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Estamos en plena temporada de caza de brujas y yo con esta nariz prominente tan sospechosa, ni hablar de la verruga que la adorna. Mejor me callo. Lo único que voy a decir (por ahora, en cualquier momento me hago linchar, eh, no me provoquen que voy solito y me hago ajusticiar por la muchedumbre enardecida) es que cuando un colectivo, movimiento, grupo de autoayuda, forma dicotómica de ordenar el mundo, etc. tiene un solo ser maligno que explica todas las injusticias y desgracias del universo de forma simple y lineal no permite correrse ni 10 cm del pensamiento único sin perseguir y acusar al que lo haga de ser parte del problema, o ser el mismísimo problema, que justifica e incita a los peores actos con su desalineada opinión. Cuando se machaca repitiendo verdades reveladas que no admiten la menor duda al respecto, ni filosófica, ni racional, ni jurídica, ni siquiera banal y humorística, y que ante cualquier duda expresada en el más simpático de los casos se descalifica a su portador con un “no entendiste nada, qué pena que haya gente así de enferma, no debería existir más ese tipo de pensamientos”, estamos ante una expresión radical fanática, se llame feminismo, islamismo, fascismo, optimismo, catolicismo, clasismo, buenismo, periodismo, hinchada de Nacional y Peñarol, club de fans de Ricardo Arjona, o —dios no quiera— periodismo deportivo.
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¿Qué puede hacer uno en estos casos? Esperar a que baje la espuma, seguir sumergido, respirando por una pajita, y mientras tanto hablar livianamente de otras cosas sobre las que tiene ideas antipáticas, incómodas, que no van a despertar la ira colectiva ni la indignación masiva porque no ocupan el centro del escenario de la moda moral en este preciso instante. Es increíble la comodidad que uno gana en estas circunstancias, cuando la presión va por otro lado, para decir pelotudeces sobre otros temas escabrosos.
Me gustaría ofrendar mis estúpidos pensamientos acerca de la edad de jubilación. En alguna instancia de nuestra insostenible sociedad oriental vamos a tener que hablar del tema, enfrentarlo, yo estoy esperando que llegue el momento con la ansiedad típica del viejo. Se podría decir que ya estoy haciendo la fila para hablar de la postergación en la edad de jubilación. El drama es que, como nadie quiere pagar el costo político de esa realidad, la vienen pateando pa’ adelante con alevosía, pero algún día alguien va a tener que afrontar la necesidad de extender la edad productiva y posponer el ingreso al segmento pasivo (o sea: patearlo pa’ adelante, lo que son las coincidencias). Y ahí sí se va a poner linda la cosa. Porque si hay algo que no se puede hacer con el individuo en general, y el uruguayo en particular, es convencerlo de trabajar más. Lo cual es bastante lógico. En mi caso no tengo problema, no solo porque nunca trabajé de verdad, y ya pasé los 60 años hace rato (siempre tuve más de 60), principalmente porque soy ateo de la jubilación. La jubilación son los jóvenes, y acá hay cada vez menos, lo nota cualquiera. Eso solo en números, jóvenes que puedan convertirse en adultos que valgan la pena ya es muchísimo más difícil encontrar. En un país en el que la tasa de natalidad se ha transformado en un pocillo, donde solo se reproduce la gente del Opus y los planchas, porque ni la clase baja se reproduce ya, desde que los convencimos de que eran clase media agarraron la peor de sus costumbres: no tener hijos; cualquier proyección estadística es escalofriante. Uno no puede esperar que el sistema previsional funcione como para sostener a la cantidad de viejos que ya somos, y los que se van a seguir sumando porque en este país está de moda ser viejo, es evidente, es lo que hace todo uruguayo que se precie: envejecer. En mi caso tengo pensado gastar mis últimos dólares en un pasaje a Hawái y ser un bichicome hawaiano sobre el final de mi vida, me parece un lindo lugar para ser marginal: playa, calor, gordos aborígenes que tocan el ukelele, fogones, buena onda, camisas horribles, turistas que dejan restos de comida o se les cae la billetera, collares de flores, no puedo pedir más.
Pero volviendo al tema de la jubilación: la gente vive, en promedio, como 10 años más, las leyes de jubilación datan de 50 años atrás, aun así todos pretendemos seguir jubilándonos a la misma edad que se jubilaba la gente hace medio siglo. Teniendo en cuenta además que ahora se estudia hasta los 35, porque esa es la otra: todo muy lindo pero me estudiás hasta los 38, me encanta que te especialices, pero después te me ponés como una chinche porque vas a tener que trabajar 4-5 años más cuando estudiaste hasta los 40 y te vas a morir a los 85, o sea que trabajás 25-30 años y los otros 55-60 te tienen que mantener entre el Estado y tus padres, ya sea desde su previsión social o desde su estructura académica gratuita que los padres saben perfectamente que no es tal. A lo mejor es un poquitito excesivo, y habría que ir pensando en la posibilidad de que no cierren las cuentas. Capaz que con la revolución turística de Kechichian, la tercera pastera, y el Sistema Nacional de Cuidados que lo va a pagar Montoto (a quien ya podríamos ir convenciendo para que pague las jubilaciones del porvenir, o quizás pedirle que llame a su amigo Magoya), se aguanta la cosa.
Ante este tipo de cuestiones, se puede recibir dos respuestas del progrestablishment uruguayo: una es el mantra “que pague más el que tiene más”, que como salvaguarda moral y afectiva es precioso, pero en la práctica no sirve para arreglar problemas tan complejos como este; la otra es “¿y la ‘caja militar’, eh, por qué no tocan las jubilaciones militares?”. Mi respuesta es: está bien, que arranquen los milicos, me parece viable. Lo que hay que decirles a los milicos es que es un terreno al que tienen que llegar ellos primero y abrirle paso al resto de la población, que es lo más parecido a invadir que van a poder experimentar en toda su historia como Ejército. Están haciendo una prueba piloto para la patria y tienen que allanar una tierra enemiga a la que terminaremos yendo todos, la patria los necesita en esta avanzada militar hacia la jubilación después de los 65 años, un camino que debemos recorrer como población, pero que seguramente es sinuoso, áspero, duro, casi como llegar al estadio de Peñarol, pero mucho más difícil de salir con un triunfo que el estadio de Peñarol; la edad de jubilación pos-65 años es un sitio casi inexpugnable donde solo unos pocos espíritus muy bien preparados para la presión y las dificultades pueden sobrevivir. Invadan ustedes ese territorio enemigo de la jubilación a los 65-70 y después vamos todos nosotros atrás, con las mujeres y los niños, pero son ustedes, nuestros militares, los verdaderos patriotas, quienes tienen que mostrarle el camino heroico y sacrificado a esta patria de oficinistas.
Sería prácticamente cierto, por otra parte. Tenemos que tener un presidente joven para eso, o un presidente muy viejo —me inclino por esta segunda opción, nos es más natural, y además le toca de vuelta a Mujica en las que vienen—, alguien que esté relativamente lejos de los 60, hacia arriba o hacia abajo, y que ante una decisión antipática de estas no lo empiecen a llamar todos los amigos y los ex compañeros del liceo a recriminarle y contarle sus historias personales: “bo, me matás, me estaba por ir con mi mujer a vivir a la Ciudad de la Costa, ella es asmática crónica, necesita respirar otro aire, y le tengo prometido que me jubilo el año que viene y nos vamos, se lo merece mi compañera por laburante. Yo a ella siempre le hablé bien de vos, te votó con unas ganas bárbaras, y siempre le dije que eras flor de compañero de liceo y ahora no le puedo decir ‘me jubilo dentro de cuatro años porque mi amigo presidente cambió la edad jubilatoria’. Pensalo. ¿Te acordás cuando casi te rompen todo a la salida del liceo aquella vez y te defendimos yo y el Lito, y los sacamos a roscazos y no te tocaron un pelo? Ja, ja, sí, qué lindo che, bueno… acordate”. Y le cortan.