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    Grecia y las democracias modernas

    Sr. Director:

    Evidentemente, el pueblo griego se cree dueño del teatro internacional. ¿Se confunde desde los conceptos? ¿Adora los escenarios? ¿Les encanta ser los lamentables “astutos de la obra” que representan? ¿Se creen dueños de esta democracia mundial 2015, donde los ciudadanos han dejado de aprender que sus obligaciones personales y sociales deberían concretarse previas al disfrute de sus derechos?

    Es profundamente triste observar que la llamada “democracia” de donde todas las naciones modernas del planeta —desde más o menos 1776— han sabido abrevar para lograr una organización alejada o diferente de la monárquica y feudalista de las eras anteriores, continúa siendo culpada por las consecuencias de la altanería de sus “modernos” integrantes.

    Ya hace tiempo he decidido llamar la atención sobre los “errores de traducción” que aquella primera concepción norteamericana ha sufrido, no solamente desde los lenguajes sino —y, por lejos, de mayor relevancia conceptual— por la mala comprensión que los hombres “blancos” llegados a territorios americanos hicieron de las organizaciones sociales de las naciones nativas de donde extrajeron las ideas.

    Nunca antes de que los “pilgrims” accedieran a suelo norteamericano habían podido ponerse en contacto con sociedades tan respetuosamente organizadas en su vida personal, en su vida social y en su relación tribal, como las sociedades que los ayudaron a sobrevivir desde aquel primer invierno americano de 1620-21.

    De la asombrosa observación de dichas sociedades —relacionadas por la “Liga de las Naciones” de la época— surge la idea “original” de profundizar en su estudio, de aprender de ellas y, en definitiva, de copiarlas en una “solución” organizativa a la que denominaron “democracia” por falta de mejor palabra en el momento.

    No fue aquella democracia originada hace 300 años ninguna lamentable copia de ninguna otra organización helénica, ni mediterránea europea, ni africana, ni oriental, ni eslava, ni anglosajona, ni maorí, ni francesa, ni alemana, ni latina. Recordará usted, Sr. Director, que resultó tan original que hasta nuestro prócer José G. Artigas quiso imitarla en lo que parecía ser una organización social responsable desde el individuo.

    ¿Cuál fue, ha sido y es el lamentable doble error de traducción que aquella concepción ha arrastrado desde sus comienzos? Nada más y nada menos que el concepto de que “todos somos iguales”.

    Lo que la Constitución de los Estados Unidos plasmó en su texto fue “we are all created equal”, dejando sin aclarar que la igualdad en la que todos los nativos de la “Liga de las Naciones” estaban en consenso cuando los primeros británicos llegaron a sus costas era que todos somos creados de igual manera: un espermatozoide que ingresa a un óvulo maduro. De ahí en más, todos —absolutamente todos— somos diferentes. Estando en Uruguay, no estaría de más recordar aquí que el descubrimiento norteño del ADN de todo lo vivo, más las huellas digitales, los cambios en la composición de nuestros fluidos internos de acuerdo a nuestra alimentación y las variantes de la personalidad y el carácter: todo ha demostrado, científicamente, la misma realidad. Todos somos diferentes.

    No termina allí el macro error en la copia de la concepción nativa de organización social, ya que la otra condición para la buena convivencia entre sus integrantes era, ha sido y es la educación para tal fin.

    ¿En dónde radican las prioridades en dicha educación nativa? Pues, nada más y nada menos que en el concepto de responsabilidad de cada individuo para la misma. Dichas naciones aceptaban que el ser humano no es más que una de las billones de especies de la maravilla de la vida en el “multiverso” (como hoy en día se ha dado en llamar al Universo) y, por tanto, cada individuo no sólo ha de educarse en su utilidad personal para con el grupo con el que convive, sino también en el respeto y preservación de toda forma de vida sobre el planeta. Por supuesto, ellos son los verdaderos ecologistas. Para aceptar esto, valga la tontería de recordar aquello de “la fila india”, pues tal era su práctica de viaje para no distorsionar al medioambiente del cual todos dependemos.

    Otra práctica relevante de aquellas culturas era y es la aplicación del dicho: “No critiques a tu hermano hasta haber andado treinta millas —un día— en sus mocasines”. También de esta enseñanza nativa tenemos versiones en todos los idiomas, sin reconocer los derechos intelectuales de los que las originaron.

    Y hablando de los derechos intelectuales, ¿será que los helénicos de este siglo XXI aún se creen dueños de estas concepciones democráticas de hoy en día? Si no me equivoco, en realidad los griegos que vemos tienen mucho más que aprender de lo que ellos se permiten admitir.

    ¿El detalle final de esta brevísima visión de los orígenes de estas jóvenes democracias de 300 años? Los nativos de donde se extrajeron sus bases explicitan —hasta en sus textos de estudio sobre las culturas nativas para las universidades— “this gift, democracy, which came from de North American Indians, must have been derived from their closeness and observance of Nature. The idea that democracy came from the English Magna Carta is as foolish and erroneous as stating that you could walk only one direction across the Bering Strait land bridge that once existed. To say that it came from the slave states of Greece or Rome is equally erroneous. Yet our history books and encyclopedias are still teaching this Euro-centric propaganda. (...) They had no concept of the democratic precepts which the original inhabitants were already practicing”.

    Y la comprensión de esta gente ante el comunismo —a quienes las izquierdas mundiales mal usan para su enfermizo beneficio— nos dice: “Indians believed in pride of self and exercised their freedom to do the right thing. They were not forced. The world’s experience with comunism saw a system where the individual did not count. Respect for individual freedom played a significant role within the tribal structure. As long as an individual’s conduct respected the Great Spirit, the Earth, and the tribe, a tribal member’s conduct was allowed a high degree of freedom”. (*)

    Sería fácil colegir que en esas sociedades elegidas por su asombrosa organización social como ejemplo de esta democracia americana —que nada tiene que ver con Grecia— lo más exigente dentro de las mismas era, ha sido y es la educación, pero igualmente lo destacamos. Y no estamos hablando de la educación intelectual y de diplomas, sino de la simple educación en el respeto y en la utilidad social de nuestros esfuerzos educativos, donde el resto por el Creador es más que primordial.

    Han sido las mencionadas crasas malas interpretaciones y olvidos dentro de las actuales democracias lo que nos ha ido guiando —desde el norte hasta el sur— al borde del abismo social, donde las comodidades y los derechos inmerecidos son los emblemas de sus líderes-actores. (Y valga más lo de “actores”).

    (*) “Native Wisdom” de Ed McGaa, Eagle Man - nativo lakota de Dakota del Sur, EE.UU.

    Ana Casco Taruselli

    CI 943.390-1