cosas existen en forma independiente de lo que pensemos o sintamos, por ejemplo, la ley de gravedad. En cambio la realidad subjetiva depende de mis creencias y sentimientos personales. No obstante, cuando se convencen de que algo no es solamente subjetivo, porque hay mucha gente que cree en él, como, por ejemplo, el dinero, llegan a la conclusión de que debe ser objetivo. Ahí se crea un tercer nivel de realidad: el nivel intersubjetivo, que, como se vio, depende de la interacción de muchos humanos y no de las creencias y sentimientos de los individuos humanos. La vida de la mayoría de las personas tiene sentido únicamente dentro de la red de historias que se cuentan unas a otras. Cada ronda de confirmación mutua estrecha más aún la red de sentido, hasta que uno no tiene más opción que creer igual que todos los demás creen.
También las personas son igualitarias por naturaleza y las sociedades desiguales nunca pueden funcionar bien debido al resentimiento y a la insatisfacción. ¿Esto es siempre así?
Las personas en gran número se comportan de una manera fundamentalmente diferente a cuando se encuentran en pequeño número. Toda cooperación humana a gran escala se basa en último término en nuestra creencia en órdenes imaginados. Se trata de conjuntos de normas que únicamente existen en nuestra imaginación, las creemos tan reales e inviolables como la ley de gravedad.
Los constructos imaginados que sostienen el orden social se van refinando. Los mitos y las ficciones acostumbran a la gente casi desde su nacimiento, a pensar de determinada manera, a comportarse de acuerdo a determinados estándares, desear ciertas cosas, y observar determinadas normas. Por lo tanto crean instintos artificiales que permiten que miles de extraños sean capaces de cooperar de manera efectiva. Esta red de instintos artificiales se llama cultura. Las culturas avanzan a su ritmo y solo una fuerza aplicada desde el exterior podía cambiarla.
Toda cultura tiene sus creencias, normas y valores que se hallan en flujo constante. Puede transformarse en respuesta a cambios en su ambiente o mediante la interacción con culturas vecinas. También experimentan transiciones debido a sus propias dinámicas internas. Todo orden creado por el hombre está repleto de contradicciones internas. Las culturas intentan constantemente reconciliar las contradicciones y este proceso impulsa el cambio.
Religión
La religión es cualquier historia de amplio espectro que confiere legitimidad superhumana a leyes, normas y valores. Legitima las estructuras sociales asegurando leyes superhumanas. La religión asevera que los humanos estamos sujetos a un sistema de leyes morales que no hemos inventado y que no podemos cambiar.
Las leyes comunistas de la historia se asemejan a los mandamientos de los dioses de las diferentes religiones, puesto que se trata de fuerzas superhumanas que los hombres no pueden cambiar por propia voluntad.
Según Marx, “no podemos cambiar las leyes de la historia: los capitalistas continúan acumulando propiedad privada que trae conflictos de clase que determina su derrota por el proletariado”. Esto significa que el comunismo es una religión verdadera, que en su búsqueda intransigente de la verdad subvirtieron las leyes, los rituales y las estructuras tradicionales.
Tanto Lenin como Mao creían que “las opiniones de la gente reflejan su educación y su entorno social, que tanto a ricos como a pobres se les lava el cerebro desde que nacen, a los ricos se les enseña a obviar a los pobres y a los pobres se les enseña a obviar sus propios intereses”, en la política socialista el partido es quien sabe mejor lo que conviene y en la economía socialista el sindicato siempre tiene razón.
Los socialistas interpretaron las realidades tecnológicas y económicas y crearon una religión valiente y nueva para su época. Prometieron la salvación mediante la tecnología y la economía, con lo que establecieron la primera tecnorreligión de la historia y cambiaron los cimientos del discurso ideológico.
En su nacimiento, el socialismo estaba muy ligado a la tecnología y a las formas de producción de su época. Con el tiempo perdió pie y hoy sus leyes son incapaces de explicar lo que sucede, por ejemplo, en Silicon Valley y las múltiples formas parecidas de producción que hoy funcionan.
Epílogo
El hombre hoy más que nunca busca su felicidad.
Psicológicamente la felicidad depende de las expectativas que se hace la gente. Los “órdenes imaginados” brindan sentido y autoridad a los hombres, los ayudan en la satisfacción de sus expectativas. Estas determinan los diferentes equilibrios de las sensaciones corporales.
El socialismo-progresismo, tal como lo relatan algunos compatriotas, proclama la “igualdad” y la “felicidad en la tierra”, expectativas que de por sí garantizan sensaciones corporales ideales para el hombre.
Cuando son muchos hermanos en el barrio los que piensan igual, uno no tiene más opción que creer igual a lo que todos los demás creen.
¿Creeremos o nos volveremos agnósticos?
Rafael Rubio
CI 1.267.677 - 8