Nº 2210 - 26 de Enero al 1 de Febrero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáBorges, en el prólogo de su Obra poética, definió al irlandés Berkeley: “Una de las personas más queribles que en la memoria de los hombres perduran”.
Obra y personalidad, un todo. No son habituales estas admiraciones en el cosmos artístico. Sobran ejemplos donde creadores mirados con entusiasmo, aun por los que respetan su calidad pero le discuten matices y quedan siempre en debate, son en realidad criticados por su carácter, su forma de ser en la convivencia.
Si hay un caso emblemático en el tango es Astor Piazzolla. Tristemente ha quedado sellada la imagen de un hombre áspero, irónico hasta la grosería, resentido, soberbio, que veía enemigos en todas partes y que no dudó en despreciar a muchos colegas. Es verdad: es hoy una celebridad indiscutible, un compositor cultivado por notables concertistas internacionales, conjuntos de cámara y orquestas sinfónicas, un músico que llevó el tango clásico hasta sus límites, tan lejos que todavía no se sabe qué es lo que se va dibujando después de su muerte, hoy, sobre todo, una mezcla indefinida de recreación y una búsqueda constante donde resaltan la fusión y la electrónica. Pero sabemos, en cambio, que la mayoría sigue opinando que su personalidad fue insoportable y contribuyó a que no alcanzara esa popularidad masiva que bendijo a otros.
Era un peleador que hasta cuando intentaba el humor dejaba heridas. Al ingresar a la orquesta de Troilo, con quien sostuvo una inestable simpatía mutua, tuvo una etapa de bromas grotescas a sus compañeros; se erizó y gritó, cuestionando órdenes de Pichuco, hasta que se fue porque “no era su camino”; nunca alabó a otros tangueros y siempre blandió el desprecio para los que seguían “con lo viejo, la música para bailar a los saltitos”; y hay una curiosidad que para muchos tangueros lo define: al único que respetó su estilo, y hasta se permitió elogiar escuetamente, fue a Pugliese; pero una noche, en Le Carré de Ámsterdam, en ocasión de actuar la orquesta de don Osvaldo y el quinteto de Astor, ensayaron para el cierre una presentación conjunta con La Yumba y Adiós Nonino; en el tango emblema de Pugliese se advirtieron las dificultades de Piazzolla para seguir los acordes con rubatos, el cambio de tempos y el arrastre de los bandoneones del veterano maestro; cuando llegó Adiós Nonino, Astor —¿lo había preparado antes?— hizo que su pianista, en un solo, comenzara con una rara mezcla entre ambos tangos, dejando a Pugliese absolutamente desconcertado, con las manos encima de su teclado, sin saber qué hacer durante varios minutos; al finalizar, entre el aplauso del público que tal vez no lo advirtió, Piazzolla fue hasta él y le dio un beso en la mejilla. El viejo director no dijo palabra, sonrió apenas, saludó y salió tras bambalinas.
Y sin embargo, siempre pueden brotar esos sentimientos benévolos, esa emoción sana y liberadora, tal vez contenidos por la enferma necesidad de ser siempre el protagonista, hasta en personas que se han exhibido así, por encima de su obra inmensa, en la vida social.
En 1959, cuando Vicente Piazzolla murió a consecuencias de un accidente en Nueva York, su hijo Astor estaba de gira en Puerto Rico.
“No hice ni dije nada. Terminé la actuación. No porque no me doliera… Es que era algo impensado y no daba más. Cuando volví a Nueva York era otro. Tenía una tristeza infinita, que se agrandaba mientras miraba los barrios por los que pasábamos, los subterráneos, la Calle 42, la Calle 11, el Central Park… Todos los recuerdos con mi viejo se vinieron de golpe, borraron lo demás. Cuando entré al departamento me senté en un sillón y me quedé ahí, en el aire… Me arrepentí de tantas cosas…”.
Según su hijo Daniel: “Papá nos pidió que lo dejáramos solo. Nos metimos en la cocina. Primero, silencio, al rato oímos que tocaba el bandoneón… Papá hizo el tango a mi abuelo en 45 minutos…”.
Después, más allá de rabietas, de discusiones hasta consigo mismo, Piazzolla no fue el mismo. Salió a flote, al fin, esa otra parte de nuestra mismidad que no la mostramos porque lo creemos un signo de debilidad. Piazzolla hizo 20 arreglos a Adiós Nonino: “Es el tema más lindo que escribí en mi vida, no creo que pueda mejorarlo… Es que si me pongo a componerlo ahora no me sale ni en 20 años…”.
Sobre el cierre de su vida, Astor confesó: “Sí, tengo distintas maneras de sentir y de expresarme. Pero cuando toco Adiós Nonino me aíslo del público, del lugar, de todo… Hablo con mi viejo, toco para él… y siempre espero que le guste ese glorioso final triste…”.