N° 1841 - 12 al 18 de Noviembre de 2015
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa formidable carta que el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro, remitió esta semana a la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, Tibisay Lucena, en la que expresa la preocupación de la OEA, y la suya propia, por la falta de garantías para la oposición y las condiciones desiguales en las que esta debe afrontar la elección legislativa del 6 de diciembre, desnuda a la izquierda latinoamericana y constituye un verdadero parte aguas en sus filas.
Al anteponer la democracia y los valores republicanos (separación de poderes, jueces independientes, garantías individuales y libertad de expresión) a toda otra idea o concepto, la carta de Almagro plantó una bomba en el debate de las izquierdas regionales y, naturalmente, dentro del Frente Amplio: hay que optar por estos principios o negarlos mediante la aplicación de populismos autoritarios.
La división empezó a reflejarse inmediatamente, más allá de nacionalidades. Mientras el teniente Diosdado Cabello, número dos del régimen venezolano, insultó a Almagro y lo acusó de dirigir a la institución “más pervertida, corrompida y desprestigiada del mundo” que “amenaza al pueblo de Venezuela”, el ministro de Economía uruguayo, Danilo Astori, opinó que la carta del ex canciller del presidente José Mujica es “magnífica” y “muy equilibrada en defensa de los intereses de los ciudadanos de Venezuela”.
Los lectores de Búsqueda podrán acceder en esta edición a más detalles sobre la carta y los debates que ésta desató (páginas 1, 4 y 6). Pero la verdad es que Almagro hizo las cosas más fáciles. Hasta ahora había un variopinto grupo de gobiernos que, bajo el paraguas del “progresismo”, ocultaban prácticas y realidades bien diferentes. Eran todos electos y, solo por eso, automáticamente “democráticos”. Pero unos practicaban la democracia y los valores de la república, y otros los pisoteaban abrazándose con aquellos. Los “democráticos” de verdad no solo hacían elecciones, sino que permitían la alternancia de los partidos en el poder y gozaban de Estados de derecho. Los otros solo hacían elecciones, pero luego, desde el poder, pasaban a controlar todo (congresos, jueces, periodistas, medios de comunicación, organismos de contralor) y perseguían a los opositores.
El gobierno de Venezuela usa la palabra “democracia” pero solo para prostituirla, porque lo que hay allí es, en realidad, un régimen dictatorial. Todos en la izquierda democrática lo saben. Pero, hasta ahora, no se animaban a decirlo por razones inconfesables.
Almagro —a diferencia de su triste antecesor, el chileno José Miguel Insulza— dice, muy sencillamente, que “las condiciones en las que el pueblo (venezolano) va a ir a votar el 6 de diciembre no están en estos momentos garantizadas al nivel de transparencia y justicia electoral” que el CNE “debería garantizar”.
En otras palabras, en Venezuela el gobierno ya está haciendo fraude: la oposición, sostiene Almagro, participa en una campaña inequitativa, con presos políticos, prensa censurada, candidatos inhabilitados, agresiones y amenazas de todo tipo del oficialismo. El régimen chavista obliga a los empleados públicos para que trabajen a favor de los candidatos oficialistas, utiliza fondos estatales para hacer su campaña, prepara trampas con los colores y los nombres de los candidatos en las papeletas electorales, cambia las reglas de juego y aplica estados de excepción en varias provincias para controlar a la gente. Almagro denuncia, además, un “plan de seguridad” del gobierno, responsable de “detenciones masivas y presuntas ejecuciones extrajudiciales”, y dice que el teniente Cabello “apoya y da difusión a actividades ilegales de espionaje y seguimiento a opositores”.
El secretario general, ex canciller de Mujica hasta febrero y electo senador por el MPP, compara la situación de Leopoldo López con la que vivió Wilson Ferreira Aldunate en la dictadura uruguaya. “Desde hacía tiempo en nuestro continente no se daba que uno de los máximos dirigentes opositores estuviera preso cuando una elección. La última referencia es la de Wilson Ferreira Aldunate en Uruguay en 1984”, escribe.
El gran argumento de los populismos autoritarios “progresistas” era que se trataba de “democracias” porque los gobiernos habían sido electos. Eso decían ellos y repetían como loros los “progresistas” republicanos. Pues Almagro terminó con el montaje.
La carta de Almagro va mucho más lejos que las elecciones parlamentarias venezolanas. Es una bocanada de aire puro en un ambiente enviciado durante más de una década. Después de este documento, será muy difícil seguir con la farsa sin caer en la hipocresía y el cinismo más absolutos.