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    Fuga en el desierto

    Dulce país, de Warwick Thornton, con Sam Neill y Bryan Brown

    Galardonada en el Festival de Toronto y ganadora del Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia, Dulce país (Australia, 2017) tuvo un paso previo por la Muestra de Cine Radical 2018, y finalmente se estrena hoy en Cinemateca y Life 21.

    La dirección es de Warwick Thornton, australiano y de ascendencia aborigen, ganador de la Caméra d’or en Cannes 2009 por Samson & Delilah, una historia de amor que exploraba la pobreza y las adicciones en las comunidades nativas de Australia. Thornton, que además es director de fotografía, ahora pone el foco en el pasado de su país, y lo hace a partir de un guion escrito por David Tranter y Steven McGregor, que a su vez se inspira en sucesos reales relatados por el bisabuelo de Tranter.

    Australia, Territorio del Norte, fines de la década de 1920. La nación se está construyendo. En una zona áspera y calurosa, no muy lejos ni muy cerca de un embrionario pueblo con su cantina y su hotel, está Sam (Hamilton Morris), un aborigen que trabaja en el rancho del pastor cristiano Fred Smith (Sam Neill). Un día aparece un tal Harry March (Ewen Leslie), un colono que dice estar a cargo de la estación North Creek, y le pregunta por su “suministro de negros”. Para Smith no existe tal cosa, “todos somos iguales ante los ojos del Señor”, le dice, aunque accede a prestarle a Sam, junto con su esposa y su joven sobrina, para que lo ayude en el trabajo que requiere instalarse allí. Grave error.

    March es un traumado y frustrado veterano de la I Guerra Mundial. Además de grosero, racista y prepotente, es alcohólico, el tipo de alcohólico que cuando se pasa de copas se pone violento. Pero sobre todo es racista. Considera que sus derechos están por encima de los de los aborígenes, lo que le otorga libertad para violar a Lizzie (Natassia Gorey-Furber), la esposa de Sam (“Yo quería a la otra, pero bastará contigo”, le dice mientras cierra las ventanas). La escena es impactante: no se ve nada, solo se escucha lo que sucede. Cuando Philomac (interpretado por los gemelos Tremayne y Trevon Doolan), un aborigen que March tenía encadenado, se escapa, se genera una confusa y violenta situación en la que Sam termina matando al nuevo colono. A partir de entonces no queda otra que huir. La pareja logra adentrarse en el desierto, aunque es seguida de cerca por un escuadrón liderado por el sargento Fletcher (Bryan Brown), representante de la ley en el pueblo.

    La injusticia, la explotación y el racismo dieron vida a esta nación, es el claro postulado de Thornton, que filma fantásticamente, en pantalla ancha, lo que acentúa la sensación de estar frente a un western seco y exquisito. La presencia de lo fatal es algo latente a lo largo del filme, que se cocina durante 112 minutos, mayormente entre rocas, salinas y montañas ajadas bajo el pesado sol. El director introduce flashbacks y flashfowards que sugieren pistas sobre hechos del pasado y del futuro. Algunos personajes, como el pastor interpretado por Neill, no parecen haber sido muy trabajados, en especial en los diálogos. Igualmente, Thornton hace un uso ejemplar del sonido, ni siquiera necesita música para revestir alguna escena: cuando la violencia estalla, aturde. La reconstrucción de época y el vestuario (esa ropa sucia y sudada) refuerzan el áspero realismo que el cineasta australiano le imprime a buena parte de su película, en la que también deja que, entre el calor y la desesperación, se filtre algo parecido a la alucinación.