Pero si no soy la misma, la cuestión es: ¿quién soy? ¡Ay, ese es el gran misterio!
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEsa niña que cambia de forma y tamaño de un momento para otro y vive un sueño de aventuras tremendas, está celebrando 150 años de existencia. El 4 de julio de 1865 se publicó Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, el primero de los dos volúmenes protagonizados por Alicia, a quien le suceden cosas rarísimas, mágicas, divertidas y, cómo no, horripilantes. Cosas casi siempre profundas, desconcertantes y tragicómicas. Junto al posterior A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871) despertaron una admiración que trascendió fronteras temporales y espaciales.
Se tradujo a muchos idiomas y todos los formatos artísticos bebieron de su agua fresca y abundante, plena de juego y sinsentidos que derivan en una riqueza única. Fue llevada al cine, tanto en el clásico dibujito animado de Disney donde Alicia aparece con la fisonomía de una princesa más, como en el más jugado —y de dudoso resultado— experimento de Tim Burton, donde lo que más destaca es el vestuario y la escenografía. Quizás porque la magia de Alicia radica en la escritura y en lo que se alborota en la imaginación de quien lee.
Su autor, Charles Lutwidge Dodgson, el matemático británico que escribió bajo la firma de Lewis Carroll, tenía el don de percibir, tocar y crear lo que no se ve a simple vista. En su libro Symbolic Logic, de 1892, dijo que una de las clases que podían ordenarse en el universo era la de las cosas imposibles. Alicia es un ejemplo claro. Además de ser un placer sensorial en cuanto a las sugerencias de color y entornos fabulosos, como el jardín o la aparición de una oruga azul y antipática que fuma de un narguile sobre un hongo, el libro plantea sorpresas sobre la realidad de las cosas, en singulares y chispeantes diálogos. De alguna manera aparece en esos momentos el matemático que gusta de los silogismos, del ajedrez y de otras actividades abstractas.
Carroll tenía una personalidad creativa, curiosa y muy diversa. Él mismo dibujó, en 1864, el manuscrito titulado Aventuras de Alicia Bajo Tierra para obsequiárselo a la niña Alice Liddell, quien inspiró la novela. Además de ser escritor y profesor de matemáticas en la Universidad de Oxford, tenía dos obsesiones: las niñas y fotografiar a esas niñas. Algunas con disfraces, algunas desnudas, muchas en poses bucólicas, serias, incluso tristes. Aquellos padres victorianos permitían que Carroll fuera “amigo” de sus hijas. Con algunas tuvo un vínculo más estrecho y de más años. Alice Liddell estuvo entre ellas.
El escritor e investigador argentino Eduardo Stilman, miembro de la Lewis Carroll Society, definió a “este clérigo extravagante” como el “Leonardo inglés” y como un hombre que hizo una “fantástica búsqueda de belleza y verdad que gobernó su vida”. En el prólogo que escribió para una edición que reúne la literatura y las cartas del británico, Stilman señaló el impacto social y cultural de Alicia en el País de las Maravillas, que logró penetrar profundamente la mente de las personas y su vida diaria, como sucedió con la sonrisa de la Gioconda. El periódico The Times dijo al respecto en el obituario de Carroll: “Es curioso observar con cuánta frecuencia se cita a Alicia en el País de las Maravillas con referencia a asuntos públicos, así como acerca de materias comunes de la vida diaria. Es difícil que pase un día sin que alguna de sus extravagancias sea utilizada para apuntalar una moraleja o adornar una historia”.
En el mundo de las letras, Alicia y su vasta iconografía han hecho furor. “Si la actividad comercial diera fe de la magia de una obra, Lewis Carroll debería darse por satisfecho”, apunta Stilman. “No existen llaveros ni títeres con la efigie de Ulises, ni de Hamlet, ni del Quijote, ni de Robinson Crusoe, ni de Pinocho, Caperucita Roja o Peter Pan, pero Alicia, el Sombrerero Loco, Humpty Dumpty y el resto de la compañía pululan bajo la forma de estatuas, prendedores, escarapelas, muñecos de paño, de goma o de porcelana; encendedores, estuches pintados, piezas de ajedrez, juegos de té, afiches, mazos de naipes, remeras… Vistosos orinales de porcelana inglesa con el Conejo Blanco consultando su reloj, que cumplieron su destino a principio de siglo, tienen hoy un valor imprevisto”.
Aventura, sorpresa y locura se condensan en Alicia con un estilo de escritura y unos personajes radicales que hacen que las cuestiones que aborda esta historia infantil se apliquen a cualquier situación de la vida, por más que pasen los años. ¿Quién no conoce algún personaje como la despótica Reina de Corazones, que quiere solucionar todo cortando cabezas? Escribió Carroll: “La Reina aducía que si no se hacía algo al respecto en ese mismo instante, ella haría ejecutar a todo el mundo. (Era esta última observación la que había puesto tan serios y ansiosos a todos los asistentes)”.
Tartamudo, con un pasaje por un colegio donde sufría una “molestia nocturna”, que no se sabe cuál era, Carroll amaba ir al teatro, brilló siempre en matemáticas, a las que se consagró, y tenía, además, una tendencia natural a la distracción, que puede adivinarse en las fotos donde se ven sus ojos idos, perdidos en algún recoveco detrás del espejo de Alice. El escritor tenía especial sensibilidad para la belleza, la gracia y la inocencia, esa que encontraba en sus niñas. Según su biógrafo, Morton Cohen, creía en la “noción de divinidad innata”.
La niña que más le sirvió como modelo fue Alexandra Kitchin (Xie), la hija del párroco de la catedral de Winchester. Le tomó 50 fotografías, desde los cuatro hasta los 16 años de edad. Con un estudio montado en el barrio de Tom Quad y después de 24 años, Carroll dejó la fotografía en 1880. Tomó alrededor de 3.000 fotos, aunque fueron menos de 1.000 las que sobrevivieron al paso del tiempo y la destrucción. Puntilloso, describía los detalles de cada puesta en escena en un registro que fue destruido. Su modelo predilecta cambió cuando en 1856 llegó a Christ Church un nuevo clérigo llamado Henry Liddell, acompañado de su esposa e hijas, quienes pasaron a formar parte de la vida de Carroll. Se hizo amigo de la madre y las tres niñas, Lorina, Alice y Edith, a quienes solía llevar de picnic al río.
Carroll era adicto tanto a fotografiar niñas serias o aburridas, niñas desnudas o vestidas, niñas disfrazadas de pordioseras, como a escribir cartas. Guardaba registro también de las cartas enviadas y recibidas con un breve resumen de cada pieza. Escribía en la cama, también de noche, gracias al “nictógrafo”, un artilugio que inventó para poder escribir sin luz. Se calcula que envió unas 50.000 misivas, en las que se dirigía cariñosamente a las niñas, o les explica a las madres el por qué de la desnudez de la modelo. No se conocen opiniones negativas de ninguna de las más de 300 chicas que frecuentó.
La singular relación entre Carroll y Alice inspiró una peculiar puesta en escena teatral en Montevideo: en 2010 se estrenó en el Splendido Hotel Habitación 105: Impresiones sobre Alicia Liddell y el País de las Maravillas, escrita y dirigida por Florencia Lindner, donde este universo privado se abordó despojado de palabras y concentrado en el lenguaje corporal.
Aunque Alicia es su libro más conocido, Carroll publicó además La caza del Snark (1876) y dos volúmenes del experimento Silvia y Bruno (1889 y 1893 respectivamente). Firmando como Dodgson, publicó artículos y libros sobre matemática, como por ejemplo El juego de la lógica, Euclides y sus rivales modernos y Una teoría elemental de los determinantes, sobre ecuaciones.
De la edición original de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas se conservan en el mundo solo 23 ejemplares: 17 descansan en bibliotecas y los otros están en manos de particulares. Para celebrar este siglo y medio de la novela, en el Reino Unido se editó una colección de estampillas con dibujos en colores de Alicia, el gato de Cheshire, el Conejo Blanco y la Reina de Corazones.
El festejo dio lugar también a la reedición de los libros, con las hermosas ilustraciones de John Tenniel. Mucho se ha interpretado de la frondosa imaginería de Alicia, incluso se ha dicho que fue escrita bajo los influjos de algún tipo de droga del momento. De hecho, Alicia en el relato come un hongo que altera su percepción y le hace cambiar de tamaño. Por otro lado, las neurociencias definieron el desorden de la “micropsia” o “Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas”, como aquel en el cual la persona ve que sus miembros se alejan o se achican.
Junto a diversas muestras en varios países y actividades donde participan artistas, se lanzó una edición de Alicia para tablets: un libro electrónico que incluye texto, video y narraciones, pensado para chicos de entre seis y nueve años.
La mejor manera de celebrar a Alicia será siempre leerla y seguirla, acompañada por el Rey Blanco y la Reina Roja del ajedrez, el gato Cheshire, la Liebre de Marzo y el mitológico grifo. Perderse con ella en lugares y situaciones hermosos e imposibles, como lagos de lágrimas y lluvias de naipes. Leer los libros de Alicia es como zamparse una de esas botellitas que la hacen cambiar de tamaño y que dicen “Bébeme”: el lector no sabe lo que pasará después.
Laura Gandolfo