Hacer hablar a Artigas

Hacer hablar a Artigas

escribe Fernando Santullo

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Nº 2179 - 23 al 29 de Junio de 2022

Un interesante artículo/ensayo publicado por el sociólogo francés Pierre Bordieu en 1997 lleva por título una pregunta que es prima hermana de la oración que titula esta nota: ¿Que es hacer hablar a un autor?. Y en su subtítulo acota: A propósito de Michel Foucault. Cuando decimos “según Foucault” o “como dijo Foucault”, escribe Bordieu, no estamos solamente citando de manera más o menos arbitraria distintas frases de un autor. Estamos haciendo un recorte intencionado, rescatando aquellos aspectos de sus ideas que nos sirven para algún propósito presente, que quizá tenga o no que ver con las intenciones del autor citado.

Algo de eso ocurre cuando, cada vez que se celebra el natalicio de Artigas, políticos y personalidades de todos los colores rescatan determinados aspectos de su pensamiento. Aspectos que la mayor parte de las veces, y salvo que se trate de un experto en el prócer, no son desarrollados mucho más allá de un par de frases sin demasiado contexto. O, mejor dicho, en el contexto ad hoc para las intenciones de quien hace la cita. La propia idea de que los 38 o 39 volúmenes que componen los textos del ideario artiguista se pueden resumir en un par de frases sueltas puede ser cuestionada con la pregunta que Bordieu se hace en el arranque de su ensayo: “¿Se le sirve a él o nos servimos de él?”.

El sociólogo francés llama fetichización a este proceso y lo considera un problema a evitar. Por ello dice que “es necesario someter siempre las citas a la crítica, hay que examinar su función, su verdad, su validez. Se puede oponer una cita de Foucault a otra no solo porque se contradijo, como todo el mundo, sino también porque no dio la misma cosa en el mismo momento o a las mismas personas, según las circunstancias (lo que no quiere decir que mintió aquí o allá)”. Y se pregunta si es posible hacer una lectura de un autor que quizá no sea fiel a su letra (que, como se dijo antes, se puede sacar fácilmente de contexto) pero sí fiel a su espíritu.

En sus textos, esos de los que son extraídos las citas más habituales, Artigas hablaba en un contexto particular, desde una posición muy concreta, en un conflicto muy específico. Es decir, contrariamente a lo que dice el Himno a Artigas escrito por Ovidio Fernández Ríos en 1942, Artigas no escribió “para que fuera ejemplo de los americanos” sino para plantear unas ideas que se oponían a otras, en un instante particular. Harina de otro costal es lo que la historia y nuestros mitos patrios hicieron luego con esas ideas y esos planteos. Pero eso ya no pertenece a la órbita de las intenciones del autor ni de sus textos. Eso es parte del proceso de hacerlo hablar o decir cosas para la posteridad que, estoy casi seguro, era algo que no estaba en la agenda de Artigas en aquel momento. Artigas escribió, por poner un ejemplo concreto, sus Instrucciones del Año XIII con unos interlocutores, unos delegados y una coyuntura política muy concretas en mente.

Uno de los mensajes más insistentes entre los políticos uruguayos es el que alude al carácter profético de las ideas de Artigas: buena parte de lo que somos es porque él así lo pensó, adelantándose a su época. Y dado el carácter de mito fundacional que tiene su figura, no sería tan raro que así fuera. Sin embargo, mirando el contexto de aquel entonces, pareciera que las ideas de Artigas estaban en sintonía con el momento, no delante de este. Sus influencias más conocidas eran las dos revoluciones más contundentes de su tiempo: la francesa (1789) y, muy especialmente, la estadounidense (1775 a 1781). Como recuerda Bordieu en su ensayo, fue Max Weber quien dijo que “los profetas son las personas que van a las calles a decir las cosas que no se dicen allí sino solamente en los cenáculos limitados de los especialistas”. Quizá por eso no es raro creer esa idea de que Artigas estaba adelantado a su tiempo: habló para la calle, puso manos a la obra y se la jugó por completo, hasta el punto de no volver nunca más al país que lo convirtió en su mito fundacional.

Otro problema que presenta Artigas y que nos lleva a “hacerlo hablar” todo el tiempo es la “lectura encuadrada” de sus textos. Esto es, la lectura que se hace de estos desde instituciones del Estado como la escuela o el liceo. Como bien señala Bordieu respecto a Foucault, “el papel del sistema escolar es desde este punto de vista capital, los profesores son un filtro o una pantalla entre lo que los investigadores buscan decir y lo que los estudiantes reciben”.

Un efecto secundario de estas “lecturas encuadradas” es el conocimiento fragmentario o por eslóganes, frases sueltas sin contexto. Como se apuntaba al comienzo de esta columna, todos los representantes del sistema político aseguran sentirse interpelados de manera positiva y contundente por Artigas. Y sin embargo no parece que muchos de ellos sean capaces de extenderse en sus ideas, más allá de las conocidas catchphrases del patrono patrio. Entonces, dependiendo del proyecto político que se defienda en el presente, dependerá el tono o el sentido de las ideas artiguistas que se enfaticen y se citen como esenciales para el país hoy. Las ideas artiguistas y las de cualquier pensador, por cierto. Pero el caso de Artigas es interesante por su carácter consensual (al menos en la superficie, en el nivel de las consignas) y fundacional.

Las entrevistas a los autores, dice Bordieu en su texto, son importantes porque nos permiten ver lo que hay más allá del texto publicado y conocido. Aquello que podemos llamar las intenciones del autor. En una entrevista (la única que conozco), Artigas declaraba al general José María Paz, en 1846, en Paraguay durante la Guerra Grande: “Tomando por modelo a los Estados Unidos, yo quería la autonomía de las provincias; yo quería que fueran estados y no provincias, lo cual aviene mejor con el sistema confederado, dándole a cada Estado su gobierno, su Constitución, su bandera y el derecho de elegir sus representantes, sus jueces y sus gobernadores entre los ciudadanos naturales de cada Estado. Esto era lo que yo había pretendido para mi provincia y para los que me habían proclamado su protector”.

Si queremos traer el ideario artiguista al presente de manera realista y hasta instrumental (en el sentido de útil para nuestras prácticas políticas actuales), lo primero sería despojarlo de su carácter de fetiche. Hacer eso que Bordieu llama establecer una relación “no respetuosa” con el autor. Y es que, como bien apunta el francés, “no se respeta suficientemente el esfuerzo de pensar cuando se fetichiza a los pensadores”. Esto es, cuando elevados a la categoría de bronce en un pedestal, se les hace decir aquello que no dijeron o que dijeron con una intención muy distinta a la de quienes los convirtieron en busto y leyenda. Por eso quizá convendría leer más a Artigas y, sobre todo, hacerlo hablar menos.