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    La Dama del Tango

    Un ignoto admirador la condecoró, como si quisiera darle a una cédula de identidad arrabalera un toque distinguido, “la Dama del Tango”, emulando el respetuoso apodo con el que había sido honrada, mucho antes y en Buenos Aires, la inolvidable Mercedes Simone.

    Sin embargo, desde sus lejanos comienzos hasta un presente que la muestra de pie y apasionada —acaba de celebrar sus pujantes 84 años—, ella ha sido siempre, para todos, sencilla y cariñosamente “Olguita”.

    Olga Delgrossi Sosa nació en Tacuarembó, tierra que rememora a Gardel, más allá de bizantinas polémicas, el 12 de julio de 1932. Su familia se trasladó a Montevideo al inicio de su adolescencia y aquí halló, a partir de los doce años, el ámbito fértil para desplegar el canto —su voz infantil había sorprendido a la casa natal desde tempranísima edad—, su amor por el tango y su porte teatral, que solía traer a la memoria el talante exuberante, cuasi posesivo, de la española Nati Mistral.

    Luego de ganar varios concursos “de promesas”, a los doce años debutó con la orquesta —recordada solo por iniciados— de Malanga Sáenz. A los quince, entonces acompañada por guitarras, sentó sus reales en sitios de prestigio como los cafés Palace y Ateneo y, tras el primer contrato formal, en la fonoplatea de Radio El Espectador.

    Tenía 25 años en la primavera de 1957 cuando conoció al director de orquesta que, en breve lapso, la llevaría a la fama internacional: Donato Racciatti.

    “El Tano” le había echado el ojo, pero esperó a darle la oportunidad en una ocasión especial: el alejamiento de Nina Miranda. Desmintiendo lo que quizás muchos piensan, Olga solo cantó con Racciatti siete años; lo que perduró, hasta la muerte del músico que cultivaba el ritmo de Juan D’Arienzo, fue la amistad sincera e intensa que los unió desde el principio y que permitió que, de tanto en tanto, en circunstancias especiales, volvieran a actuar juntos.

    Con Racciatti, y más tarde con Toto D’Amario y otros acompañantes, ya primera figura solista, Olga Delgrossi recorrió el país, Argentina, Venezuela, Estados Unidos, Europa y Japón y se dio gustos como cantar con Rosamel Araya, José Luis Rodríguez (“El Puma”) y la orquesta de Franck Pourcel.

    La Dama del Tango ha interpretado a lo largo de su carrera todos los clásicos inmortales, aunque, sin discusión posible, dos discos grabados con Racciatti fueron los que la proyectaron al exterior: Tu corazón y Hasta siempre, amor.

    Muchos se confunden. ¿Olga no conquistó a los porteños? Lo hizo, pero no se afincó; su peculiar apego a la familia —que sufría con la separación por viajes y giras— hizo que, pese a haber tenido la capital argentina a sus pies, cada poco tiempo pegara la vuelta hasta que un día, cansada por el paso de los años, decidió regresar a la turbulenta hermana mayor del Río de la Plata solo por excepción.

    Pero, lector, las cosas en su lugar. Hizo ruido. Allá cantó en el Marabú, en El Glostora Tango Club, integró el elenco estable de Grandes Valores del Tango, fue convocada por Luis Stazzo para los espectáculos de Los Siete del Tango, hizo giras, grabó para el sello Odeón y actuó junto a Libertad Lamarque, Alba Solís y Néstor Fabián, entre otros, y triunfó en bailes, teatro, radio y televisión.

    Solo que la familia, al cabo de cada viaje, podía más.

    Y al volver, su capital, y su ciudad natal, también la aguardaban con caricias: cantó en el Solís; recibió los Premios Morosoli y Gardel; César Charlone la convirtió en protagonista de Nostalgeses y Discepolín; el profesor Nelson Pilosoff le obsequió poesías inéditas con las que grabó, junto a Ricardo Olivera, un exitoso disco, con músicas de Racciatti, Julio Cobelli y el pianista argentino Ángel Barcos, y la Intendencia Municipal la declaró Ciudadana Ilustre de Montevideo.

    El que ha sido —hasta hoy, conviene añadir, conociéndola— su último “viaje grande”, como dice ella, le permitió grabar en París, acompañada por Cobelli y el bandoneonista Waldemar Metediera, 20 temas entre los cuales resaltan La cumparsita, No la quiero más, A un semejante —conmovedora versión del tema de Eladia Blázquez— y el poco recordado Desde el escenario.

    Todavía —claro que ahora con menos frecuencia— se la puede admirar por sencillos escenarios montevideanos, junto a amigos como Cobelli, Edison Bordón o Mario Díaz, desplegando su voz grave intacta y su gestualidad que estremece para cantar, como si se rasgara el alma.

    Olguita, la Dama del Tango, patrimonio nacional.