Réquiem por Pedro Bordaberry
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUn día, como Bruce Willis en Sexto sentido, Pedro Bordaberry se dio cuenta de que estaba políticamente muerto. Se miró a sí mismo, miró a su alrededor, y vio a Max Sapolinski y a Germán Cardoso, quien le dedicó una sonrisa cálida, complaciente, casi un ruego de indulgencia filial por la presencia de Sanabrita en Vamos Uruguay (suplente de Cardoso), el hijo del viejo Sanabria, responsable de Cambio Nelson, el último piano que le cayó en la cabeza al líder del Partido Colorado. Pedro, ensimismado, empezó a repasar escenas de su vida política del 2014 a esta parte: la noche de la primera vuelta del 2014, el día que Amado se le animó en público y después apareció a las risas con Tabaré en las tapas de los diarios, el coloradito de la campaña del 2010 crecido y fumando porro en los festejos del FA en el 2014, el abandono de Ope Pasquet; una escena atrás de la otra a un ritmo vertiginoso, mientras le corría un frío intenso por la espalda, sintió un calor a la altura de las sienes de esos que sacuden hasta la médula, y pensó: “Uy, claro, soy un cadáver político, cómo no me di cuenta antes”. Se tomó los vientos y mandó un mail de despedida.
Algunos habrán respirado aliviados, soltando un casi inaudible “uff, por fin se dio cuenta”. Hablamos de un cadáver político que ya tiene, al menos, un par de años de reconocido por la morgue y todo. En la isla donde descansan los espectros de los cadáveres políticos juega de local hace rato. Le dio la bienvenida a Sendic, con eso les digo todo. Pedro se empezó a morir el día que Lacalle Pousito, su némesis, ganó las internas y se apropió del rol que le tocaba en esas elecciones: el del renovador que mira hacia el futuro con optimismo juvenil. Lo peor que le puede pasar a un político es que aparezca otro y se le instale a ocupar su lugar, en pleno año electoral; es preferible que aparezca un video casero teniendo sexo con prostitutas, travestis de la mentira, y un oso hormiguero, mientras torturan a un caniche toy. Pedro pasó a ser la nada. Intentó mostrarse como el “bastante joven pero con experiencia” o el “bastante experiente pero no tan viejo”, sin resultados. El candidato con experiencia era Vázquez, y el candidato con la fuerza renovadora del joven sobreexcitado y feliz era Lacalle Pousito; Pedro quedó en el medio, el peor lugar si uno quiere persuadir a las masas.
Se terminó de transformar en un cadáver con todos los papeles y firma forense la noche en que perdió la baja de la edad de imputabilidad (Pedro no elige bien las peleas a dar, ni el momento para darlas), en la primera vuelta de las elecciones nacionales. Cuando acudió a la sede de Lacalle Pousito, su principal enemigo, y vociferó: “vengo a que hagan mierda a Tabaré”, ya estaba técnicamente muerto. Era su última escena, y Pedro decidió que fuera entre épica y ridícula, como un soldado herido de muerte que sale de la trinchera a buscar al enemigo solo y al descampado, un energúmeno enfervorizado a las puteadas recibiendo miles de balazos mientras corre y dispara y grita, al tiempo que sus compañeros en las trincheras se miran unos a los otros como diciendo: “a la pucha, a este le pegó mal la muerte, es de los que les gusta sucumbir estruendosamente”. Por eso en el estrado, mientras Lacalle Pousito se erigía como el líder de la oposición, Pedro ni siquiera tomó la palabra: ya era un espectro en un rincón del escenario junto a su esposa (una santa, yo lo mando a la mierda si me hace ir ahí un domingo a las 11 de la noche con su carrera política terminada).
Pero lo cierto es que Pedro nunca tuvo demasiado potencial en términos políticos, sin importar su desempeño. Nunca debió meterse a una cancha en la que contaba con una desventaja irreversible. La pregunta no es “por qué se va de la política Pedro”; la pregunta es: qué misteriosa tara lo llevó a dedicarse a un oficio en el que su apellido lo condena al fracaso de antemano. Hay una parte del hombre tratando de superar las limitaciones que le impone el entorno y su propia esencia que está bien, pero hay otra parte que es tremenda bobada, una pérdida de tiempo y energías innecesaria. Se me dirá: eh, el problema es que la gente es muy prejuiciosa. No, el error es hacer como que ese dato no existe, o sea: negar la realidad; hace siglos que como seres humanos creemos, algunos más y otros menos, en la portación de genes. Y Pedro tiene un 50% de genes que le gritan: “¡Quemá la Constituciooón, Pedrooo, no sirveeee, la democracia no funciona, hay que poner ordeeen”. Era un poco evidente que la gente le iba a agarrar idea por su apellido y su techo de aprobación iba a ser bajo. La política no era el mejor lugar para volcar sus inquietudes profesionales, su padre le minó un poquito la confianza que podía generar en un buen porcentaje del electorado. Y este juego es de confiar. ¿Alguno de ustedes se subiría a un barco capitaneado por el hijo del capitán del Costa Concordia? Yo paso. Es como que el hijo de Michael Jackson pusiera una guardería-jardín de infantes. El nombre “Miguelito Jr.” (sin el apellido en el cartel de la puerta) no es suficiente para disipar las sospechas de la gente, miguelito, lamento comunicarte, poné otro negocio: un lavadero, una academia de baile, un centro de pagos que atendés del otro lado de la mampara con el tapabocas, pero no pongas una guardería porque el mito popular te condena. Si hay una lección del periplo político de Pedro es que no se puede enfrentar al mito popular, mucho más si el oficio de uno requiere de la explícita aprobación popular.
No eligió bien su carrera, y a partir de esa primera mala elección, no eligió bien casi nada, ni los vicepresidentes en su fórmula (Hugo de León y Coutiño), ni las peleas a dar, ni los momentos, ni los invitados especiales del exterior. ¿Se acuerdan a quién trajo al Conrad para que hablara a favor de la baja de la edad de imputabilidad? Seguro que no se acuerdan, y no me lo van a creer: a José Luis Rodríguez Zapatero, el que reparte las reposeras en la Isla de Cadáveres Políticos Iberoamericanos.