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    Feliz apocalipsis

    Diego Arbelo dirige Apenas el fin del mundo, de Jean-Luc Lagarce

    Después de 12 años Louis vuelve a su casa. Pero no hay nada que celebrar: regresa para contarle a su familia que se está muriendo. Durante su ausencia apenas se ha comunicado; algunas postales de cumpleaños y navidades, y poco más. Se reencuentra con su madre, su hermana Suzanne, su hermano Antoine y su cuñada, y en pocos trazos revela que sufre una enfermedad terminal y que en breve dejará de existir. Louis ha llegado para despedirse, pero no hay llantos ni falsas reconciliaciones. Lejos de unirlos, su irrupción no cambia nada: pasan las horas y los días y la familia sigue con su dinámica belicista: pequeños malentendidos que provocan desencuentros que se transforman en discusiones despiadadas, plagadas de reproches e insultos. Efímeras alianzas abonan el terreno para las inevitables traiciones fraternales. La naturaleza humana concentrada entre cuatro paredes. Y esa madre clásica en el rol de la negadora universal, que intenta mantener a la familia unida a toda costa, una unión frágil, apenas superficial y a todas luces mentirosa.

    Estas consideraciones son posibles gracias al talento del dramaturgo francés Jean-Luc Lagarce para decir sin decir. También del director uruguayo Diego Arbelo —actor de 34 años, desde 2008 miembro estable de la Comedia Nacional— para llevar esa contradicción al escenario; y del elenco de Apenas el fin del mundo, el drama en cuestión, en cartel en la Zavala Muniz desde principios de mes.

    Mauricio Chiessa hace el mejor trabajo de su carrera en la piel de este tipo de actitud serena, monocorde, imperturbable. ¿Qué asunto terrenal podría alterarlo cuando es portador de la peor noticia, la de su propio final? La puesta brilla especialmente cuando los focos se concentran sobre su cabeza y encara al público como narrador, totalmente abstraído del aquí-ahora, un muerto que habla y distorsiona el espacio-tiempo desde otra dimensión. A propósito, esa puerta en el centro perfectamente puede ser un portal entre el más allá y el más acá.

    Lagarce llena el aire de ruido para que resuene lo que no se dice. No sabemos —poco importa— el motivo de su huida. Pero podemos intuir a este hombrecito como un extraterrestre rodeado de humanos hostiles. O un humano hostil rodeado de extraterrestres. Tanto da. Esta familia es una pequeña Torre de Babel condenada a la incomprensión. El abismo que impide que unos puedan entender la forma de ver el mundo de los otros cobra cuerpo en ese muro de palabras estériles que cada uno construye a su alrededor.

    Pero la potencia poética y el humor de esos parlamentos largos, complejos y aparentemente banales vuelven a esta obra una pieza tremendamente disfrutable, a pesar de la angustia que contagia en cada escena. La ironía del título da el tono predominante en esta tragedia doméstica. La escena final, casi un monólogo de ese cuñado iracundo e insoportable (Fernando Amaral), es el mejor ejemplo del uso de la verborragia planteado con audacia por el autor y resuelto con gran oficio por el versátil actor uruguayo, de los pocos capaces de desternillar de risa y arrugar de angustia con pocos segundos de diferencia. Bettina Mondino, Mariela Maggioli y Camila Sanson aportan los colores primarios que completan la paleta: la madre sobreprotectora, la nuera comedida, la adolescente impulsiva. La mesa está servida para un gran banquete teatral.

    Un detalle nada menor: Lagarce (Alto Saona, 1957- París, 1995) escribió esta obra en 1990, dos años después de ser diagnosticado seropositivo, y prácticamente fue su canto del cisne. Tras una carrera exitosa y prolífica (más de 20 obras de teatro, otras tantas direcciones y trabajos en cine, ópera, relatos, artículos y un diario personal de 23 cuadernos), con esta obra explícitamente autorreferencial recibió los primeros rechazos de comités de lectura de compañías que antes lo recibían con alfombra roja. Nadie quería ser el anfitrión de la muerte, y él rechazó enérgicamente el rótulo “el autor del sida”.

    En el programa de mano, Arbelo —quien hace unos años ganó el premio Molière de la Embajada de Francia con un ensayo sobre Lagarce— explica que al estudiar el texto resultó conmovido por el modo en que el autor era consciente de su enfermedad al escribir su obra. “Más allá de su valoración poética se hace inevitable no vincular su texto cargado de crueldad, melancolía, lucidez y humor con la vida de un hombre, la vida de Jean-Luc Lagarce luchando por su vida, por intentar entender y más aún, por asumir la valentía, la perspicacia de anticiparse y de regalarnos Apenas el fin del mundo”.

    Tras su muerte, Lagarce se transformó en autor de culto y hace dos décadas que es uno de los más representados de Francia. Y en Uruguay no es ningún desconocido. De hecho, Arbelo se estrenó como director en 2011 con una pieza suya, Music Hall, que pone la lupa en el micromundo de un camarín teatral. Poco antes, Héctor Manuel Vidal dirigió con la Comedia su sátira al poder político El gran día. En tanto, Levón montó con elenco de El Galpón Estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia. Recientemente Daniel Hendler protagonizó Apenas el fin del mundo en el off porteño.Por cierto, fue Amaral quien tras ver esa versión movió las piezas para hacerla en Montevideo. Y si hablamos de repercusión internacional, Solo el fin del mundo se llama el último filme del quebequense Xavier Dolan, el niño terrible del cine de autor de los últimos años, cuya muy personal adaptación de esta pieza (con Vincent Casell, Marion Cotillard y Léa Seydoux) se llevó en 2016 el gran premio del jurado en Cannes.

    Pero más allá de datos y nombres, vale la pena (literalmente) ver Apenas el fin del mundo, porque es un producto teatral sólido y muy cuidado en los detalles. En estos años, Arbelo se ha fogueado en piezas de cámara como La templanza y Música de fiambrería, y quizá aquí se le pueda achacar cierto “exceso” de dirección, esa sensación de que todo está tan bien armado y meticulosamente coreografiado que queda poco margen para la espontaneidad. Apenas un detalle en un cuadro que debe verse.

    Apenas el fin del mundo. De Jean-Luc Lagarce. Traducción: Jaime Arrambide. Vestuario y escenografía: Gerardo Egea. Iluminación: Ivana Domínguez. Espacio sonoro: Sylvia Meyer. Dirección: Diego Arbelo. Sala Zavala Muniz (Teatro Solís). Viernes y sábado, 21 h; domingo, 19:30. Entradas: $ 350 en Tickantel.