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    Hay que buscarle la vuelta

    Mirame que nos miran, de Julieta Lucena, en el Circular

    Una escenografía hecha enteramente de arpillera, cartón, papel y telas de tonos apastelados de ocres, beiges y cremas recibe al público en la pequeña sala 2 del Teatro Circular. Una sala que permite gran cercanía con la escena y que pese a la restricción protocolar permite albergar a unas 35 personas por función, una audiencia nada despreciable en estos tiempos. Es el marco ideal para este cuadro íntimo de una pareja en crisis. Tema architrillado, es verdad. Pero que en este texto de Julieta Lucena, joven dramaturga, directora y actriz montevideana, rebosa de frescura e inteligencia.

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    La paleta cromática de la escenografía refleja esa relación acartonada que mantienen los dos protagonistas de esta pequeña historia (Lucena y Sebastián Martinelli). En un plano general, los dos se quieren, pero la convivencia ha caído en una rutina gris, anodina. Como intento final de salvar la pareja, ella le propone escribir una historia que repase diferentes momentos de su vida juntos y trazar un ida y vuelta en la línea de tiempo, entre esos episodios y el presente. Así, la obra activa un sistema de mamushkas que es resuelto de un modo muy orgánico desde la dirección, compartida entre Lucena y la actriz Soledad Lacassy.

    La perspectiva feminista está muy presente en el abordaje de la relación. Se aprecia la mirada crítica sobre la construcción romantizada de la familia tipo e incluso el cuestionamiento al mandato de tener pareja. Pero, atención, el punto de vista está muy lejos del panfleto, pues con inteligencia y sin una pizca de autocomplacencia aparecen también los pliegues y contradicciones surgidos en estos tiempos.

    Los diálogos y situaciones están construidos con sencillez y, ante todo, buen criterio escénico. Varios cuadros son narrados a través de la corporalidad: discusiones, rechazos, encuentros, diálogos amables y choques duros son narrados como pequeños clips coreografiados. La puesta tiene atractivo plástico a través de la inspirada escenografía de Guillermo Bonjour, que dispone todos los elementos de utilería colgados o amurados en las paredes, un dispositivo sumamente ingenioso que configura un componente visual extra.

    El código actoral fresco, despojado de tradiciones interpretativas grandilocuentes, ayuda a que la puesta vuelva cómplice al público, al generar innumerables instantes de empatía con la realidad cotidiana de la sociedad uruguaya.

    Mirame que nos miran (sábados a las 21 y domingos a las 19, entradas en Tickantel a $ 350) no cae en la inútil y contraproducente tendencia de establecer dicotomías excluyentes (ellos contra nosotros) y juicios condenatorios de los que no se puede volver.

    En síntesis, resulta una excelente comedia dramática que demuestra que no hay temas agotados, solo demasiados libretos mediocres.