La Superliga como espejo

La Superliga como espejo

escribe Fernando Santullo

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Nº 2119 - 22 al 28 de Abril de 2021

El huracán global que causó la noticia de que los equipos más ricos de Europa se iban a poner a jugar en un club exclusivo, creado por ellos mismos, parece estar resultando más bien breve. Aunque aún no se sabe cómo terminará exactamente, todo parece indicar que la idea con la que Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, sedujo a otros millonarios de lo que creíamos era un deporte, no estaría llegando a destino. Sin embargo, y esto también es claro, la presión ejercida por esos clubes no caerá en saco roto y muy probablemente este exabrupto les sirva para reclamar una porción aún mayor de la torta económica del fútbol.

A bote pronto, lo de la Superliga puede ser leído como emergente de algunas tendencias que se han venido acentuando en los últimos tiempos y que no se limitan al negocio del fútbol. Por ejemplo, la idea de que ciertos ámbitos son estrictamente privados y por tanto las decisiones que se toman en ellos pueden ser perfectamente inconsultas, decisiones que se toman en las alturas y sin el menor aval democrático, más o menos como funcionaban los clubes exclusivos de las élites burguesas de fines del siglo XIX. O, por ejemplo, que se puede estar contra la idea de la Superliga sin por eso avalar el desastre inmoral que es la FIFA. Que se puede pensar que la Superliga profundiza la injusticia sin creer que la FIFA impulsa un fútbol más justo.

Como es obvio, la decisión de juntarse a jugar en un club privado de equipos millonarios sin ascenso ni descenso es una opción que (si no contradice el estatuto de ninguno de esos clubes) cualquier dirigencia puede tomar. No tan obvio es el carácter privado de esos equipos. En el sentido más estricto, en lo que se refiere a sus estatutos, seguramente lo son. Pero todos ellos se nutren económicamente de los dineros que el público, su público, destina a las actividades y productos que esos clubes comercializan. Es decir, un fútbol profesional sin público (y aquí incluyo obviamente al público televisivo, que es el mayoritario) no existe.

Si trasladamos esa mirada a otro ámbito, vemos que no es muy distinto de lo que pasa con Twitter, una empresa que lleva rato tomando decisiones poco democráticas que afectan la charla común. Más allá de que se trata de una empresa privada con su set de reglas para quienes deseen interactuar en su plataforma, es claro que sin público esa es otra empresa que carece de sentido. ¿Quiere esto decir que ese público tiene derecho a incidir sobre las decisiones que toma la empresa? No, al menos no a través del organigrama organizativo de la empresa. Pero sí que se puede incidir borrándose de los servicios que ofrece esa empresa. Dado que esto no tiene pinta de estar pasando y dado que una parte nada menor de la charla sobre nuestros destinos colectivos se viene procesando en Twitter y dado que los CEO de la empresa carecen de la menor legitimidad democrática ante todo aquello que no es la propia empresa, las decisiones sobre los límites de lo que se puede y no en esa charla que se procesa en Twitter ya no son exactamente privadas.

Algo similar ocurre con la Superliga: los equipos tienen todo el derecho a montar los torneos que les dé la gana, siempre que eso no contravenga sus estatutos. Pero, y esto es lo central, dado que para existir dependen de los dineros que se derivan de la existencia del público, este no debería ser ignorado. Los resultados de ignorarlo los acabamos de ver en el desagrado con que un número enorme de hinchas tomó la noticia. Un desagrado que terminó siendo uno de los varios factores que hicieron que la idea parezca ser velozmente abandonada. Es como si un número muy grande de usuarios de Twitter hubiera amenazado públicamente con borrarse de esa red social. El tamaño del asunto nos debería hacer repensar un poco qué cosas que aceptamos como privadas, realmente lo son.

Ahora, esa reacción ¿implica que los fans están encantados con la FIFA? ¿O que los jugadores están encantados de ser parte de un mundial inmoral como el que se viene en Qatar? No, y de hecho son varias las selecciones y jugadores que se han manifestado contra dicho mundial. “Creo que la adjudicación de la Copa del Mundo a Qatar no fue algo bueno por varias razones. La primera razón son las condiciones de los trabajadores... luego el hecho de que la homosexualidad está penalizada y castigada en Qatar”, dijo el alemán del Real Madrid, Toni Kross, en marzo pasado. Las declaraciones de Kross fueron realizadas después de que cuatro países europeos, Alemania, Holanda, Noruega y Dinamarca, protestaran públicamente por las condiciones de trabajo de los obreros que construyen los estadios y las instalaciones para el torneo de Qatar.

De ahí la segunda conexión del “caso Superliga” con el estado de la charla colectiva en el presente: estar contra la Superliga no implica aplaudir el actual statu quo, incluso cuando se es parte del mismo, como esos cuatro países. Pensar en esos términos binarios es entrar en una lógica de la polarización que termina minando el espacio para las continuidades, el lugar donde se construye gracias a los matices y no gracias al contraste entre blanco y negro. Creer que la democracia es una herramienta útil aunque perfectible, no equivale a avalar a ciegas cualquier régimen que se proclame democrático ni las cosas aberrantes que haga con esa coartada. Tampoco equivale a tirar la herramienta que con tanto esfuerzo construimos, en nombre de una brumosa promesa de bienestar imaginada por algunos iluminados. Se puede pensar que la FIFA es una organización que debe sanearse y ser más justa sin por eso pensar que uno debería creerle al primero que diga que sabe hacer las cosas mejor que la FIFA. ¿Mejor para quién?, debería ser nuestra siguiente pregunta. El pensamiento binario, de ceros y unos, solo beneficia a quienes se plantan en uno y otro valor, no a la inmensa mayoría que habitamos los decimales.

Dos directores técnicos de la Premier League resumieron bien el problema de la Superliga. Pep Guardiola, técnico del Manchester City, recordó que “no es justo si un equipo lucha y lucha y luego no se puede clasificar porque el éxito solo está garantizado para unos pocos”, cuestionando el carácter cerrado de la propuesta. El otro fue Marcelo Bielsa, técnico del Leeds United, quien señaló que “lo que da salud a la competencia es la posibilidad de desarrollo de los débiles, no el exceso de crecimiento de los fuertes”. Los dos recurrieron, sin decirlo, a un concepto central en todo este entuerto: la justicia es un factor esencial en la posibilidad misma de existir como colectivo, sea este una liga o una sociedad. Si el esfuerzo no tiene premio porque alguien decidió excluir a quienes arrancan con más desventajas, la injusticia está garantizada. Un sistema social o una liga solo son saludables cuando se preocupan por mejorar las posibilidades de los más débiles, no por reforzar los derechos de los más poderosos. Aunque parezca lo contrario, a veces el fútbol habla más de nosotros que nosotros de él.