Sr. Director:
Sr. Director:
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl pasado Jueves 2 de noviembre falleció en la ciudad de Montevideo el Dr. Juan Carlos Peirano Facio. Tenía 92 años.
Quizás la noticia pudo haber pasado algo inadvertida para las nuevas generaciones de estudiantes y prácticos del Derecho, hoy acaso algo más desconectadas de las generaciones que les precedieran. A fin de cuentas, hacía ya casi diez años que Peirano se había retirado del quehacer activo del mundo del Derecho, al cual había volcado parte de sus mejores esfuerzos en múltiples facetas.
Profesor Emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, Juan Carlos Peirano fue catedrático de Derecho Financiero en esa facultad, en la cual enseñó durante casi 55 años. Justo es recordar —pues nada de sorprendente hay en ello— que se alejó voluntariamente de la cátedra en los años de la Intervención, siguiendo los pasos de su mentor, don Ramón Valdés Costa, a quien hoy también rendimos sentido homenaje (imposible no asociar la figura de Peirano al nombre de Valdés). De hecho, juntos redactaron lo que a la postre sería la obra cúlmine de ambos, el anteproyecto de Código Tributario, cuya columna vertebral sigue vigente aún hoy.
Director del Instituto de Finanzas Públicas, Peirano fue autor de algunas de las mejores páginas publicadas en nuestro medio en esas disciplinas. Hoy vienen a nuestra memoria su formidable tesis de 450 páginas sin anexos (Impuesto a las Ventas, publicada en 1955 por la Biblioteca de Publicaciones Oficiales de la Facultad), su curso sobre Deuda Pública y Presupuesto (publicado por el Centro de Derecho en 1963), y sus estudios sobre los principios de irretroactividad y de legalidad en materia tributaria (1984 y 1986, respectivamente), cada uno de los cuales marcó un hito en sus respectivas áreas de abordaje. Subrayamos también el último de los ensayos que le conocemos, La Acepción del Término “Impuestos” en el Art. 69 de la Constitución (publicado en el 2005 en el Nº 189 de la Revista Tributaria que le contara entre sus fundadores), del cual nada menos que Jorge Rossettto, alma mater de esa publicación, considerara el mejor de todos los artículos jamás publicados en esa prestigiada revista desde su fundación en 1974.
Es que los estudios de Juan Carlos están todos cortados por la misma vara, dominados por el mismo sello de distinción: me refiero a la profundidad y el rigor de análisis, la sobriedad de estilo, la claridad de exposición, y la cita siempre pulcra y nunca pedante. Todos ellos son un modelo de perfección, pues en ellos nada sobra y nada falta.
Mi padre solía decir que el estilo es la nota que hace a la individualidad de cada uno. En Peirano el estilo lo era todo o casi todo. Rigurosamente puntual, tímido y exasperantemente humilde, don Juan Carlos fue lo que hoy llamamos un hombre de perfil bajo. Habiendo ejercido la abogacía al más alto nivel, siempre estuvo cerca de sus ayudantes, como quien esto escribe. Daba un consejo (siempre conciso), sugería alguna iniciativa (siempre concreta), en fin, estaba ahí. Nos citaba en su clásico estudio de la calle Misiones (creo que en los últimos tiempos uno entraba por 25 de Mayo), casi siempre a la misma hora —no recuerdo si era a las 15:00 o a las 16:00 (pues como toda persona ordenada y sistemática, era también un hombre de rutinas)—, para comenzar a desgranar, con su inexorable rigor, punto por punto y línea tras línea, cada uno de los comentarios que previamente había anotado para nuestro encuentro. La improvisación no tenía cabida en él; tampoco el protagonismo, pues nada le fue más lejano que la mezquindad que campeara en los ambientes universitarios de todas las épocas.
Generoso con su tiempo y con sus conocimientos, promovía a los más novatos, instándonos a ocupar posiciones, a exponer nuestras ideas en el instituto y a volar con alas propias. Incluso hasta nos llamaba para consultar nuestra opinión sobre tal o cual punto; tengo la íntima seguridad de que esa no era esa sino su manera de estimularnos, cándida e imperceptible.
Integrante de una de esas familias ilustres que dejaron su impronta e hicieron historia en la facultad, su partida deja un vacío imposible de llenar. Y, sobre todo, marca el adiós de uno de los últimos representantes de una generación de juristas indisolublemente asociada a un país que ya no es, a un tiempo que hoy se me hace insoportablemente pretérito y escurridizo.
Jonás Bergstein
CI 1.316.079-4