Igualdad, educación, sexualidad

Igualdad, educación, sexualidad

La columna de Pau Delgado Iglesias

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Nº 2092 - 8 al 14 de Octubre de 2020

La “igualdad de género” es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que Naciones Unidas (ONU) aprobó en 2015 para ser alcanzados en 2030. A partir de esta agenda, los países se comprometieron a avanzar por un camino que asegure “mejorar la vida” de todas las personas. En el desarrollo del quinto objetivo (“lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”) se explica por qué a pesar de los logros sigue siendo necesario mejorar estos aspectos: porque todavía existen muchas leyes y normas sociales discriminatorias, porque las mujeres están infrarrepresentadas a todos los niveles de liderazgo político, y porque una de cada cinco mujeres y niñas de entre 15 y 49 años declara haber sufrido “violencia sexual o física a manos de una pareja íntima en un período de 12 meses”. ONU plantea, además, que el actual contexto de pandemia podría incluso llegar a revertir los avances alcanzados hasta ahora en materia de igualdad de género y derechos de las mujeres.

Sin embargo, y a contrapelo de toda evidencia empírica y de los desarrollos teóricos existentes, hoy hay en el Parlamento uruguayo representantes que entienden, por ejemplo, que “los hombres matan por exceso de amor” como expresó Inés Monzillo, diputada de Cabildo Abierto, en referencia a los femicidios. Este tipo de afirmaciones, desinformadas e irresponsables, son cada vez más comunes tanto a escala regional como en el mundo entero, y vienen de la mano de grupos religiosos conservadores, generalmente asociados con la derecha o la extrema derecha política. El interés es siempre el mismo: frenar lo más posible cualquier tipo de avance en términos de derechos de la población LGBT+ y derechos de las mujeres, en particular en lo relacionado con salud sexual y reproductiva y educación sexual.

Por decirlo de una forma muy básica, estos movimientos son contrarios a cualquier educación que se desvíe de la idea de “familia como resultado del matrimonio de un hombre y una mujer”. Se oponen a la homosexualidad y (por supuesto) a la transexualidad, y entienden que una educación sexual adecuada no debería incorporar la existencia de la diversidad. Es por eso que muchas veces repiten argumentos que tergiversan la realidad con el objetivo de causar el rechazo de la población, al hacer circular información falsa. Como ejemplifica un estudio de Maximiliano Campana sobre políticas antigénero en Argentina (publicado en 2020 por el Observatorio de Sexualidad y Política), una de las estrategias utilizadas en ese país por parte de los grupos contrarios a la educación sexual, fue la de crear grupos de WhatsApp con madres de distintas escuelas para generar miedo en las familias con la circulación de mentiras. Se reportó, por ejemplo, que “en uno de los mensajes de audio que circula, un pastor sostiene que los docentes obligan al alumnado a desnudarse, a tocarse entre sí las partes íntimas, ‘a practicar posiciones hombres con hombres, mujeres con mujeres’”, entre otra serie de disparates. La estrategia también se repitió en otras redes sociales, principalmente Facebook.

Este movimiento, explica Campana, “si bien fue lanzado por grupos evangélicos, rápidamente obtuvo el apoyo de importantes actores católicos”. Vale la pena recordar, en un ejemplo local, las declaraciones que realizó el año pasado el obispo de Minas, Jaime Fuentes, cuando afirmó que en la escuela pública “se les está enseñando a masturbarse” a niños de cinco años.

Muy lejos de todas estas falsedades, lo que busca la educación sexual es cuestionar los esquemas opresivos en los que históricamente se ha enmarcado la sexualidad. Una educación sexual con enfoque de derechos debe necesariamente reconocer la diversidad sexual, ya que luchar por la igualdad de género es también incluir a quienes “no encajan” en las normas establecidas. Niñas, niños y adolescentes tienen derecho a decidir sobre su sexualidad y contar con información amplia. Además, el argumento de que “son las familias” las que deberían estar a cargo de la educación sexual, parecería pasar por alto las enormes cifras de abuso sexual intrafamiliar o los asesinatos de mujeres en manos de sus parejas.

Como afirma Unesco, la educación sexual ocupa un lugar central en el marco de los derechos humanos y la igualdad de género, y es un aporte clave en el cumplimiento de los objetivos de la Agenda 2030 en lo relativo a salud y bienestar, educación inclusiva e igualdad de género. Es preciso que Uruguay esté preparado para seguir defendiendo estos valores frente a cualquier embestida regresiva, que tanta fuerza viene haciendo en la región y en el mundo.