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    Hombres de hojalata

    Salones Nacionales en dictadura

    Desde la calle se ve la cruz enorme. Es ancha, casi deforme. No se ve ningún Cristo, ni crucificado, ni clavos o leyendas. Es una construcción de madera, oscura, como un gran cajón en forma de cruz. Dentro, un montón de figuras del mismo material y color. Son pequeñas tallas geométricas, apretadas, forzadas a estar allí, como en un encierro. Hay figuras que parecen humanas, pequeños hombrecitos de piernas en triángulo, torsos rectangulares y cabezas redondas sin rasgos, apenas con los ojos marcados por una mirada vacía. Encajonadas, las imágenes asfixian. Están puestas como se guarda algo valioso para no verlo por un tiempo, para que no ocupe lugar o para un viaje. La obra es de Manuel Pailós (1918-2005) y se llama Réquiem para el amigo. Es de 1973, año del golpe de Estado en Uruguay, de dolorosas consecuencias sociales y políticas. El país en llamas y este artista que ofrece una obra como esa. El país a caballo entre la libertad y un futuro incierto, oscuro, la vida de todos encajonada, la sociedad crucificada como la construyó Pailós, escultor constructivista, miembro del viejo y legendario Taller Torres García. En 1968 una obra suya había ganado el Primer Premio de Escultura en el Salón Nacional de Artes Plásticas. El arte se dividía en categorías. Todavía no existía el entrevero contemporáneo, vital y transgresor, aunque, por momentos, bastante despistado. La cruz gris oscura de Pailós llama la atención. Está apoyada en una de las paredes del gran salón de exposiciones de la Dirección de Cultura del MEC, en la calle San José. Se llama Punto de Encuentro. Vale la pena darse una vuelta. Aunque sea para ver esta obra, ejercicio doloroso, rastro emocional de un gran artista, aunque es casi imposible reconocer sus intenciones. Poco importa. Ahora queda su trabajo, que puede inspirar la crudeza de un mundo crucificado, encajonado, en una madera pintada de negro.

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    Hay otros allí, más o menos conocidos, más o menos importantes, unidos por una idea centrada en el arte en los años de dictadura. Arte en tiempos difíciles se titula la exposición y ofrece una versión  sobre obras y artistas que presentaron trabajos en los Salones Nacionales en ese período, tan negro como la cruz de Pailós, del 73 al 85. Oscuro y complejo para revisar, ante la ausencia de muchos, la muerte y la desaparición física y artística de otros. También por la eterna discusión ética sobre la relación de los artistas con el poder de turno, la participación en convocatorias oficiales, los pasos en falso o las motivaciones de cada uno. Lo cierto es que vale por lo que son, por la intensa y casi apagada estética de una época.

    Cerca de la cruz hay un ser sin rostro con cuerpo de metal. Es una figura geométrica, agigantada por la perspectiva. Tiene una llave enorme en la mano, tiene los remaches y las costuras a la vista, con un fondo duro, una especie de paredón vacío y oprimente. Apenas se ve un cielo pálido. Es de Gustavo Alamón (1935), otro artista importante. La obra se titula El hombre de la llave y es de 1983. Importan los títulos y las fechas. Pasaron diez años que ahora es posible distinguir, clasificar, valorar. Lo complicado es abrir la cabeza para intentar otras lecturas.  El de Alamón es un enorme y cautivante hombre de hojalata, tan duro y terrible como uno imagina la época. Complica la interpretación o la percepción. Puede ser simplemente un juego, un estado de ánimo, una visión interior y extrapolada de un artista en cualquier viaje creativo, un ejercicio de lenguaje. Pero uno no puede dejar de leerla como un mensaje, claro, preciso, acotado a tanto peso histórico. Es una tentación dejarse llevar y acortar el camino de la interpretación. Tomar una sola dirección. Como la xilografía de Heber Rolandi Scelza (Ángel guerrero para guardia de mis hijos, 1973), un soldado romano que empuña espada y escudo y espera una orden con la rodilla en tierra. O la  muñeca de trapo de Clever Lara (1952) con la cabeza caída sobre el pecho y una especie de venda que cuelga por su cuerpito abandonado. Es terrible desde cualquier época y perspectiva.

    Por suerte, los creadores superan las circunstancias. Eso importa más que cualquier interpretación o conjetura política. Puede que en esas obras impere el desaliento, el dolor, la destrucción y la soledad. Puede que impere en el espectador, en el recuerdo de aquellas calles vacías, de aquellos teatros cerrados, de las lecturas prohibidas. O en la visión de esos hombres de hojalata sin rostro que aparecían en cualquier esquina pidiendo documentos, cerrando puertas con llave, golpeando y maltratando a diestra y siniestra. Da lo mismo. Esta muestra es una experiencia, vital, pero, sobre todo, estética. Hay indicios de una época que fueron muchas (en diez años pasó de todo, aunque muchos digan que no), de lenguajes ya abandonados, de colores y formas que pasaron al callejón de la historia, de mucha mediocridad en nombre de la “libertad a conquistar”.  Hay pinturas surreales, hay paisajes sombríos, espacios vacíos en cuadros y formas escultóricas atormentadas, desolación. Hay curiosidades como un Quijote y Sancho (1976) en chapa de Pablo Atchugarry o un fotograbado cautivante de Alfredo Testoni (Sociedad de consumo B, 1980). Hay un maravilloso cuadro de Eduardo Sarlós (Dime por qué, 1981), un artista completo, hombre de teatro y múltiples intereses, escritor y pintor de alto vuelo, olvidado, como tantos.  El “pelado” Sarlós merece mucho más.  Es un placer  contemplar sus viejitos enanos, de miradas y actitud pícaras, de vestimenta teatral, de colores pujantes. La vejez, quizás, otros dolores que no solo son los políticos o sociales.

    Las obras están colgadas, apoyadas en la pared, en el piso. Parecen abandonadas o puestas sin esfuerzo. Es a propósito y no se trata de un juicio de valor. Es un intento por transmitir la fragilidad, el desajuste, el desvarío que arrasó desaforadamente con tanta humanidad. Parece el inicio de algo o una tarea a medio camino. Pero es algo. Cada memoria y sensibilidad puede acomodar allí lo que quiera, como le plazca. Aunque la muestra sea irregular e inevitablemente arbitraria, vale la pena cruzar por esos caminos, salpicados de arte, rescatados cada tanto del olvido.

    Arte en tiempos difíciles. Obras premiadas en Salones Nacionales entre 1973 y 1985. En Punto de Encuentro (MEC), San José y Paraguay, de lunes a viernes de 10 a 19 h.