Es porteño. Tiene 25 años. Compone, arregla, es guitarrista y pianista, es un señor cantante de rock. Con dos discos se abre camino desde el under del under en esa jungla rockera espesa si las hay, con su plan solista junto a su banda de seis instrumentistas. Tiene uñas este guitarrero, en el sentido metafórico… y literal. Sorprende en cada tema, siempre distinto al anterior. Como en una sinfonía rockera, las buenas ideas marcan el camino del pop al rock, con pinceladas clásicas, de jazz, folclore y electrónica. Briones rebosa de talento para crear canciones, y en vivo es una máquina, una generosa fuente de energía, una hoguera ardiente de musicalidad al frente de una verdadera orquesta de rock. Canción cataléptica y Volcanes lo muestran como un melodista luminoso, sensible y emotivo, pero ahí está Claroscuro para revelar su zona lúgubre y atormentada. Hola Fulana, Flores y Fetiche son muestras de su expresividad como cantante, con un timbre vocal que recuerda al mejor Charly García, el de Clics modernos y Piano bar. Briones no escatima recursos instrumentales y se luce como arreglador: guitarras aceradas, de nylon y eléctricas, limpias como el agua de montaña y embarradas hasta el cuello de distorsión y efectos de pedal; sonidos cálidos de Hammond y fuelles varios se mezclan con los dos bateristas/percusionistas, que suman complejidad rítmica a la trama; clarinetes, saxos y pianos aportan la humanidad acústica que se precisa. En esta amalgama de texturas todo suena nítido, preciso. Punto para la mezcla de Federico Nicolao. Y está el letrista despierto, directo, interesante: “Salgo a caminar, solo, para estar lejos del rehén, cerca del fugitivo. Mis pensamientos también caminan”.
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