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Estarán aburridos de que todos nos tomemos el tiempo y la atribución de hablar de la vida de Jorge Batlle y lo que fue o no fue para el país. Yo solo tengo un par de cosas para escribir, que me sobraron de las que dije en la radio. Incluso creo que una la dije, pero por si no estaban escuchando, la repito. Si creyera en el destino y todas esas cosas entretenidísimas en las que no creo, diría que la vida estuvo preparando a Jorge Batlle para el momento que le tocó ocupar durante su presidencia. Hay tipos con suerte, tipos sin suerte, y está Jorge Batlle, a quien la vida lo hizo tropezar y caer de todas las maneras posibles, incluyendo la última y literal que lo terminó sacando del partido; su muerte es la de un tipo con mala suerte, para qué negarlo. Repaso. Se fundió tantas veces que nadie recuerda cuántas fueron ni en qué circunstancias, porque la guita le huye a la gente desafortunada. Fracasó de todas las formas posibles en innumerables intentos de lo que creía era su mandato: llegar a presidente. Sin embargo, su fuerza de voluntad era inquebrantable, nunca se abandonó al pesimismo inactivo, la autocompasión y esas drogas bastante peores que apostar a los burros. Todos sabemos lo que le sucedió cuando la vida le hizo creer que le sonreía y le cumplía el sueño político: se comió una sucesión de infortunios que incluyen corralito argentino, que deviene en corrida bancaria local, aftosa, sequía, quiebra, cámaras prendidas sin aviso, etc. Visto a la distancia, no creo que hubiera un individuo más apto para estar al mando de esa nave prendiéndose fuego que Jorge Batlle. Con el carácter forjado por la mala suerte durante toda su existencia, acostumbrado a la adversidad, blindado en un optimismo demencial, dispuesto a pagar el precio de ser el cabeza de turco sin chistar, entendiendo como ninguno el juego de la democracia en el que el presidente carga solo con la cruz que le toque, y con la convicción intrínseca que solo es capaz de sostener un loco de mierda. Habrá que agradecérselo, en privado, porque la gente sigue pensando que el culpable fue él.
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Pero no dejemos que la realidad interrumpa nuestras discusiones importantes, como era una en la que estábamos por embarcarnos colectivamente antes de la muerte de Batlle: el TLC con China. La polémica es especialmente atractiva porque nadie sabe muy bien cómo reaccionar, los que suelen estar a favor de los TLC miran con recelo a China, y los que suelen estar en contra se creen que China es una potencia comunista y les cae simpática por oposición a EEUU, pero la característica fundamental que hace de esta discusión algo imprescindible para nuestra sociedad es que ya sabemos que no va a salir. Es imposible. Y eso es lo motivante, no hay nada que nos entusiasme más, estamos llegando a nuestro pico de rendimiento en discusiones al pedo sobre cosas imaginarias, que solo existen para esa discusión, y que tampoco se puede decir que sea una discusión de verdad, sino más bien una espectral danza de prejuicios que ponemos en marcha mientras confirmamos nuestras ideas. Desde el petróleo que nunca encontramos, pasando por el título innecesario pero, sobre todo, inexistente de Sendic y su contracara académica ambiciosa: el “cambio del ADN en la educación”, que es brillante porque nos hace discutir sobre una metáfora, entonces primero hay que polemizar sobre qué significa esa metáfora para cada uno, y después de que no nos pongamos de acuerdo en qué es cambiar el ADN en la educación, ahí sí ya podemos seguir discutiendo sobre los no cambios educativos que no hemos hecho ni haremos en este período de gobierno, porque entre otras cosas los que planteaban esos cambios salieron eyectados por la misma persona que los debía cuidar de los leones (María Julia era la cuidadora y los leones eran el macho alfa de la educación, Wilson Netto, y los sindicatos docentes que evidentemente han descubierto la olla de poción mágica en la que cayó Obelix y resisten la entrada de cualquier agente externo a su feudo como los bravos galos); hasta desembocar en la álgida polémica que desató la propuesta imposible de Pedro Bordaberry (demencial, con no menos de 3-4 pasos hipotéticos irrealizables) en un programa de TV abierta (algo que ya no existe) de la mañana (franja horaria que nunca tuvo audiencia) para censurar a Bonomi desde el Legislativo con votos del FA, y que después Tabaré lo respalde y disuelva las cámaras, y ahí sí llegar por fin a las elecciones legislativas utópicas de Pedro. Menos mal que apareció el cuadro con el Pepe y la Pepa desnudos, era tan insustancial y etéreo nuestro mundo retórico a esas alturas, que me llegó a generar la sensación de que finalmente pudimos discutir sobre algo concreto.
Yo creo que siempre tuvimos esa tendencia a discutir cosas que no existen, y eso un poco tiene que ver con la duda más profunda que nos carcome acerca de nuestra propia existencia como uruguayos. Pero Mujica nos tonificó ese músculo a niveles impensados. Nos pasamos cinco años al ritmo de Mujica discutiendo de cosas que no existen ni existieron ni existirán y ahora no podemos parar (Aratirí y la megaminería, el puerto de aguas profundas, el ferrocarril, la reforma del Estado, la marihuana del Estado, etc.). Es un vicio. Uno leía la agenda de temas a tratar en la reunión de Tabaré Vázquez y Mauricio Macri, y se notaba un gusto en común por avanzar en cuestiones lo más alejadas de la realidad posible: TLC con China, puente Zárate-Nueva Palmira, la regasificadora y el Mundial 2030. La demostración irrefutable del carácter fantástico de la nómina, es que su proyecto más verosímil y plausible es el Mundial 2030.