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    La importancia de llamarse César

    En uno de los tantos reencuentros que les espera, biógrafo y biografiado no se deciden por la formalidad. El periodista y crítico de cine Diego Faraone se dirige al sujeto de su obra, el actor uruguayo César Troncoso, por su nombre de pila. El intérprete, por su parte, oscila entre esa opción o el apellido del escritor. Una cuota de distancia a mantener, tal vez, ante la persona que puso su vida en palabras.

    Troncoso y Faraone comparten anécdotas, gustos cinéfilos y, ahora, un libro: Oficio de alto riesgo (Estuario Editora). Allí Faraone reconstruye la infancia de Troncoso, describe su llegada al mundo del teatro y narra, con lujo de detalle, sus experiencias entre bastidores en películas como El viaje hacia el mar, El baño del papa o La noche de 12 años. Es un acercamiento franco, de un ritmo contenido, a una profesión muchas veces mitificada. Para el crítico, la carrera del actor es incomparable dentro del cine uruguayo. Su naturaleza prolífica y diversa acompaña el desarrollo, casi en simultáneo, del sector cinematográfico nacional en los últimos 20 años.

    La publicación del libro coincide con el inminente regreso del actor uruguayo al teatro. Troncoso volverá a protagonizar Marx in Soho, un monólogo del historiador Howard Zinn adaptado y dirigido por Juan Tocci. El unipersonal, que imagina el regreso del filósofo alemán al presente, le valió una nominación como Mejor actor en los Premios Florencio. Por el momento, la obra tendrá una sola función en el Auditorio Nacional del Sodre el jueves 27 de agosto.

    Previo al regreso de Troncoso a las tablas, el actor y el crítico conversaron con Búsqueda sobre el proceso detrás la creación de la biografía, la profesionalización de una carrera con un destino espinoso y la necesidad de una mayor documentación sobre los quehaceres del cine nacional.

    —En los agradecimientos del libro se aclara que “fue muy arduo convencer” a César de hacer esta biografía. ¿Qué fue lo difícil de la propuesta?

    —César Troncoso: A mí me costó. Si hubiera dicho que sí inmediatamente me hubiera parecido muy presuntuoso. Me sigue pareciendo raro que haya un libro acerca de mí. Le dije que no unas cuantas veces, pero siguió rompiendo los cocos.

    —Diego Faraone: No soy muy insistente, pero en un evento de la ACCU (Asociación de Críticos de Cine del Uruguay) apareció y me dijo: “¿Vos estabas drogado cuando me ofreciste esto?”. Lo interpreté como una invitación a seguir insistiendo.

    —César, ¿te resultó exigente el proceso de mirar hacia atrás?

    —CT: En algunas cosas sí. Tengo 57 años. Por edad o vivencia personal, estoy en un buen momento para contar mi historia, mi pasado, revalorizar lo que fue mi viejo, mi vieja y sentir “mi galleguidad”, ese costado que tengo por mis padres. La venida de Diego para hablar de este asunto coincidió con ese momento, por tanto, terminé contando cosas que a mí me parecían lindas de recordar, evocar y tener presente.

    —En un punto del libro, en el que se habla de tu crianza, se menciona a tu padre como alguien con “limitaciones culturales”, haciendo énfasis en que él era una persona muy trabajadora, con sus atributos y defectos. Al mismo tiempo, se cuenta cómo tu entorno, el de una familia dueña de un almacén, decantó en un consumo cultural voraz de tu parte. ¿Por qué creés que se dio así?

    —CT: Creo que tiene que ver con un par de cosas. Tenía amigos en el barrio y jugaba en la calle con ellos, pero para el fútbol siempre era el último en ser elegido. Era muy patadura. Si a eso le sumás el hecho de que yo era un tipo bastante tímido e inhibido, probablemente surgió esa cosa de querer encontrar algo a cambio de eso que no sabía hacer. Cuando pusieron la televisión en casa me morfaba las series. Con la lectura pasa algo parecido. Supongo que fue una reacción a los límites culturales que le vi a mi viejo, el sentirlo como un “gallego bruto”, que era algo que se decía mucho en aquel tiempo.

    —DF: El hecho de que él te hiciera trabajar en el almacén, aunque fuera poco tiempo, te generó un rechazo importante. Capaz que eso ayudó a que buscaras un nicho para salir por la tangente.

    —CT: En la vida vos acompañás los gustos o hacés lo contrario. Cuando uno lo piensa ahora con perspectiva, no está muy bueno. En su momento son cosas que uno las tiene, las siente, y contra eso no hay mucho para hacer.

    —Hay un trabajo detallado sobre los libros y las series que César leyó y miró de niño, o las películas que vio más adelante en Cinemateca. ¿Por qué era importante compilar todo ello en la biografía?

    —DF: Es un libro más cinéfilo que otra cosa. Tiene que ver con la particularidad de César, que siempre fue un obsesivo. De chiquito ya era un apasionado. Le pregunté qué dibujitos veía y me hizo una lista inmediata. Se nota que era un lugar al que volvió muchas veces con el recuerdo. Así es que se graban las memorias, ¿no?

    —Otro concepto que surge en la lectura es la idea de que la elección de una persona que decide ser artista, o actor en este caso, en Uruguay, tendrá que pelearla durante su vida. César, ¿vos seguís pensando eso?

    —CT: Para empezar, no me defino como artista, me defino como actor. Hay una diferencia entre trabajar de esto y hacer arte con esto. Capaz que es un prejuicio, un conflicto que uno tiene. Vengo de aquellos viejos tiempos en los cuales si te gustaba el teatro te ibas a morir de hambre toda tu puta vida. “Mejor estudiá otra cosa”, decía mi tía. De alguna forma tengo ese cuento medio instalado. Walter Reyno, que había trabajado en el Banco República toda su vida, decía que había que laburar de otra cosa y preservar este espacio como uno de creación artística. Es un conflicto que sigue existiendo porque, más allá de la pandemia, estos tiempos son bastante complejos y diferentes en ese sentido. ¿Puedo hacer arte si además quiero hacer un salario? ¿Será que se pueden acomodar las cosas? De hecho, he tomado algunas decisiones y agarrado algunas cosas porque me las pagan bien.

    —¿Por qué decís que no sos artista? El libro incluye dibujos tuyos, por ejemplo.

    —CT: Bueno, no digo que no soy artista. Me parece raro definirme como artista. Yo soy actor. Soy una herramienta al servicio de un director, en una película, ¿no? Lo que me gusta decir es que tiendo al arte. Intento ser lo más artístico posible. Yo digo que soy dibujante. Yo dibujo, pero no hago arte. Yo actúo, pero no hago arte. Capaz que otro lo puede decir de mí, pero no lo voy a decir yo mismo. Si alguien dice que soy un artista me está mejorando. Prefiero estar acá y que alguien me suba a que yo me coloque allá arriba.

    —Como su biógrafo, ¿qué opinás al respecto?

    —DF: Entiendo el lugar donde se pone él: carne para la película. Y le pone entusiasmo y ganas. En el tema de los dibujos un poco se desvaloriza. Me parecen del carajo. No ha tenido reconocimiento en esa área, pero ahí sí que no trabaja al servicio de nadie. Compone y es el artista íntegro en el asunto. Es un buen momento para que se den a conocer porque a mí, por lo menos, me encantan.

    —¿Por qué publicar el libro en este momento particular de la carrera de César? Incluso se mencionan películas suyas que aún no se han visto.

    —DF: De lo contrario, seguiría escribiendo toda la vida. Es un corte absolutamente arbitrario, pero ¿qué hay que esperar? ¿Que la gente se esté por morir para hacer una biografía? No, él todavía tiene la memoria fresca de cosas que pasaron hace 15 o 20 años. Estamos luchando contra el olvido, algo que pasa con la historia del cine nacional. Hoy, si querés conseguir Flacas vacas, ¿qué hay que hacer? ¿Escribirle a (el director) Santiago Svirsky? Es muy difícil conseguir cine nacional. Después de dos o tres años, desaparece. Se pierde y se deja de hablar de él. Tiene una vida muy corta y fugaz, y también quise historiar en ese sentido: que quede un registro en algún lado de que estas películas están buenísimas y que esto pasó.

    —¿Qué futuro le imaginás a la carrera de César?

    —DF: Lo que se viene dando es un crecimiento. Vamos a creer que la tendencia va a repuntar. No te lo va a decir, pero yo sé que hace dos o tres años que él elige los proyectos. Antes no podía y agarraba todo lo que le venía. Ojalá el día de mañana aparezcan 10 guiones arriba de su mesa y elija el que le gusta, que es lo máximo a lo que puede aspirar un actor.

    —CT: Me parece que tiro unos años más. Pueden aparecer un par de cosas interesantes. Vivir en Montevideo pone algunos límites y condiciona un poco, pero es lo que elegí. Lo que imagino es una continuidad de trabajo. Como actor podés tener 75 años de laburo sin problema. Pasás de hacer de hijo a hacer de hermano, de padre, de abuelo y después a hacer de espectro.

    —En un pasaje de la biografía se reconstruye una de tus primeras clases de actuación, dictada por Alberto Restuccia en Teatro Uno. Tuviste que representar un texto y decidiste hacerlo bailando. Sobre ese momento decís, en el libro, que cuando te volviste a sentar te temblaban las manos y te sentías “enormemente satisfecho de haberlo hecho, de haber vencido el desafío”. ¿Te seguís sintiendo así cuando actuás?

    —CT: Sí, lo siento. Estoy más veterano y se me acomodó un poco eso, pero todavía me tiemblan las piernas en los estrenos.

    —DF: ¿En los estrenos o en los rodajes?

    —CT: En los estrenos de teatro. En los rodajes y ensayos puteo. Soy muy puteador, tiene que ver con la autoexigencia. Hay algunas cosas que no las he perdido. Las he domado un poco para no estar a las puteadas en un ensayo donde hay otro compañero. ¿Eso lo pusiste, no?

    DF: No vale contarme cosas ahora.

    CT: La energía con la que sigo laburando, creo yo, en ese sentido, se parece a aquel temblor del comienzo. No se manifiesta del mismo modo. Quiero decir, ¿por qué sos actor? Si no es para ponerle pasión al asunto, no lo seas. Y creo que la sigo teniendo. Mejor manejada, pero la sigo teniendo.