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Fue el buenazo de Bilbo en El señor de los anillos, una saga tan exitosa que estampa el rostro de un actor a un papel de por vida. Pero el británico Ian Holm, que dejó este mundo a los 88 años, transitó por toda la gama de emociones que resuenan en nuestro interior, un camino sinuoso, a veces un pretil de pocos centímetros, a veces una avenida de posibilidades.
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Fue el androide de Alien, el octavo pasajero, y allí expresó su admiración incorrectísima —para un humano, no para una máquina— ante la existencia del bicho más repugnante y letal que haya dado la historia del cine. “No tiene moral, es solo biología que se abre camino como sea, y eso es bellísimo”, decía su personaje. Habrá que tenerlo en cuenta cuando pongamos el hocico en otros planetas. Si allá afuera existe algo, probablemente tenga el mismo empuje biológico que Alien.
Fue un padre desesperado en El dulce porvenir, la mejor interpretación dramática de toda su carrera. La conversación telefónica con su hija yonqui es desgarradora.
Fue el asesino más famoso de todos los tiempos en Desde el infierno. Parecía solo un médico masón, como tantos otros, pero en cierto momento unos ojos negros espesos como dos bolas de mercurio lo transforman en… Jack el Destripador.
Y por si fuera poco estuvo en cuatro obras maestras: Brazil, Kafka, El almuerzo desnudo y Big Night.
Baja estatura, cara del montón, pinta de buen tipo. Podía estar en la cola del supermercado que no te dabas cuenta. Pero era el genial Ian Holm.