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    Jugando al achique

    N° 1960 - 08 al 14 de Marzo de 2018

    El mensaje difundido la semana pasada por el gobierno  en respuesta a las demandas del ruralismo “autoconvocado” describió un país en marcha, pleno de avances y realizaciones económicas, sociales y políticas. Informe que respaldó con un amplio soporte estadístico. Se trató de una descripción que, al remarcar los aspectos positivos de la gestión 2005-2017 del Frente Amplio, maravilló a partidarios del gobierno que, según las encuestas, son hoy muchos menos que los que lo votaron hace 40 meses.

    Fuera del áulico FA se consideró una descripción irreal del Uruguay ya que soslayó la problemática que enfrentan los sectores productivos: alta presión fiscal, elevados costos de producción, baja o nula rentabilidad, pérdida de competitividad, de puestos de trabajo en el sector privado, escasa inserción económica internacional, persistente déficit fiscal, creciente endeudamiento, descontrol en el manejo de recursos públicos, déficit en infraestructuras viales y ferroviarias.

    Son dos mundos paralelos. En todo caso dos caras de una misma moneda. El gobierno abrumó a quienes siguieron los 26 minutos del mensaje con cifras confirmatorias de sus eslóganes de campaña: “Vamos bien”, “Lo mejor está por venir”.  

    Describió un país en el que los logros son muchos y en el que lo que falta está encaminado o en proceso. Aunque se reconocen muchos de esos logros, posibles gracias a la bonanza que vivió Uruguay entre 2010 y 2014, los sectores económicamente más activos visualizan una coyuntura problemática y un horizonte que exhibe serios riesgos en el futuro próximo. Que amenazan, como ya ha ocurrido en el pasado, muchas de las mejoras señaladas.

    El gobierno exhibe cifras destacando el aumento de las exportaciones y la ampliación de mercados. Pero no ha podido avanzar en materia de inserción económica por concebirse atado a un Mercosur —“más y mejor”, “viajar en el estribo de Brasil”, han sido objetivos proclamados— reducto de concepciones proteccionistas. Además, por las inocultables diferencias existentes entre quienes dicen querer sintonizar al país con las corrientes modernas de la economía y quienes creen que pueden alcanzarse acuerdos comerciales que aseguren ganancias sin hacer concesiones (o con concesiones mínimas) y sin afectar intereses de ciertas actividades ni de ineficientes empresas estatales, cuya permanencia se asocia a actividades monopólicas.

    Toda negociación es siempre una transacción en la que hay que hacer un balance de lo que se pretende ganar y de lo que se puede perder. Un análisis que no debe excluir los riesgos probables que presentan las nuevas tendencias de la economía mundial.

    Siendo Uruguay un país pequeño, tomador de precios internacionales, los ciclos económicos y los vaivenes de los mercados internacionales benefician a ciertos sectores y perjudican a otros. Son variables que están fuera de nuestra capacidad de influir. Sí depende de nosotros ver qué está pasando en el comercio mundial para no hipotecar nuestras futuras posibilidades y adaptarnos a las nuevas tendencias.

    A fines del 2005 el ministro de Economía Danilo Astori planteó en Búsqueda la idea de negociar tratados de libre comercio con Estados Unidos y China. Ocho meses después, al término de una reunión del Consejo de las Américas realizada en Montevideo el presidente Tabaré Vázquez se mostró partidario de negociar “por la vía rápida” un TLC con Estados Unidos. “La historia no retrocede, no se detiene y tampoco se repite, (…) el tren, a veces, pasa una sola vez en la vida”, declaró. Consultado allí mismo sobre los dichos de Vázquez, su canciller Reinaldo Gargano retrucó: “Yo quiero subirme a un tren que funcione, que vaya a un destino, que me lleve y que sirva a los intereses de mi país, pero hay gente que se pone delante y le pasan por arriba”. No solo Gargano se opuso y ante tales cuestionamientos Vázquez desistió de negociar el TLC con Estados Unidos y se conformó con suscribir un año después un modesto acuerdo de comercio e inversión (TIFA), cuya vigencia no requería aprobación parlamentaria.

    Durante el gobierno de Mujica Uruguay se incorporó a las negociaciones para establecer un acuerdo global sobre el comercio de servicios. Pero siete meses después de haber asumido su actual mandato Vázquez debió retirar al país de esas negociaciones ante la oposición de los sindicatos y de los sectores más radicales e ideológicos del FA (PCU, PVP, MPP, Casa Grande) que impusieron un pronunciamiento contrario en el Plenario Nacional.

    Pero fuera de esa burbuja política zurda que sigue empeñada en dejar pasar trenes de largo, el mundo sigue andando y las naciones siguen tejiendo alianzas comerciales bilaterales y multilaterales en las que se hacen concesiones mutuas.

    Un estudio del reconocido experto en comercio internacional Carlos Pérez del Castillo reveló que entre 2000 y 2015 se habían triplicado los acuerdos preferenciales de comercio y que los intercambios realizados mediante esos acuerdos  pasaron de 28% en 1998 a 50% en 2015. Cada uno de estos acuerdos mejora las condiciones en que deben competir en esos mercados esos países. El comercio intra-Mercosur bajo acuerdos con preferencias, recordó Pérez del Castillo, es apenas de 1% del comercio.

    En 2016 Uruguay firmó un TLC de segunda generación con Chile y Vázquez impulsa un acuerdo comercial preferencial con China. Pero los obstáculos son siempre los mismos y por las mismas razones.

    El país está quedando prisionero una vez más de las diferencias del partido de gobierno y de sectores anclados en ideas predominantes en los años 60. Ello supone una pérdida de tiempo, pero, además, hipoteca posibilidades futuras de colocar nuestra producción.

    Hace dos décadas el Mercosur y la Unión Europea intentan infructuosamente negociar un tratado de comercio preferencial. Pese al optimismo declarativo de ambas partes y los anuncios de la inminencia del acuerdo llevan ya más de dos años y varias rondas negociadoras en uno y otro continente sin lograr resolver sus diferencias en los temas sensibles.

    Mientras, el reloj sigue corriendo y otros países siguen negociando y acordando preferencias comerciales para asegurarse ventajosas condiciones competitivas.

    El riesgo es obvio, lo ve cualquiera: perder mercados por tener que competir pagando aranceles que no se aplican a otros. “Podemos exportar a más mercados, pero si en nuestros destinos no somos competitivos, cualquiera de nuestros competidores fuertes que tengan similares calidades y un acuerdo comercial, nos pueden sacar del mercado muy rápidamente”, advirtió esta semana Nicolás Albertoni, máster en Política Internacional  en Georgetown (Economía y Mercado, El País, 5/3/2018).  “En un mundo cada vez más interconectado comercialmente, la diversificación de mercados es un dato que ya dice muy poco”, agregó.

    Australia y Nueva Zelanda, competidores nuestros en varios rubros, han negociado acuerdos de libre comercio con China, Nueva Zelanda también con Japón,  y ya están, o lo estarán pronto, compitiendo en mejores condiciones.

    Cuántos negocios, mercados y puestos de trabajo será necesario perder para que quienes trancan toda iniciativa a favor del libre comercio despierten y dejen de hipotecar el futuro del país por sus intereses políticos inmediatos y sus atavismos ideológicos.