A fines de octubre el director de la Policía, Julio Guarteche, viajó a México para reunirse con las autoridades de seguridad de ese país, uno de los más afectados por el crimen organizado. “Pude ver lo que era la corrupción institucionalizada y pude ver lo que era la corrupción sistémica”, dijo a su regreso a Uruguay. “Y pude ver que allí ser un policía honesto puede ser un factor de riesgo”.
Los problemas que enfrenta México seguían en la cabeza de Guarteche una semana después de llegar a Montevideo, cuando participó en una conferencia organizada el 29 y 30 de octubre por la Academia Nacional de Medicina para discutir sobre “Conductas adictivas: abordaje y respuestas”.
Ni bien comenzó su exposición, la máxima autoridad de la Policía le dijo al auditorio que Uruguay es “maravilloso” porque su sistema judicial y político están “limpios” en comparación con lo que sucede en otros países. “Es bueno que diga esto porque después voy a decir un montón de cosas negativas”, advirtió Guarteche.
Y cumplió. Lo que siguió fue una larga disertación centrada en el aumento de la violencia y el “daño social” que provoca, al punto que hoy hay niños que están “condenados” solo por haber nacido en determinados barrios.
“¿Cuántos policías mataste?”.
Como primer paso para entender lo que sucede en Uruguay, Guarteche recomendó leer el libro “La parábola de Pablo”, escrito por el periodista colombiano Alonso Salazar. Esa obra, que fue la base de la telenovela “El patrón del mal”, cuenta la vida del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, fundador del Cártel de Medellín.
Salazar “define el narcotráfico como un monstruo que se alimenta con el látigo que lo castiga”, explicó el jerarca policial, y agregó: “Los traficantes se adaptan a los cambios que se dan en la economía, en la geopolítica, en la sociedad global y especialmente en las tácticas represivas”.
“El poder que tienen los narcotraficantes en realidad se lo otorgan los millones de consumidores y especialmente los adictos, que le aseguran un piso de mercado, porque el narcotráfico, en definitiva, es una actividad comercial que se rige por las leyes del mercado y, por ahora, hay que acostumbrarse a convivir con él”, añadió.
Guarteche dijo que el crecimiento de las organizaciones de narcotráfico en Uruguay se debió a tres cuestiones: el “ascenso” de criminales uruguayos en las organizaciones internacionales de narcotraficantes, los “contactos y “experiencias” de uruguayos en cárceles extranjeras y la presencia de narcos internacionales en prisiones locales.
“Cuando nuestros compatriotas que están en las cárceles quisieron amenazar a los narcos extranjeros para marcar la cancha”, relató Guarteche, “estos respondieron con preguntas tales como: ¿cuántos policías mataste?¿cuántos jueces?”.
Según la descripción del oficial, esos tres factores impactaron en la seguridad y en las “modalidades delictivas” que se practican en Uruguay. “Los primeros códigos” que “cayeron” fueron los “carcelarios” y así se consolidaron prácticas como “el pago de protección para garantizar la seguridad, la venta de drogas, los homicidios por ajustes de cuenta y el sicariato”.
“Todas estas acciones se han trasladado y forman parte de la vida en el exterior de las cárceles, especialmente en los asentamientos, y particularmente en un grado mayor en algunos de ellos”, advirtió.
En ese punto de su relato Guarteche reiteró un concepto que manejan las autoridades del Ministerio del Interior desde que asumieron en 2010: en algunos barrios uruguayos hay un “incipiente pero creciente proceso de feudalización”. Eso ocurre porque criminales —sobre todo narcotraficantes— tratan de controlar y sustituir al Estado para trabajar más tranquilos.
“Así empezamos”.
Si bien no es su única causa, el oficial de Policía dijo que al narcotráfico le es “adjudicable” parte del crecimiento de la violencia en la sociedad uruguaya.
“Las primeras víctimas son los vecinos en los barrios, el hostigamiento de las familias, disparos a móviles policiales, modalidades nuevas como las emboscadas”, relató.
Guarteche opina que se ha naturalizado la violencia y que ahora los jóvenes “son más violentos” para así ganar reputación y la aprobación de los mayores. “Todos sabemos que la herramienta de socialización más importante es la transmisión de valores de padres a hijos. No existe tal cosa en esos lugares como una familia y todos desean formar parte de un grupo”.
“El daño social ha sido tan importante que ha interferido en algunas manifestaciones sociales de importancia para nosotros, como el fútbol, en todos sus niveles”, sostuvo el director nacional de Policía.
Ese “daño social” se refleja entre otras cosas, según Guarteche, en un cambio de rol que tienen las mujeres, las que hoy logran “cierto respeto siendo madre, más respeto todavía siendo la esposa de un preso, y preso su compañero están poniéndose al frente de un negocio de distribución de drogas a pequeña escala”.
“Otro capítulo especial es el perjuicio para los niños”, prosiguió el oficial. “Son expuestos a los químicos en las bocas de distribución, por el consumo de sus padres, a veces porque están expuestos en laboratorios (...)Hemos encontrado niños que han estado expuestos durante días a sustancias químicas que son enormemente dañinas”.
Esos niños están “expuestos a los antivalores” y a la violencia del trabajo policial. “No tocamos la puerta cuando vamos a un lugar de distribución de drogas, sino que la visión que tienen del Estado estos niños es un policía pateando la puerta y entrando con un arma larga a ese lugar”, dijo.
“Vemos que hay niños que están condenados desde pequeños, desde que nacieron por haber nacido en el lugar en el que lo hicieron,” continuó. “Y a veces pensamos cómo se puede manejar esto; quizás trabajando con las generaciones de futuras madres. En otros países hay experiencia en ese sentido”.
Sobre el final, Guarteche recordó que en el 2000 la Policía de toda América Latina tenía curiosidad por saber cómo había llegado Colombia a la situación en la que estaba —ese año había comenzado el Plan Colombia, una estrategia contra el narcotráfico con apoyo financiero y militar de Estados Unidos.
Cada vez que tenían ocasión los colegas de la región le preguntaban al jefe de Policía de Colombia por qué las cosas estaban tan mal. Y él contestaba con una pregunta: “¿Cómo es la situación de su país?”.
“Todos decíamos”, recordó Guarteche, que “allá la situación no es tan grave, (el narcotráfico) todavía no es un problema de primer orden, las autoridades no están preocupadas, la sociedad civil tampoco”.
Una y otra vez el oficial colombiano retrucaba a sus interlocutores: “Bueno, así empezamos nosotros”.