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    La felicidad ciudadana

    Sr. Director:

    Hace más de 10 años con mi colega y amigo Carlos Tessore emprendimos un camino en busca de la piedra filosofal de la existencia humana. Pasamos por muchas instancias. Por la necesidad de libertad, por la exigencia de prosperidad y por el combate a la ignorancia. Finalmente, desembocamos en algo que ahora parece obvio, que es la necesidad humana de ser felices.

    ¿Quién no quiere ser parte de una comunidad feliz? “Mi grupo de amigos cercanos por lo pronto”, respondimos afirmativamente. Pero reconocemos que no siempre podremos lograrlo. Un día sí y el otro también algo nos recuerda que tenemos enormes problemas por resolver para ser mejores personas.

    El resto del mundo parecería que tampoco acompaña para que todos los seres humanos seamos más felices. Vivimos en un mundo globalizado, donde sabemos que cada país depende de otros países. Incluso los países más poderosos como Estados Unidos y China son mutuamente dependientes.

    Ahora algunos países están descubriendo que sería bueno estar más protegidos. Les pedimos insistentemente a los gobiernos nacionales que podamos andar tranquilos por las calles, que no nos falte el empleo, que podamos estudiar lo que queramos, que la salud pública nos ayude cuando estamos enfermos, que nuestra casa sea acogedora y decorosa.

    Pero nuestros respectivos países no pueden darnos siempre todo eso. Es como pedirle a un golero que ataje cinco penales al mismo tiempo. Alguno será gol. Estamos vislumbrando con un poco de angustia la manifestación de una crisis de Estado benefactor que disfrutaron nuestros padres y nosotros de niños.

    La globalización ha traído prosperidad material, pero no felicidad ciudadana. Estamos constatando en el duro camino de la modernidad que no hay globalizaciones mágicas. Reuniendo todos nuestros reclamos más apremiantes, finalmente, ponemos al Estado benefactor en entredicho.

    Inventamos el de-risking para separarnos del riesgo, con escasos resultados. Luego introdujimos el decoupling para desenchufarnos. Abrimos un paraguas gigante para protegernos, muchas veces infructuosamente, de los “monstruos del cambio”. Animales feroces que a veces no existen realmente, pero que imaginamos que nos asechan.

    Trabajamos más horas, pero disfrutamos menos de la vida. Notamos que, a pesar de nuestro compromiso con la generación de riqueza colectiva, no estamos pudiendo ser realmente felices, como anhelamos. A veces notamos la frustración en la cara de un vecino o de un compañero de trabajo, o en nosotros mismos al mirarnos en el espejo.

    Precisamente allí está la fuente de nuestras recurrentes frustraciones, porque lo que queremos realmente es sentirnos bien con lo que hacemos todos los días. Notamos que queremos, pero que muchas veces no podemos ser felices. ¿A quién no se le ha caído una lágrima al ver a un amigo trabajador y buen padre en dificultades para llegar a fin de mes?

    Queremos ser cada vez más felices junto con nuestras familias. Deseamos, en definitiva, ser parte de familias sonrientes. ¿Cuál sería la forma de ver la luz al final de un largo túnel que ahora luce bastante oscuro? La respuesta viene por el lado de formar parte de un proceso de globalización mágica, que genere familias felices. No diga nada, lector: es una utopía.

    Hace unos años desarrollamos con otros acompañantes una propuesta similar: “Innovar sin herir”, con Ricardo Percovich. Muchos colegas escépticos nos dijeron entonces que éramos ingenuos. Otros nos catalogaron de mentirosos. Más de 10 años después hay varios proyectos uruguayos que muestran que se puede “innovar sin herir”.

    Ahora es posible que otros colegas insistan en que Carlos Tessore y yo seguimos siendo ingenuos. Otros nos catalogaron de mentirosos. Puedo llegar a aceptar que son personas honrables que no ven que los uruguayos podemos intentar ser felices sin dejar de reconocer los enormes problemas de seguridad, trabajo, educación o vivienda que tenemos.

    Nuestra investigación con Tessore establece una especie de hoja de ruta y algunas sugerencias para construir el marco de trabajo que necesitamos para que muchos de nosotros podamos ser parte de una familia feliz y aceptemos que vivimos en un mundo globalizado que nos condiciona. ¿Cómo lograr lo que parece casi imposible?

    La respuesta es “sorprendentemente”, en boca de un científico. Magia, necesitamos magia. Debemos convertirnos en los Harry Potter de un mundo mágico que nosotros mismos construyamos. Vayamos en busca de la piedra filosofal de la felicidad familiar y social. Los invitamos a hacerlo con optimismo, pero sin ingenuidad.

    Después de todo, quién no estaría dispuesto a creer que la vida está cargada de magia al ver a un joven dar el asiento a un anciano, a una madre amamantar a su hijo, a un vecino repartir comida a quien tiene hambre. Incluso al ver una flor nacer entre dos baldosas en la calle. Los uruguayos vemos eso todos los días. Solo hay que estar dispuesto a mirar.

    Estamos trabajando desde la Universidad de la República con muchos otros científicos en repartir esta buena nueva. Los uruguayos podemos ser nuevamente felices. Tenemos la obligación de intentarlo. No solo por nosotros mismos como madres y padres de familia, sino también por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos. Que así sea.

    Ing. Carlos Petrella (PhD)

    CI 1.308.975-0