La grietita y el Poxipol

La grietita y el Poxipol

La columna de Andrés Danza

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Nº 2151 - 2 al 8 de Diciembre de 2021

Son muy fáciles de detectar. Con apenas unos minutos de charla ya es suficiente como para diferenciarlos del resto. Por más que traten de disimularlo, tienen esos impulsos que no pueden controlar, que salen de su boca como si fuera el anhídrido carbónico. No se aguantan ni la más mínima conversación sin hablar mal de alguien, sin intentar deslegitimar a un tercero a sus espaldas. Lo hacen buscando complicidad en su interlocutor, aprovechando cada espacio para llenarlo de veneno.

No hay ningún lugar que se pueda declarar enteramente libre de ellos. Por supuesto que el periodismo no es la excepción. Al contrario, hay varios colegas que pasan mucho más tiempo tratando de desacreditar el trabajo de los demás que defendiendo el que ellos hacen. Y así ocurre en todas las profesiones, oficios o cualquier lugar en el que haya personas involucradas.

Siempre hay mediocres, que como saben que sus capacidades son limitadas tratan de disimularlas llevando la atención hacia otra parte y destruyendo todo lo que tienen alrededor. No pueden llegar a la cima de la montaña y entonces llenan de nubes el cielo para que al menos no se vea. No son dignos de ninguna confianza porque lo que hacen con los demás tarde o temprano también lo harán con sus interlocutores o allegados. Cuando una persona se dedica sistemáticamente a hablar mal de otros, no hay nadie que se salve de sus maldiciones.

La política es un terreno ideal para que esos destructores se sientan como peces en el agua. No son los que llegan más lejos, y después de años de exposición pública sus debilidades terminan por quedar de manifiesto. Pero durante un tiempo se dedican a esparcir sus insultos como forma de prolongar la supervivencia. Como buenos mediocres, avanzan a la sombra y ocupan lugares de mediano rango, donde les es más fácil disimular sus falencias.

El problema es que de un tiempo a esta parte, no son muchos los que deciden dedicar su vida a la actividad política. Los más destacados de las distintas generaciones, en especial las más recientes, suelen huirle a la actividad pública y prefieren desarrollar sus carreras en el ámbito privado. Entre los menores de 50 años es una constante. No quiere decir que no haya políticos jóvenes talentosos. Los hay, y unos cuantos están en los primeros lugares del actual gobierno y también en la oposición. Pero en el plano estructural el prestigio que hasta hace un tiempo implicaba decir “soy político” se ha ido resquebrajando.

Será por eso que esos mediocres que antes no eran más que personajes muy secundarios y que tenían mínimas e intrascendentes apariciones hoy logran un nivel de atención y de arrastre sorprendentes. Se apoderaron de una parte importante del debate público peleando de una forma torpe, atacando a sus rivales como única forma de tener protagonismo.

Las redes sociales han contribuido para esto pero no son más que el reflejo de una confrontación sorda y vacía que ha crecido entre políticos de distintos partidos. Hay al menos una docena de legisladores del oficialismo y de la oposición que se dedican día tras día a bombardear todo lo que viene de enfrente, y detrás de ellos les sigue una legión de abanderados de la mediocridad que encontraron en Twitter, por ejemplo, su campo de batalla.

Todos ellos son los responsables de que se haya formado una especie de confrontación berreta a escala local, que algunos comparan con la “grieta” de la que tanto hablan los argentinos. Pero no es bueno recurrir a lo que ocurre en países vecinos para intentar explicar los problemas internos y además en este caso tampoco es certero. En Uruguay no hay grieta, a lo sumo hay grietita. La escarban esos mismos mediocres y su fuerza solo sirve para competir con los pozos infantiles en la arena.

La alta política todavía existe, se mantiene vigente y se encarga de tapar esos pocitos cada vez que lo entiende necesario. Los que llegan a la presidencia, la mayoría de los que ocupan los principales cargos de los distintos gobiernos o que lideran los partidos y sectores más importantes no son mediocres y se dedican a construir en lugar de destruir. Por eso están donde están.

De las nuevas generaciones, el presidente Luis Lacalle Pou es un ejemplo positivo en ese sentido. Los expresidentes también lo son, aunque más asociados al pasado reciente. El jueves 25 dos de ellos, Julio Sanguinetti y José Mujica, visitaron la redacción de Búsqueda como invitados principales de la ceremonia de clausura de los cursos de la Escuela de Periodismo del semanario.

Semanas atrás se cumplió un año de que ambos renunciaron juntos a la Cámara de Senadores y por eso resolvimos volver a reunirlos, para que pudieran tener una charla sobre ese y otros episodios y en especial para que dieran una mirada alejada de la coyuntura confrontativa actual. No defraudaron. Más bien todo lo contrario. Ya el solo hecho de que hayan compartido tribuna en un medio de comunicación habla mucho de ellos y de un Uruguay que todavía existe. Para saberlo mejor, vale la pena leer la nota del periodista Federico Castillo en las páginas 10 y 11 de esta edición.

Pero además sus exposiciones sirvieron para dejar en evidencia la grietita, que es esa supuesta grieta uruguaya de la que se habla. Mostraron coincidencias en algunos de los grandes temas, amplitud de miras y una voluntad constructiva y de diálogo. En esta oportunidad les tocó a ellos dos pero lo mismo hubiera ocurrido si el protagonista hubiera sido Luis Alberto Lacalle Herrera o antes los ya fallecidos Jorge Batlle y Tabaré Vázquez. “Nosotros somos el Poxipol”, dijo Sanguinetti al negar durante la charla que se haya abierto una grieta local. Mujica sonrió y coincidió en que todavía la tierra al este del río Uruguay permanece firme y unida.

Que nunca se pierdan de vista estas instancias e intercambios. Algunos las cuestionan porque llenan de matices a su mundo bipolar. Son una minoría, pero que avanza y que cada vez tiene más adeptos. El gran problema será si uno de ellos algún día llega primero a la meta. Sería un terremoto que partiría al medio la penillanura levemente ondulada. Ejemplos sobran. Y en especial en la región, que no queda tan lejos.