Nº 2169 - 7 al 20 de Abril de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa “supuesta víctima sale todas las noches de joda” y tiene una vida sexual “muy licenciosa”, ¿cómo no pensar que la denuncia de violación es falsa?, razona un comunicador uruguayo respecto al caso de violación grupal en el barrio Cordón de Montevideo, de enero de este año. Lamentablemente, el comunicador no es el único en el mundo que razona con esta lógica (no es, digamos, original en su postura retrógrada).
Está estudiado a escala global que los medios de comunicación hegemónicos tienden a hacer foco en datos de la vida privada de las mujeres víctimas de violación (también se da con las víctimas de femicidio), publicando detalles cargados de juicios morales. Frases como “es una fanática de los boliches”, “tenía una vida sin rumbo”, “no se hace cargo de sus hijos”, “se hizo cuatro piercings”, “tenía muchos novios”, “se junta con hombres más grandes” o “le gustan los hombres más jóvenes” han sido usadas para describir los más crueles casos de violencia sexual o asesinatos a mujeres. Así, se conforma el perfil de lo que se conoce como la “mala víctima”: una mujer que no es como deberían ser las mujeres si quieren que no les pase nada.
Históricamente, los medios de comunicación han construido una caracterización de la mujer víctima de violencia donde se desliza algún grado de responsabilidad hacia ella (o su familia) por los hechos ocurridos. En Uruguay, los medios que hacen esfuerzos por eliminar estos sesgos en la comunicación han sido tildados de “feminazis” y “antiperiodísticos” por quienes no tienen interés en erradicar la misoginia mediática. Entristece tener en el país este tipo de especímenes, pero nadie dijo que vivir en un mundo más justo iba a ser fácil.
En los casos de crímenes sexuales, la violencia contra los cuerpos de las mujeres continúa mucho después de haber vivido el ataque: no solo a través de la violencia que se replica desde los medios, sino también a través de las instituciones médicas, psiquiátricas o judiciales, en busca de rastros de “culpabilidad” que permitan dar una explicación a lo ocurrido. ¿Hubo o no hubo daño genital? Porque, si no hubo, entonces, ¿cómo se puede afirmar que fue violada? Quiere decir que tanto no se resistió, que algo le habrá gustado, porque de lo contrario le habrían quedado marcas, heridas, moretones, ¿no? ¿Y estaba o no estaba en estado de shock?, ¿realmente le impactó lo que le hicieron? “Dice estar medicada, con tratamiento psiquiátrico”, señala alguien sobre el caso de la violación en Cordón, pero “sale todas las noches de joda”. Parecería que los cuerpos y la intimidad de las mujeres sobrevivientes de un crimen sexual estuvieran totalmente a disposición de aquellas personas que quieran juzgarla.
En la lógica de las sociedades patriarcales, el cuerpo de la “mala víctima” podría ser en realidad el cuerpo de cualquier mujer. Porque cualquiera, en algún momento, podría hacer algo que no debe: tomar demasiado alcohol, caminar sola por alguna calle oscura, ponerse ropa “muy provocativa” o divertirse más de la cuenta teniendo sexo con varios hombres. Según el razonamiento machista, todas deberán pagar las consecuencias: cualquier cosa mala que les pase, se la habrán buscado.
El viernes 1o de abril se realizó otra denuncia de violación grupal en Uruguay: la segunda violación grupal en el país (que se hace pública) en menos de tres meses. La agresión ocurrió en una fiesta organizada por la juventud del Partido Nacional de Montevideo para celebrar el resultado del referéndum de la Ley de Urgente Consideración. La víctima, una adolescente de 16 años.
Ojalá no empiece otra vez el espectáculo mediático de la mala víctima, ese que alimenta el morbo de muchos y exacerba el machismo de varias. Ojalá, como expresaron algunas dirigentes del Partido Nacional, la Justicia cuente “con toda la colaboración de los organizadores del evento” y de verdad se llegue “hasta las últimas consecuencias”. Ojalá no aparezcan esos abogados caros que se dedican a defender abusadores con las más bajas estrategias para posponer y posponer la causa hasta que se debilite, como vienen haciendo desde hace dos años con la Operación Océano.
Ojalá que una violación en grupo no se transforme en un tema de política partidaria, porque ya bien sabemos las feministas que “no hay nada más parecido a un machista de derecha que un machista de izquierda”. Lamentablemente, la única fiesta que se tendría que organizar en este momento es la del NO VIOLEN MÁS, POR FAVOR, SEÑORES.