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    Horacio Salgán

    En la edición del jueves 30 de junio pasado escribí sobre Horacio Salgán (Búsqueda Nº 1873). Unos días antes, el 16 de ese mes, había cumplido cien años. Hoy, ese ciclo vital, vigoroso, creativo, musicalmente revolucionario, ha concluido: Horacio Salgán ha muerto.

    En aquella columna resumí, con respeto y admiración, su impar trayectoria, recordando, de paso, algunas anécdotas quizás no demasiado conocidas pero que podían interesar a los lectores. Queda, entonces, aparte de transmitir la triste nueva, poco por decir.

    Raúl Garello sentenció que tanto Pugliese —con su célebre Negracha, como Salgán, con su conmovedor A fuego lento— habían prefigurado a Piazzolla. Creo que tiene razón.

    Obviamente, no es el único mérito. Recogiendo la herencia decareana, igual que su amigo don Osvaldo, Salgán fue un audaz y por fortuna contagioso renovador, componiendo y arreglando tangos. Y me permito recordar algo un poco más íntimo, que me dijo un amigo, el doctor Ennio Martínez Pasquet —que además de mi médico de cabecera fue, ¡vaya conjunción!, el pianista de la mítica orquesta uruguaya formada por profesionales de muy distintas disciplinas académicas pero todos instrumentistas, “Kakum Jazz Band”—: “Salgán tiene un estilo pianístico incomparable; es el único que toca como los negros que hacen el jazz más puro que haya nacido en Nueva Orleans”.

    El tango sigue vivo. Pero se fue el último gran faro de la generación de oro de la música popular ciudadana del Río de la Plata.